Las carga el diablo

Estoy en Berlín, luego estoy "en casa" según González Pons

Paseo con mi hija mayor, 29, por el barrio berlinés de Mitte, donde hace casi cinco años que se instaló. He venido a visitarla y nos estamos poniendo al día. Hoy nos hemos acordado de aquellos amigos míos cuyos hijos tienen más o menos la misma edad que ella.

Mi amigo Juan Ramón y su mujer, le cuento, dividirán sus vacaciones de verano entre Francia y Suecia; su hija mayor trabaja en Estocolmo y el pequeño en París. José Manuel y Pilar tienen ya los billetes para Bangkok: 15 días en agosto con su hija pequeña, que lleva allí seis meses y le quedan otros tantos. La mayor está a punto de aceptar una oferta en Australia; Enrique tiene a su hijo en Argel, Gregorio en Bruselas...

Yo a mi hija la veo contenta con su trabajo y con su vida aquí en Berlín, la verdad. Y para mí supone un alivio que sea así, pero me niego a aceptar, no puedo tolerar de ninguna manera que eso sea utilizado como coartada por el gobierno del pp para aliviarse ellos, para minimizar la importancia de su incompetencia a la hora de ofrecer oportunidades profesionales a la juventud, para trivializar el trágico e incesante goteo que está vaciando las ciudades españolas de sangre joven.

González Pons tendría autoridad moral para argumentar que trabajar en la Unión Europea es trabajar "en casa" si a continuación pudiera añadir que hay muchos jóvenes noruegos, suecos, alemanes y holandeses que también trabajan en España. Pero la libre circulación de profesionales se produce en un solo sentido: nuestros hijos se están largando y en España no se instala ni dios porque, además, con la que tenemos encima... sólo faltaría eso. Hay muchos que volverían apenas pudieran pero falta sitio, falta actividad, faltan oportunidades.

Esa entregada Fátima Báñez a quien se le llena la boca hablando de movilidad exterior; esa orgullosa Aguirre, ufana ella de lo bien y mucho que valoran a nuestros jóvenes talentos en otros países... una y otra pasan sospechosamente por alto la tragedia que supone vaciar las universidades, las empresas y los laboratorios españoles de gente joven que pueda perpetuar una excelente siembra de decenios hecha ahora añicos en cuatro días. Un destrozo dañino y cruel para las generaciones que vienen detrás. Una ruina.

Escucho estos días en Berlín conversaciones entre jóvenes treintañeros... Hablan de sus problemas en el trabajo, no de sus problemas para encontrar trabajo. Hablan de los precios de los pisos, de turnos, de libranzas... Algunos incluso se han casado ya y pasean en carrito, tanto por las calles de Berlín como por las de media Europa, bebés alemanes, holandeses o noruegos cuyos abuelos son españoles, italianos o portugueses.

No están de paso, no han ido a formarse como argumenta el irrepetible Wert. Han ido para quedarse durante mucho tiempo. Para gastar allí sus horas, su capacidad, su formación: su vida.

A los centros de trabajo, a las industrias, a las ciudades españolas cada vez les faltan más jóvenes bien formados que hablen idiomas, que tengan imaginación, energía y ganas de prosperar. Los teníamos pero han huido. Habíamos invertido en ellos pero esa inversión está siendo rentabilizada por otros países que los reciben con los brazos abiertos, encantados de no haberse tenido que gastar ni un céntimo en su formación.

Ni ellos se esperaban un chollo tal, ni nosotros tal desmadre. Sobre todo porque estos insensatos que nos gobiernan ven cómo nos vamos hundiendo y siguen actuando como entregados palmeros de aquellos que nos ponen el pie encima a ver si nos ahogamos del todo.

Claro que según González Pons, siempre nos quedará Alemania, que es como "estar en casa".

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