Catalunya: que decidan los Lannister

Catalunya: que decidan los Lannister

Ned Stark es ejecutado en la primera temporada de Juego de tronos. Sin embargo, es precisamente su derrota la razón de su triunfo. La historia que arranca con su muerte es la popularización de lo que es justo y el comienzo de una nueva legitimidad.  Toda la serie tiene sentido porque la crueldad de quienes le ejecutan ensancha el espíritu justo de la política y aumenta la conciencia. En 1936 lo dijo Unamuno en la vida real a los amigos del Partido Popular: "venceréis, pero no convenceréis". Franco se despidió como llegó, fusilando, y los fusilamientos de septiembre de 1975 fueron la prueba más evidente de que más temprano que tarde, el franquismo terminaría en el basurero de la historia.

Ya se sabe que Rajoy llenó Catalunya de independentistas cuando se echó a la calle a recoger cuatro millones de firmas -el diez por ciento de los españoles- contra el Estatut. Luego, un Tribunal Constitucional en donde había colocado a afiliados y afines sustituía al Parlament catalán, al Parlamento español y al referéndum en Catalunya, pateando la Constitución -que no le entrega en ningún lugar a los jueces hacer nuestros estatutos de autonomía-. La estrategia judicial del PP viene de lejos. No en vano, el 100% de sus tesoreros estás imputados por corrupción. Necesitan controlar espacios judiciales para no terminar en la cárcel, y necesitan controlar España para que su condena no se haga efectiva. Por eso, como han hecho siempre, confunden España con sus intereses. Aunque les sobren millones de españoles. Lo dijeron Rafael Hernando y Pablo Casado antes de fotografiarse con Vargas Llosa: los españoles asesinados por Franco no eran verdaderos españoles.

Las cosas que mal empiezan mal acaban. Suárez trajo a Tarradellas para decir Ja sóc aquí y para frenar la victoria de la izquierda. Con esa legitimidad se inventaron el pujolismo. Cuando Artur Más, Junqueras y Puigdemont decidieron jugar la baza independentista no pactada con el único fin de los Convergentes de evitar que ganase la izquierda en Catalunya y olvidar su pasado pujolista, entró en una pendiente que podía salir por cualquier lado porque era una alianza contra natura. Siempre que la izquierda se ha aliado con la derecha ha salido peor que trasquilada. Porque la dirección política del Proces, sea del PdeCat o de Esquerra Republicana, siempre tendrán la baza de pactar con la dirección política del Estado (de hecho, siempre han pactado, sea con el PP o con el PSOE, con la anuencia de la Casa Real que ha vuelto a demostrar que no sabe entender otros tiempos que no sean los de su borbonear), pero la movilización popular que quiere votar está siendo engañada día a día. Si no le piden cuentas a los que les mintieron prometiéndoles que la independencia caería del cielo es porque a Rajoy le vino bien apalear a los catalanes el 1-O para contentar a las fieras que ahora se están despertando. En el referéndum del Estatut en 2006 no votaron más de la mitad de los catalanes. La humillación es una gran movilizadora y el pueblo catalán parece haber olvidado quiénes son los responsables del vaciamiento democrático en Catalunya durante la crisis.

Es de agradecer que el Gobierno catalán no haya declarado la independencia, aunque la forma en la que lo ha hecho tiene maneras de sainete. Pero da igual: iban a declarar la independencia y no lo han hecho. Puigdemont, como los niños que amagan el castigo, pide ahora diálogo entre murmullos, con el comprensible enfado inocente de las CUP. Tensar no ha sido inútil. Es una mano brindada para quien quiera verlo. Pero hay demasiadas anteojeras.

El PP, arengado por locos que viven la política como una suerte de venganza -y no se engañen: ahí está Albert Rivera de Ciudadanos-, y arropado por un PSOE que se está mereciendo seguir la senda de los socialistas franceses, italianos, alemanes o griegos, decide pasar el rodillo del estado para colgar en una pica delante de la sede de de Génova la cabeza de los independentistas. Es decir, dándole al independentismo la legitimidad que aún no tiene. O como me dice un amigo, haciendo verdad la afirmación de que Catalunya no tiene encaje en el marco de España. Profecías autocumplidas por culpa de los mediocres que gobiernan España. Con apenas el 30% de los votos.

Bajará el polvo y entonces veremos todos con claridad los que tienen las ropas manchadas de odio y los que están pidiendo "diálogo, diálogo, diálogo". Los independentistas han logrado, como viene ocurriendo en España desde siempre, que los conflictos políticos y territoriales se conviertan en conflictos europeos (ahí está la guerra de sucesión, la guerra de la independencia, los cien mil hijos de San Luis o la guerra española, mal llamada civil, que existió solo porque Hitler y Mussolini ayudaron a Franco). Europa nunca nos ha querido ayudar sino articular nuestra suerte en virtud de sus intereses. Nadie imagina que un conflicto en Francia o en Alemania lo vaya a solventar Europa. Somos un reino bananero.

Es terrible que el PP, Ciudadanos, Vox y el PSOE entiendan Catalunya no como un reto democrático sino como una manera de ganar votos -o no perderlos- en el resto del Estado. Son esas alianzas de reyezuelos en Juego de tronos que todo lo empeoran. Los independentistas, en una mirada simplista, creen que basta querer romper un Estado para que pase. Ese error de diagnóstico que tanto desesperaba a Marx. Los partidos tradicionalistas (también está aquí Ciudadanos, que quiere sustituir al PP) tienen una idea de España que sigue siendo la de Cánovas del Castillo -España imperial, católica, centralista, monárquica, bipartidista, clientelar y represora-. Podemos está en su soledad diciendo que las declaraciones unilaterales de independencia son demenciales, que el PP está intentado tapar la corrupción, que Ciudadanos está gritando más alto que el PP para que se le oiga (como hizo el PSOE respecto del PCE en la transición), y que el PSOE está asustado porque Sánchez no controla a sus diputados y Susana Díaz habla directamente con Rajoy de española de ayer a español de antesdeayer.

Los catalanes van a terminar votando. Lo sabíamos todos y ahora también lo sabe Europa. Cuanto más tarden en hacerlo, más desconfianza con España. Lo dijo Carles Campuzano, del PdeCat, en el encuentro de Zaragoza: hay otra España con la que pueden hablar. La que quiere dialogar, la que dice que aplicar el 155 es vencer pero no convencer, la que quiere que Catalunya se quede en España pero no de rodillas. Si renunciamos a la política, al final, lo que pase en Catalunya lo va a decidir la economía. La suerte del Proces será lo que hagan las grandes empresas. Y éstas harán lo que les diga Europa. Y como siempre, habremos demostrado nuestra minoría de edad democrática y tendrán que venir de fuera a solventar los problemas que no somos capaces de enfrentar de la manera que siempre, a toro pasado, lamentamos: ¿es que a nadie se le ocurrió empezar a dialogar?