Corazón de Olivetti

Susana Díaz, la chica de la casa de al lado

Ahora que ha logrado sorprender a sus adversarios y desconcertar a sus enemigos, ¿qué decir de Susana Díaz, flamante secretaria general del PSOE de Andalucía, que no suene a genuflexión o botafumeiro, en estos tiempos extremos de ojana o de linchamiento?

Quizá ya no parezca aquella dama de hierro que ejerció como segunda de a bordo de José Antonio Griñán; ni siquiera ahora que asegura, sin paliativos, que es ella quien va a dirigir el partido y a gobernar Andalucía tal y como hicieran, por cierto, sus predecesores sin que nadie le llamase entonces tan poderosamente la atención que simultanearan ambas funciones. La imagen que desprende más allá de la pomada política y mediática no es ya la de "Susi enfurecida", como la parodiaban en twitter durante el proceso de primarias. Ahora viene a ser la chica de la casa de al lado, alguien de confianza, una de los nuestros, aunque quizá haga falta averiguar quienes son los nuestros.

En muy poco tiempo se ha granjeado una popularidad que ni siquiera imaginaban sus partidarios, pero habrá que ver cómo terminará por afectar a su actual crédito la ardua tarea que le queda por delante, desde la acuciante situación a la que se enfrentan los ayuntamientos o el encaje de bolillos de unas cuentas públicas a la que le faltan ingresos suficientes como para poder mantener al nivel actual programas tan críticos como el de la aplicación de la ley de dependencia. La palabra renta básica, banco de tierras o banca pública, figurarán si o si en la hoja de ruta de un gobierno que pretende recobrar parte de la credibilidad perdida de la izquierda.

Pura ambición. Es lo que algunos siguen viendo en esta lideresa rampante, como si ninguna otra persona que esté en la vida pública experimente esa virtud o ese defecto. Muchos otros, sin embargo, le reconocen su cercanía, un discurso claro y sin fisuras al que no le hacen falta notas a pie de página. Ahora, sólo precisa del refrendo de los hechos para meterse en el bolsillo a propios y extraños pero, de momento, eso sí, le está prestando un formidable balón de oxígeno al que fuera el partido hegemónico de la izquierda sociológica de este país y que se encuentra en claro riesgo de perder dicha primacía política. Si Susana Díaz es capaz de pasar de la tesis a la praxis y de las musas al teatro, revalidando en las urnas su presidencia sobrevenida, el PSOE podría encontrarse, a medio plazo, ante la protagonista de un nuevo Suresnes del siglo XXI.

Tampoco hay que correr tanto. Esa no es la próxima estación de esta mujer cuyo objetivo no tiene más remedio que ser Andalucía y no Ferraz o La Moncloa. No se cansa de repetir que quiere orear el Palacio de San Telmo y que el aire de la calle siga llegando a su despacho. No lleva ni cien días al frente de la Junta andaluza y se ha entrevistado con medio censo, tanto en el plano público como en el privado: empresarios y sindicalistas, alcaldes del PP, socios de IU, poetas o cantantes, líderes vecinales, periodistas no siempre afectos, mujeres combativas o resignadas. Entre otro paisanaje bien diverso, en una ronda de contactos más propia del añejo espíritu de la transición que de estos tiempos tan sectarios.

Ya hace mes y pico se metió en el bolsillo incluso a los del siete cuando confirmó su alternativa en Madrid, en uno de esos foros de opinión en donde los voceros de la derecha suelen despellejar a los del PSOE antes de escucharlos siquiera. Su discurso, entonces, resultó tan inesperado, tan jacobino en cuanto a una concepción global del Estado que Rosa Díez debe estar tentándose la ropa y ni siquiera faltó quien ironizara con la posibilidad de que Susana Díaz liderase al PSOE y al desorientado PP de Andalucía al mismo tiempo.

"Debo decir que soy de izquierdas, profundamente de izquierdas", declaró la presidenta y ahora secretaria general ante un foro de la Cadena Ser en Sevilla, pocos días después de que varios militantes de Izquierda Abierta o de Primavera Andaluza, criticasen en un manifiesto su aparente derechización. Su foto finish ideológica sobrevendrá por la vía de los hechos y no por la vía de la retórica, al menos en aspectos como los de la igualdad, la educación, la cultura y la salud de los que ha hecho bandera.

El Gobierno que preside en Andalucía, mediante una coalición con Izquierda Unida cuya ruptura tendrán que gestionar antes de las próximas autonómicas, viene estando marcado desde sus inicios por la gestualidad. Y es que es complicado tener vida propia sin apartarse del redil de la contención del déficit, un dogma que su propio partido junto con el PP incluyó de rondón en la Constitución --con estivalidad y alevosía-- durante el último verano de ZP en La Moncloa.

Algo es algo, dice el PSOE y dice IU: a pesar de que los recortes han afectado a todas las consejerías y a todos los servicios públicos, pese al paro galopante, el pulso con Madrid y los presupuestos estrangulados, la Junta viene transmitiendo la idea de que al menos está intentando salvar los muebles del viejo estado del bienestar. No es suficiente, claro. Pero algo menos da una piedra y, desde luego, su eco popular está muy lejos de la arrogancia de José Ignacio Wert, de la calle es nuestra de los ministros de Interior y Justicia, del abrigo de pieles de Ana Botella supervisando la reanudación del servicio de limpieza en Madrid; lejos del deportivo conyugal en el garaje de Ana Mato o de ese rey plasmado que sigue siendo, contra viento y marea, Mariano Rajoy, a dos años de su toma de posesión como presidente del gobierno y cuando un juez instructor ya ha diagnosticado la existencia de caja B en Génova.

Susana Díaz también se quiere lejos de los ERE fraudulentos y de momento ha desbrozado los equipos de su gobierno de cualquier persona que pudiera tener una relación directa con tamaño escándalo de corrupción y podredumbre. Ahora, como secretaria general del PSOE de Andalucía, podrá hacer otro tanto en el interior del partido. Sobre todo, porque nadie le tose, porque ha logrado una indiscutible autoridad interna al sur de Despeñaperros como nadie desde, si me apuran, los viejos tiempos de Felipe González y de Alfonso Guerra.

Seguro que sabe que a pesar del éxito alcanzado en el congreso extraordinario de Granada, el humo sólo suele venderse una vez. Y que tiene en sus manos una oportunidad histórica. La de que su partido responda, después de mucho tiempo, a las enormes expectativas y exigencias de quienes le votaban. Y de quienes pueden volver a serlo si la chica de la casa de al lado –esa a la que entiende todo el vecindario-- no les decepciona. Hoy por hoy, en gran medida, muchos de sus votantes y simpatizantes siguen viviendo, descorazonados, en la antigua calle del desencanto. Le queda mucha faena para lograr que se muden al bulevar de la esperanza. Pero, ¿quién dijo miedo?.

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