Parece que la rabia llama a la rabia. Como si la política no supiera que el conflicto es su esencia pero su objetivo reducirlo (igual que la escasez es la esencia de la economía pero su objetivo solventar las necesidades de cada individuo). En la guerra no hay orden. Y cuando la guerra es inevitable, se paga ese terrible precio desde posiciones revolucionarias porque el futuro alternativo va a ser luminoso. No porque uno se aburre de su vida conceptualmente miserable. Los obreros hablan menos de revolución que los intelectuales.
Como parece que está en la discusión, hagamos un trato: evaluemos los acontecimientos en Inglaterra con mucha honestidad y después tomemos decisiones. Si la violencia popular en ese país se zanja con un aumento de la democracia, replanteemos el asunto en dos direcciones. Primero, repensando si un ser humano tiene derecho a causarle daño a otro ser humano en según qué circunstancias. No hay izquierda sin una filosofía política. Y me gustaría saber con quién comparto barricada. ¿O una vez derrotada la policía vamos a seguir con los que plantearon dudas? ¿Y luego con los que quieran discutir las decisiones? ¿Quién decide quién es el enemigo del pueblo? Segundo, y superado el asunto de la ética, miremos si la violencia, en según qué circunstancias, sirve para ahondar en la democracia o tiene el efecto radicalmente contrario. Porque puede ser que haya gente que habla de violencia popular pero, en verdad, lo único que está trasladando son sus problemas personales, sus traumas familiares, su vacío existencial propio del malestar de la cultura en este fin de etapa del capitalismo. Porque, quizá, el que lanza el cóctel Molotov -o insiste en que hay que preparar cajas y cajas llenas de botellas con gasolina- dice que se sacrifica para hacernos más libres pero solamente lanza el brazo porque ha elaborado mal su fracaso, está mal follado, no tiene un plan de vida algo más elaborado o tiene rabia acumulada por una mala relación sentimental (seguramente con sus padres). De lo contrario, las asambleas de desahuciados estarían en la primera línea de la barricada. Y no es así. Las revoluciones son cosas demasiado serias como para no ponernos tensos cuando metemos las manos en ellas.
Todos los cambios sociales que están consiguiendo resultados han renunciado a la violencia activa (que no hay que confundir con no defenderse). Ahí están las diferencias entre Venezuela, Ecuador o Bolivia y situaciones como las del norte de África. Los que quieren convertir el 15-M en un movimiento violento, tendrán que demostrar qué han conseguido ellos antes. Para que no se suban a un carro del que no han tirado y del que sólo les interesa la madera con la que hacer el fuego que caliente su confusión y su hastío.
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