Jose A. Pérez

¡Mil millones de truenos!

Quién se lo iba a decir. Casi tres décadas después del fallecimiento de su creador, Tintín se enfrenta a su más apasionante aventura. Se titula Tintín y los mojigatos; en ella, el periodista belga se las ve con una horda de malandrines llamada La Liga de Bienpensantes. Estos Bienpensantes consideran que el álbum Tintín en el Congo, publicado originalmente de 1931, es racista. Hace unos días, un miembro de la Liga pedía la retirada de tan infesto tebeo desde las páginas de Le Figaro.

Ya en 1946, el propio Hergé redibujó la totalidad del álbum eliminando las referencias colonialistas más sangrantes. Pero el buen gusto avanza que es una barbaridad, y lo que en el 46 era tolerable ahora es motivo de mojigato sonrojo. Hace dos años, la biblioteca de Brooklyn, la única de Nueva York que aún conservaba un ejemplar accesible al público, cedió a la presión de los Bienpensantes retirándolo de las estanterías. El Mein Kampf de Hitler, sin embargo, sigue siendo de libre acceso.

El joven periodista belga, me figuro, estará de lo más desconcertado. ¿Tanto mal pueden hacer mis aventuras por más que, en efecto, haya un poso racista, un cariz xenófobo, un deje cruel y despótico? Sí, responde La Liga de Bienpensantes, porque los jóvenes y jóvenas contemporáneos podrían acceder a esa pérfida historieta y descubrir que, en efecto, Europa fue declaradamente racista, xenófoba, cruel y despótica. Que el purísimo aventurero pelirrojo a lo mejor era un poco cabrón (tan cabrón, al menos, como sus conciudadanos). Arranquemos, por tanto, la prueba de las bibliotecas. Privemos del conocimiento a aquellos que, por razones económicas, sólo tiene acceso a los fondos bibliográficos públicos. Después de todo, cualquier niño rico puede pedirle el tebeo a su mamá, y ella encantada se lo comprará. No podemos, por ahora, regular lo que la gente con pasta puede leer, porque eso iría en contra del libre mercado, pero sí podemos decidir lo que los pobres pueden o no leer. Lo que deben y lo que no deben saber.

Hoy le ha tocado al tontorrón de Tintín. Dentro de 70 años, quién sabe, a lo mejor descubrimos que Pocoyó es un cabrón con pintas. La Liga de Bienpensantes seguirá ahí, vigilando nuestros muñecos.

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