Dignidad iberoamericana frente al Banco Mundial

Dignidad iberoamericana frente al Banco MundialEl Presidente Correa abandona la Cumbre Iberoamericana mientras habla la Vicepresidenta del Banco Mundial, Pamela Cox. Se pregunta Correa ¿por qué tengo que escuchar en un Cumbre de países iberoamericanos la cátedra de una institución que chantajeó a mi país? En especial a la persona que le dijo: sé que necesitas el crédito, sé que os lo habíamos aprobado, sé que habéis cumplido todos los requisitos, pero habéis cambiado la política, y eso sólo lo decidimos nosotros.El Banco Mundial lleva décadas (al menos desde mediados de los 70) obligando a los países de América a abrir sus fronteras, vender su patrimonio, encadenarse a la deuda, reducir el gasto social. Ahí no queda la cosa: se ha creído con el derecho a nombrar y tumbar presidentes, cerrándole el crédito a los países que no se plegaban, presentándolos como "sospechosos" (de manera que se encarecía su deuda), haciendo declaraciones el mismo día de las elecciones (al igual que la embajada norteamericana) recordando a los votantes que determinadas opciones podían significar el "desastre".Las Cumbres Iberoamericanas fueron un invento de Felipe González a mayor gloria de una manera de entender las relaciones internacionales basada en el intercambio de favores económicos entre las élites. Buena parte de los comilitones de González (igual que luego con Aznar) han terminado juzgados, encarcelados o perseguidos por la justicia en sus países. Qué casualidad, igual que las amistades del Rey Juan Carlos, otro "imprescindible" de las Cumbres Iberoamericanas y también del Foro de Davos en Suiza y de las reuniones de la Trilateral.Menem, Collor de Melo, Zedillo o Salinas de Gortari, Carlos Andrés Pérez, Sanguinetti, todos responsables de impedir que América Latina creciera. Hoy, con otros dirigentes, el continente avanza. Pero España, torpe, noqueada, encarcelada en las jaulas de los intereses de las transnacionales, sigue sin entender que la relación con América Latina tiene que ser otra. Felipe González, operador económico de Cisneros (Venezuela) y de Slim (México) parece seguir marcando la pauta de esas absurdas reuniones que solamente sirven para facilitar encuentros económicos entre poderosos y para que alguna migaja caiga en los países más necesitados (Haití quiere incorporarse a la Cumbre, desesperado en su desesperación).

¿Por qué no entiende España que su especial relación con América Latina pasa por poner en primer lugar los lazos sociales, el reconocimiento de los errores y la voluntad auténtica (no pongo "real" para evitar confusiones monárquicas) de encuentro, supeditando las dependencias económicas del sistema a este regalo de compartir la lengua, la historia y la voluntad de emancipación de sus pueblos? Miramos atrás en la historia compartida y nos encontramos con Lázaro Cárdenas y su entrega a los perdedores de la guerra contra Franco, con los exiliados republicanos abriendo editoriales y cátedras por todo el continente, a los abuelos contándole al Che Guevara la guerra de España, a la acogida en España a los exiliados argentinos o chilenos, a los libros de ida y vuelta, a los encuentros literarios y artísticos...Miramos atrás y no aparecen las Cumbres. Tiene razón Chávez: los gobiernos de cumbre en cumbre y los pueblos de valle en valle. Incapaces de reunir a los pueblos, incapaces de organizar foros donde la sociedad hable, incapaces de religar la política institucional con la política en curso en el continente, invitan al Banco Mundial y a la OCDE a que baje línea. Pero América Latina ya no se deja dictar. Y Correa, con muchísimo respeto, abandona la Cumbre para no escuchar a los responsables de tanto dolor en todo el mundo. Evo Morales le secunda. Igual que los 11 países que decidieron no acudir a Paraguay. ¿Qué les ofrecemos con los planes del Banco Mundial o de la OCDE, nuestras cifras de paro, el aumento de la edad de jubilación, la pérdida de derechos sociales, el deterioro de la educación pública, más privatizaciones? No deja de dar vergüenza que en Asunción, uno de sienta más representado por la dignidad de Correa que por la complacencia de Zapatero.

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