La revuelta de las neuronas

¿Vivir sólo por existir?

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Posiblemente, éste hubiera sido un titular más adecuado para el artículo publicado en El País que hacía referencia a la posibilidad de establecer una renta básica de ciudadanía. ¿Cobrar solo por existir? es una pregunta que arrastra en todo su sentido la ideología del trabajo, ideología construida a lo largo de la modernidad y que conoció su máximo apogeo en el periodo keynesiano posterior a la II Guerra Mundial. Surge como resultado de una transformación cultural iniciada en el siglo XVIII, ampliada en el XIX y asentada en el XX, que busca disciplinar la tendencia obrera a fugarse de la fábrica, a no responder a los ritmos impuestos por la necesidad capitalista de optimizar la extracción de plusvalor, alrededor de una nueva organización del trabajo. Sin capitalismo industrial no hubiera surgido esta necesidad de asociar el trabajo a la consecución de un fin económico como la principal actividad humana en sociedad. A partir de ahí, la ideología del trabajo incorpora una serie de axiomas presentados como naturales e incuestionables: el trabajo es un deber moral, es una obligación social y es la vía hacia la consecución del éxito. Si te esfuerzas y trabajas mucho, el mundo se beneficia, si rehúyes del trabajo perjudicas a la sociedad y  triunfas si pones todo tu empeño en ello.

La sociedad de la que ahora estamos saliendo, siendo expulsados, es la sociedad que glorifica el trabajo, entendiendo que afuera de éste no existe posibilidad alguna. El desfase entre un nuevo periodo de acumulación capitalista a través de las finanzas que genera la figura del explotado arrinconado entre la deuda y la pared, y nuestra percepción de cómo son las cosas y la realidad que vivimos, es manifiesta. Hannah Arendt nos recuerda que cuando una sociedad de trabajadores desconoce otro tipo de actividad que no sea el trabajo, pero observa cómo el modelo del trabajo se derrumba, se encuentra desnuda, perdida, obsoleta, porque todo para lo que estaba pensada deja de existir. Históricamente, los cambios se extendían más allá del tiempo que lleva la vida humana, lo que implicaba una cierta fijación en las costumbres. Hoy sucede al contrario, los cambios ocurren cada vez más rápido y dentro de una misma vida asistimos a una fluctuación continua que nos obliga a mantener una adaptación permanente al cambio.

Hay que pensar más allá del empleo, principalmente por tres motivos:

1)  La relación entre inversión y producción, entre economía productiva y finanzas, se ha quebrado: hoy la viabilidad de la empresa reside en su cotización de mercado y no tanto en su producción industrial. La cadena según el cual, a mayor inversión, aumenta la demanda y con ésta la producción que acaba generando empleo, se ha roto; hoy las finanzas actúan al margen de toda fidelidad con la economía terrenal.

2) La necesidad de atraer inversión, aún en esta situación, obliga a competir en una espiral ofreciendo mayor rentabilidad, menores costes, más facilidades, menos trabas. En definitiva, es el más por menos. Para que los especuladores depositen su confianza, es decir, obtengan seguridad sobre el riesgo, tienen que maximizar garantías reduciendo las garantías vitales de la población. La inversión en infraestructuras absorbe el excedente de capital  y fuerza de trabajo durante periodos de tiempo cada vez más reducidos, acelerando así, la necesidad de invertir en nuevos enclaves en aras de tratar de dinamizar la economía de la desposesión.

3) El principal recurso sobre el que actúa la economía versa en el trato de la información, del saber y el conocimiento. Hoy las sociedades no producen solamente sobre el principio de más-más: a mayor trabajo más producción. Se puede aumentar la producción a la par que se comparten cantidades de empleo decrecientes. El saber y las ideas tienen un origen social, fundadas sobre el encuentro, la discusión, la transversalidad, el cruce, el ambiente, todas  ellas cualidades diametralmente opuestas al concepto de propiedad privada. Cuanto más se comparte más se fomenta la conexión con lo diferente, lo que potencia el pensamiento divergente, base intelectual para propiciar la creatividad que permite la innovación. Para que esto pueda germinar, la gestión del tiempo y la orientación que pueda tomar es un aspecto crucial, puesto que, si el tiempo está sometido a la deuda, al miedo y la precariedad, se reduce drásticamente la capacidad de una sociedad para crear, para moverse y ser flexibles con libertad.

Teniendo en cuenta estos contornos que ilustran el perfil de una sociedad distinta a la construida por la modernidad, donde la fórmula tiempo-innovación-cooperación y saber caminan juntos, dos formas de gestionarla políticamente pueden tener lugar. La primera ya la conocemos, el saber se privatiza y el dominio de las finanzas implanta la dictadura del embudo que parasita, primero la riqueza social acumulada –servicios públicos, pensiones-, previa reducción de salarios reales donde el Estado hace de palanca, para luego dominar y someter a través de la deuda. La segunda afronta el cambio de época pero discute que el empleo siga siendo el único mecanismo del trabajo: se trabaja más de lo que se puede emplear, se produce de otras formas que desbordan el marco laboral y por lo tanto, las políticas públicas deben trabajar en otras formas de reparto sobre otra concepción de la riqueza.

En tanto y cuanto se demande un retorno  a lo que está en decadencia, reforzaremos una ideología del trabajo que el capitalismo de facto, ya está aboliendo para enviarnos a un feudalismo de nuevo cuño, servidumbre a velocidad digital. La renta básica no solo es entonces, una herramienta para evitar la pobreza estructural, es sobre todo, la puesta en duda de todo un mecanismo de relaciones sociales que somete el tiempo al tiempo del capital, en lugar de funcionar acorde al desarrollo digno de la existencia humana. Por eso hoy tenemos que reivindicar el derecho a vivir por existir, porque producimos la riqueza que nos expolian en distintos niveles. Somos capaces de  asumir como algo normal que los Estados de la UE lleven destinados 700.000 millones de euros para salvar al sistema bancario, ¿por qué nos sigue costando tanto pensar que la sociedad puede vivir y organizarse mejor trabajando menos? No existe reivindicación alguna en la historia que se haya constituido más tarde como derecho, que en el momento de plantearla fuera ridiculizada y excluida de la posibilidad. Así es la política, imposición y cooperación, convencer y obligar: libertad como privilegio de pocos o como derecho de tod@s.

 

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