Corazón de Olivetti

Ponga un yihadista en su vida

 

La policía parece contar con una importante prueba contra la supuesta célula yihadista detenida en Algeciras: sus integrantes eran pésimos pilotos de aeromodelismo, según revela el video encontrado en un garaje. Si ese es el principal indicio con que cuentan nuestras autoridades contra esa presunta organización armada, apaga y vámonos. Los muyaidines lo mismo celebran en casita el fin del ramadán el próximo 19 de agosto. Ojalá que no sea así por dos motivos: porque contemos ya en nuestro país con unidades verdaderamente eficaces para defendernos de dicha modalidad terrorista sin confundir los detergentes con los explosivos y, en primer lugar, porque no se vulneren a capricho las garantías del Estado de Derecho no más se cruce un Corán bajo la lupa de nuestros investigadores. Inch Allah.

El actual Gobierno debiera recordarlo al dedillo porque su partido sigue sin creerlo: en España, padecimos aquel 11 de marzo de 2004 uno de los atentados más trágicos que se han cometido usando el nombre de Alah en vano. Nos hace falta un arma poderosa para combatir a ese fanatismo: rigor en el análisis y chivatos cojonudos. Y a pesar de que existen profesionales como la copa de un pino que se afanan en seguirles la pista,  la enumeración de nuestros fracasos en eso que llaman terrorismo global parece mucho mayor que la de nuestros aciertos. Ahora, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, reclama cambios en la legislación española para hacer frente a ese reducidísimo cupo de musulmanes que no están muy de acuerdo con que la palabra Islam signifique paz. ¿Qué cambios? ¿La patada en la puerta de las medersas? ¿O la legalización del sinfín de mezquitas clandestinas que siguen existiendo en este país porque la xenofobia al uso no permite la construcción de dichos templos con todas las de la ley? ¿O vamos a usar esa amenaza cierta como una simple coartada reaccionaria? El miedo guarda la viña, rezan los clásicos.  Ponga un yihadista en su vida para reforzar los retrocesos en materia de garantías que venimos sufriendo desde que la gente de orden volvió a La Moncloa.

Más que cambios en la ley, que se supone que tendría que ser igual para todos, nos convendría pertrecharnos de recursos fieramente humanos. ¿Con cuantos arabistas contamos para estos perejiles? ¿Cuántos musulmanes de origen árabe o bereber prestan servicios al Estado como infiltrados en esas redes? O, a otro nivel, ¿qué hacemos para resolver asignaturas pendientes como Palestina o la miseria y la desesperación como la mejor munición para ese crimen?  El gran éxito de Al Qaeda fue el mismo que el de El Empecinado. Y de eso entendemos en España: un ejército regular lo tiene crudo con una guerrilla. Y no vale con reforzar Rota como cuartel de referencia para el Africom que Estados Unidos pretende desarrollar a partir de la base marroquí de Tan Tan.

El ministro Fernández Díaz habla de la importancia del Sahel en esta lucha, como si de buenas a primeras le quitase la cartera de Defensa a Pedro Morenés. ¿Vamos a cambiar también ahí la geografía política de Africa, como ya estamos haciendo con las legítimas primaveras árabes o el incalificable otoño libio? A pesar de que la ONU no cree que existan motivos para la retirada de cooperantes en los campamentos saharauis de Tinduf, quizá la orden cursada en tal sentido hace un par de semanas por nuestro Gobierno obedezca a ese nuevo idilio telefónico que parecen vivir  Mariano Rajoy y Barack Obama. ¿No nos estaremos preparando para una de esas operaciones guerreras que gustan lo suyo durante la última década, que tanto dinero mueven y que tan pocos resultados objetivos ofrecen? En cuanto toquen retreta en Afganistán y en espera de lo que ocurra en Siria, lo mismo el cornetín de órdenes se oye en Mali, en Mauritania o en nuestros desiertos más próximos.

Allí, la llamada Al Qaeda del Magreb Islámico lleva operando a modo desde hace mucho tiempo, a partir de organizaciones que ya existían antes. Ese es el caso del célebre Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, surgido precisamente en Argelia a partir de la guerra civil que desencadenó la suspensión de las elecciones en 1991 y el pulso contra el Frente Islámico de Salvación que en cierta medida todavía dura. A dicho grupúsculo se le atribuyó el sangriento atentado contra el hotel Atlas Asni de Marrakech, en el que murieron varios turistas españoles, y también estuvo detrás de los atentados de Casablanca de mayo de 2003. Ahora, han sumado fuerzas con otras organizaciones al uso aunque afortunadamente no lleguen aún a la precisión de la maquinaria mortal que dirigiese el finado Bin Laden.

Si se confirma ese nuevo teatro de operaciones, a lo peor serán los polisarios quienes estorben en ese nuevo mapa que al otro lado del Estrecho estamos dibujando los occidentales, con la complicidad de algunos aliados del Golfo que practican la religión de los petrodólares. Cualquier día, lo mismo nos sorprenden con el albur de que la agnóstica República Arabe Saharaui Democrática está llamando a la guerra santa y les enchironan a todos por reclamar la autodeterminación que se les hurta desde hace veinte años. Ese, por cierto, es un atentado contra la democracia que no suele recogerse en la historia reciente del terrorismo que practican muchos estados, no siempre de guante blanco.

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