Jose A. Pérez

El país imaginario

Aprovechemos la placidez del verano, del sol y la brisa, para ejercitar un poco la imaginación. Empecemos imaginando un país donde el 18% de la población está desempleado. Un país con escándalos políticos, fraudes y cohechos que cada cierto tiempo sacuden las primeras planas nacionales. Imagina que ese país es fuente y víctima de un terrorismo provocado por antiguas tensiones territoriales. Un país con el índice de fracaso escolar más alto de su entorno. Un lugar del que los talentos más destacados huyen, en busca de entornos más favorables donde desarrollar su potencial. Un país sin apenas industrias innovadoras porque el énfasis gubernamental siempre se ha puesto en políticas económicas de bajo perfil. Un país de mano de obra, con una población orgullosamente no cualificada.

En ese país imaginario, las televisiones públicas cambian de manos caprichosamente, según quién gobierne. Allí el pueblo acepta con normalidad esta instrumentalización propagandística al grito de "¡en todas partes cuecen habas!". Imagina que ese país tiene su historia reciente enterrada en las cunetas, asesinada y anónima, porque no es capaz siquiera de gestionar su propia memoria, de perdonarse y asumir su vergüenza. ¿Para qué?, dirían quizá sus habitantes, nos va bien como estamos. Y, desde su punto de vista, tendrían razón, porque ese país sería el octavo más rico del mundo. De algo ha servido destruir buena parte de sus costas y bosques para levantar decenas de resorts y kilométricos campos de golf. Y el dinero, ya se sabe, todo lo cura. Menos la ignorancia, cierto, pero al ignorante eso poco le importa.

Si ese país existiera, estarás de acuerdo conmigo, convendría que sus habitantes más jóvenes, los que aún tengan ganas y arrojo para no conformarse, se parasen a reflexionar en todo esto. Porque quizá así un número suficiente de personas llegase a la conclusión de que ya es el momento de reinventar ese país suyo. De crear un lugar más justo, más culto y generoso. Un lugar al que los cerebros fugados puedan regresar; donde los valores, y no el dinero, sean el pilar que sustente la sociedad. No sería tarea fácil, por supuesto. Haría falta mucha imaginación. Y, por eso mismo, convendría ejercitarla.

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