Arcadi Oliveres nos deja dicho: sed buenos, mendrugos.

Arcadi Oliveres nos deja dicho: sed buenos, mendrugos.

Ardadi Oliveres. Un economista que siempre supo que detrás de las cifras había gente. Se nos ha ido y no porque nos hubiera avisado, la tristeza se acomoda. Porque es una tristeza, como él diría, esperanzada. No es esa melancolía que te paraliza y te afloja las tuercas del cuerpo y de las ganas, sino una tristeza cómplice que sabe que el cuerpo es finito, y que por eso se esfuerza por dejar este mundo un poco mejor que como lo encontró. Todos los días desde hace mucho tiempo.

Arcadi era anticapitalista porque sabía que a fuerza de revolucionar los medios de producción en el molino satánico del mercado llegábamos a marte pero se nos morían niños en la costa, y se llenaban de plomo los ríos y de plástico los mares, y se hacían guerras para que se pudieran vender las armas y se desahuciaban a las familias para que los bancos tuvieran más dinero y se permitía a los fondos buitre que arrodillaran a los pueblos.

Arcadi era un hombre tranquilo, pero se enfadaba con los ladrones del tiempo, con ese enfado del que no te compra que una hora de la vida de un rico tiene más valor que una hora de la vida de un pobre. Le indignaba que todas las semanas hubiera un partido del siglo y esa ostentación de días de la patria llenos de generales impotentes que necesitan desfiles para demostrar lo larga que es la boca de sus cañones.

Le indignaba esa España que fusila rosas, obreros y poetas y ensalza a reyes puteros de un puterío aristocrático, a histriones que gritan en las teles y las radios, a aristócratas famosos porque no han trabajado nunca y a tránsfugas del sentido común a los que les huelen los pies, bajo la colonia cara, a franquismo y dictadura.

Arcadi era de una generación de luchadores de toda la vida, que se reían de la frase de Bertold Brecht de los imprescidibles todas las muchas veces que se la dedicaban los discípulos agradecidos, porque lo que hacía no lo hacía por las medallas de un verso o un Ministro, sino porque si no eras digno, tu vida era una mierda y eso era un lujo que no podía permitirse. Imagínate que hay un Dios y cómo le explicas tanto desperdicio...

Con los comunistas, igual que Bergamín, Arcadi iba hasta la muerte. Pero ni un paso más allá. Porque de essotra parte en la rivera era imposible que Arcadi dejará la memoria en donde ardía. Que de los asuntos de lo divino sabían Antígona, Jesucristo, los poetas y los enamorados como Arcadi.

Quería a Catalunya como se quierea un amor prohibido por la autoridad pertinente y le dolía España porque a fuerza de hacerse daño a sí misma se lo hacía también a los demás.

Entendía la justicia como reparación y reconocimiento y le dejaba las cárceles, los castigos, las multas y los linchamientos para los que preferían habitar la venganza que el despliegue del espíritu, ese que hacía crecer la libertad, la igualdad y la fraternidad.

La fraternidad, esa familia amplia y disidente de la izquierda que siempre supo que era la tradición que le había acompañado toda su vida.

En verdad, Arcadi se ha ido lo justo que nos tenemos todos que ir, y en la escuela que deja, en la memoria que regala, en el método de cielo cernido que construyó, ese camino para saber quitar la paja e ir al grano, nos queda la mejor de las enseñanzas: sed buenos, mendrugos.

Que los hombres realmente inteligentes son los hombres buenos. Porque el amor es la más destilada forma de inteligencia. Tanta que esa gente sabia te enseña y no te das cuenta de que te ha convertido en otra persona, que te ha hecho aflorar lo mejor de ti y ellos se ponen rojos solo de pensarlo porque les daría vergüenza hacerte pasar al otro lado del espejo.

Gente que aprendían tanto y se esforzaban tanto sobre todo para contárnoslo precisamente para eso: para que supiéramos después contárselo a otros.

Para ser porque ellos fueron.

Hoy que la primavera trae rayos de sol y despide un invierno feo y solitario, me voy a ir a pasear un rato con Arcadi, que seguro que se ha declarado insumiso del cielo.

Me ha parecido verle levantando con toda la dulzura el puño en una esquina de un barrio entre Nigeria y Casteldefells que está luchando.