Corazón de Olivetti

La FAES no tiene precio

El buen contribuyente no entiende el estupor de que el Gobierno recorte a la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, el think tank del Partido Popular, un tercio menos que a la Fundación Ideas del PSOE. Ya quisieran los ideólogos socialdemócratas contar con el marchamo internacional del presidente de la FAES, que no es en este caso el acrónimo de una cooperativa farmacéutica vasca sino el refugio del guerrero del ciclón de las Azores, José María Aznar, que acaba de publicar el primer volumen de sus memorias. Es tal la influencia de dicha obra visionaria que, en las próximas fiestas navideñas, puede hacerle sombra al libro del Papa sobre la infancia de Jesucristo. Incluso la búsqueda del tiempo perdido que ha emprendido el presidente de la libreta azul ya cuenta con alguna desternillante parodia apócrifa en internet, lo que le convierte sin duda en trending topic de la levedad del ser.

El ministerio de Asuntos Exteriores, un nido de rojos como se sabe, sólo le ha dejado medio millón y pico de euros para promoción de la libertad y de la democracia en países en desarrollo; para el fortalecimiento de los partidos políticos en esas mismas naciones, para la promoción de las reformas políticas y divulgación de los valores de la cooperación internacional en los países donantes. En este último aspecto, justo es reconocer que la FAES no ha tenido mucho éxito, ¿o si?: España, que era uno de los países donantes, por ejemplo, ha dejado de serlo al suprimir de un plumazo todos los fondos de cooperación que anteriormente otorgaron las denostadas ministras Leire Pajín y Bibiana Aido.

Medio kilo de subvención apenas son nada para hacernos competitivos en las olimpiadas de la contención del déficit. Máxime, teniendo en cuenta que el año pasado los seres pensantes del liberalismo conservador de España contaron con uno entero en esta misma materia; lo que, sin embargo, no les sirvió de gran cosa para luchar contra el populismo radical de Hugo Chávez, que volvió a ganar las elecciones en Venezuela, o contra el integrismo islámico, cuando partidos más o menos afines a dicha corriente ya gobiernan Marruecos, Túnez o Egipto, tras unas primaveras árabes que como bien atina Pedro Martínez Montávez, van camino de convertirse en otoño.

Teniendo en cuenta que la FAES confiesa unos presupuestos aproximados a cinco millones de euros, quinientos mil tampoco es un Potosí para luchar contra la penetración del comunismo chino a través de sus bazares o para derrocar definitivamente al castrismo enviando probablemente a Cuba un invencible ejército de conductores sin puntos. Una fruslería, cuatro perras gordas, sin duda, sobre todo, después de que no existan pruebas de que la FAES hubiera recibido una donación privada de 1,8 millones de euros en la trama del Petit Palau de Barcelona, tal y como pensaba la Brigada Anticorrupción de la Policía.

Fuere como fuese, la FAES no tiene precio. Allí ya escuchamos al ahora ministro Wert vaticinar en 2010 que "la comunidad educativa no puede ser democrática". O comprobamos como su secretario general, Jaime García Legaz, exigía un mayor esfuerzo a los trabajadores del sector sanitario para que trabajasen más y nos ahorrásemos interinos; antes de privatizar, claro está, la gestión de nuestros hospitales públicos. De allí tuvo que salir la brillante idea de que nuestros jóvenes emigraban por su altísimo espíritu aventurero. O, a través del ideario de Marcello Pera, de sus reclinatorios nació el órdago postular a la religión como una pieza clave del currículo escolar: ante la falta de fondos para I+D+I, ¿quién en su sano juicio puede despreciar una novena a Santa Rita o una peregrinación a Lourdes?

Allí, a su vez, escuchamos decir a Aznar –el primer Despiderman, melena al viento--, aquella máxima de que "el estado del bienestar es insostenible". La FAES, en cambio, se sostiene. Con fondos públicos, privados, o medio pensionistas. Por eso, seguramente, sigue fomentando también desde La Moncloa el estado del malestar en que estamos inmersos.

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