¡Unidad, unidad, unidad!

¡Unidad, unidad, unidad!

El grito que resonó en Vistalegre, junto al de ¡Pablo Presidente!, fue el de ¡Unidad, unidad, unidad! La calle sabe cosas que las direcciones olvidan. Como, por ejemplo, que la falta de acuerdo entre las fuerzas progresistas ha permitido al PP gobernar con apenas el 30% de los votos. Los partidos son empresas que buscan maximizar sus votos y que saben que los acuerdos pueden pagarse caros en el mercado del voto. Eso les lleva a menudo a preferir ser cabeza de ratón que cola de león. Esto no significa que valga cualquier acuerdo ni cualquier coalición. De hecho, las grandes coaliciones son un fraude electoral que consuma la comprensión de la política como un acuerdo de élites elegidas por una ciudadanía que ha delegado la política como delegamos a los jardineros el cuidado de los parques. Hasta que se nos caen las ramas a la cabeza.

Este sábado Pablo Iglesias ha escuchado la voz de la calle y otro tanto ha hecho Íñigo Errejón y Miguel Urbán. Y con ellos, los representantes salidos de Vistalegre. Y los círculos, que por vez primera entran en la dirección. Porque Podemos no puede ser más un acuerdo entre números uno, dos, tres ni cinco. Podemos se la juega precisamente en su capacidad por mantener su capacidad de incidir en las instituciones -donde la eficacia tiene que ver con la experticia-, su capacidad de trasladar un mensaje fresco y contundente en los medios y las redes, y su apuesta por una organización más horizontal donde de verdad se empiece a discutir de política. Que ya toca.

La garantía para que eche a andar una nueva etapa de Podemos pasaba por terminar con las refriegas explícitas de los últimos meses y las implícitas del último año. Es verdad que el hecho de que la ciudadanía premie los congresos a la búlgara del PP y castigue las discusiones internas es un resíduo del franquismo y del "no te metas en política" del que no puedes ser radicalmente ajeno, pero no deja de ser cierto que para seguir haciendo pedagogía democrática contra el "sentido común conservador" -lo que inauguró el 15-M- la camaradería entre las caras visibles de Podemos es una ración extra de vitaminas para la gente con ganas de cambio. Eso se ha logrado esta mañana.

España empezó a cambiar. Eso empieza por cambios en la cultura política, donde lo que ayer era aceptable hoy se ve como intolerables, sea que Trillo siga siendo embajador, que se ensalce a una persona imputada por corrupción -aunque muera por problemas de hígado-, que la Infanta se hubiera ido aún más de rositas, que el Banco de España o los ricos de las tarjetas black tengan impunidad o que un Rey pueda aparecer en una cacería rodeado de delincuentes. Los cambios en la cultura política, de los que siempre son portadores las gentes más jóvenes, luego pasa a los periódicos digitales -no  los de papel-, a los partidos políticos y, de ahí, a las instituciones (incluida la judicatura, los periódicos de papel, las radios y las televisiones). Queda mucho por caminar, pero lo difícil, que es que la gente piense de otra manera y doble el brazo a los partidos, ya se ha puesto a andar. Por eso en Podemos no han tenido más remedio que escuchar el "¡Unidad, unidad, unidad!" que rugía desde las gradas de Vistalegre.

Ahora queda por ver si toda la emoción que produce saber que hay acuerdo en Podemos se traduce en una manera diferente de hacer las cosas. Porque hay cinco millones de votos queriendo saber que han votado lo correcto y otros cinco millones a los que hay que convencer de que cambia el gobierno o nos vacían la democracia. Como en 1931 para acabar con el Antiguo Régimen o en 1977 para acabar con el franquismo, hace falta un diálogo entre sectores populares y clases medias para salir del neoliberalismo. Un diálogo que se traduce en un juego de "ganar-ganar", donde sólo pierde el 10%. Que son pocos pero muy poderosos. ¿Entendemos por qué esa insistencia en los grandes medios para que no se escuchara el grito de ¡Unidad, unidad, unidad!? Parece que esta vez no va a ser verdad eso de que la banca siempre gana.