Las carga el diablo

Maruja Torres, espíritu libre

En el periodismo necesitan gente brillante, con ideas propias, con criterio, gente con argumentos que critique las injusticias y anime a la contestación, que no se amilane, gente cuya pluma haga temblar a los poderosos. Pero de puertas hacia dentro, el mecanismo de los chiringuitos periodísticos funciona igual que cualquier otro: si trabajas para mi, tú aquí calladito, sumiso y si es posible un punto pelota, que eso nunca viene mal.

Si a ese "brillante" y honesto reportero o columnista se le ocurre hacer uso de su ponderada frescura intelectual para soltar alguna inconveniencia a propósito de la casa donde trabaja, que vaya poniendo la barba a remojar. Tarde o temprano los enamorados de su indómito espíritu libre (cuando de poner a parir a los demás se trata) se la acabarán cortando. La barba.

Maruja Torres no tiene barba pero sí los suficientes redaños para no tragar con lo que no ve claro. Esta semana ha abandonado el periódico donde hace más de treinta años escribió por primera vez. Habían decidido que dejara de opinar, le abrían otras puertas pero ella ha declinado la oferta.

Ejercer la libertad de pensamiento, ser un espíritu libre suele tener un precio muy alto. Solo los coherentes están dispuestos a pagarlo. A los coherentes los llaman insensatos, pero esa insensatez es un supremo placer si uno está dispuesto a pagar el precio. Es mejor quedarse sin follar que acostarte con quien no te gusta. Y a quien invoca que de algo hay que comer yo le digo, como creo que le diría Maruja, que este oficio cobra todo su sentido cuando no se le tiene miedo a las consecuencias de actuar y comportarte tal como crees que debes hacerlo.

En nombre de quienes mueren ejerciendo el oficio periodístico nadie debería invocar la incertidumbre ante el futuro para justificar humillaciones.Yo le debo, por ejemplo, a mi inolvidable amigo y compañero Julio Fuentes, ser coherente hasta el final. Años antes de su muerte en Afganistán, compartí mesa con él en Cambio16  y ya había que hablarle a voces por la sordera que había adquirido en coberturas peligrosas.

Maruja, como recuerda Tomás Delclós, vio morir a Juantxu Rodríguez a su lado en una calle de Panamá abatido por un soldado estadounidense. Eso, creo, marca para toda la vida. Y aunque ella con el carácter que tiene no creo que nunca se haya arredrado, tengo para mi que aquello debió consolidar su convicción de que no hay que amilanarse ante nadie. Y menos todavía ante quienes gastan sus días pisando moqueta.

Eso sí, los vocacionales de despacho y sueldo fijo acaban quedándose y los espíritus libres marchándose. Es el precio. Pero el periodismo es ser testigo, jugársela, contar lo que ves, decir lo que piensas. Tener ese punto de insensatez que tan atractivo resulta a los de las poltronas hasta que es a ellos a quienes les tocas las narices. Entonces tardas poco en entender que más vale que te vayas planteando recoger tus bártulos e irte con tu coherencia, tu dignidad y tu música a otra parte.

Lo que no sé es cómo Maruja Torres ha sido capaz de aguantar hasta ahora, cómo no se ha ido antes.

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