Corazón de Olivetti

Grecia en llamas

Nada que ver con el incendio de 2009 que llegó a las puertas de Atenas. Syriza, inicialmente una coalición de trece partidos de izquierdas que surgiera hace apenas un trienio, le ha metido fuego a la doctrina de la austeridad como un dogma europeo. Y, en el país que inventó la democracia, puede patentar un modo diferente de sortear la crisis. A pesar de que la libertad de prensa también ha sido víctima de sus recortes y no simpatiza en demasía con sus propuestas, esa izquierda griega sustituye por votos las llamas de las revueltas vividas en Atenas al inicio de la crisis. A sangre y fuego, el electorado griego, en cualquier caso, participa de la idea de que hace falta que alguien le rescate de sus rescatadores.

Aquella operación de urgencia acometida por la Unión Europea y que precedió a otros procedimientos similares, sobrevino cuando los socialistas del hoy minoritario Pasok –entre un 3 y un 5 por ciento en expectativa de votos, después de obtener mayoría absoluta en 2009--, se dieron cuenta de que los conservadores habían falsificado las cuentas públicas, con la ayuda del banco de negocios Goldman Sachs. Su deuda era un gigante y no un molino.

Atada de pies y manos, la población griega afrontó un rescate marcado por las privatizaciones y por la pérdida de soberanía cuyos brotes verdes tardan en florecer y que hasta ahora sólo parece vislumbrar una tímida recuperación en el ámbito de la macroeconomía. Nada raro si se tiene en cuenta que, desde el rescate, el Producto Interior Bruto cayó en un15 por ciento, confirmando la tendencia al desastre que ya suponía la caída del 26 por ciento durante los años anteriores. La caída de los salarios –un 13 por ciento en los últimos años, después de haberlos reducido en un 20 con anterioridad—se relaciona con el recorte del gasto social en un 23 por ciento y de la inversión en un 75. Grecia –junto con España—encabeza el ranking del paro europeo que, en su caso, ha pasado del 8 al 25 por ciento, mientras que el riesgo de la exclusión social alcanza al 36 por ciento de la población que, con anterioridad, no se preguntó nunca por qué no pagaban determinados impuestos ni cómo podían obtener determinados servicios públicos con un gratis casi total en su política fiscal.

Los socialistas pagaron caro en Grecia haber dado la alerta sobre la situación real del país y haber hocicado con las condiciones del primer rescate comunitario, habida cuenta de que los préstamos convencionales hubieran dinamitado la economía del país. Sin embargo, ni siquiera una quita importante de la deuda griega, aceptada a regañadientes por Alemania como primer paso de un segundo rescate, ha logrado que los griegos vuelvan a respirar tranquilos. La antigua patria de Pericles, veintiséis siglos después, aparece estrangulada por unas exigencias leoninas que no sólo afectan a las grandes políticas públicas, sino a la pequeña vida cotidiana, como reflejan las últimas novelas de Petros Markaris. Del recorte de sueldos a los funcionarios se pasó al despido de decenas de miles de empleados públicos, con las consiguientes subidas de impuestos, aumento de la edad de jubilación, reducción de sus pensiones, perdida de derechos laborales, impuestos incluso para las rentas más bajas y drásticos recortes en sanidad y educación. A pesar de ello, si en 2010 la deuda suponía el 148 por ciento, hoy alcanza el 174. Una intriga difícil de resolver incluso por el depauperado comisario Jaritos.

El partido Nueva Democracia, fundado por Konstantino Karamanlis en 1973, volvió a gobernar desde 2012 la nación cuyas cuentas había celosamente ocultado con anterioridad. Liderado por Antonis Samarás, que ha ido girando a la derecha a medida que crecían las simpatías del electorado respecto a Syriza, la potencia de su discurso se centra en el sangre, sudor y lágrimas, así como en el apocalipsis que atribuye a sus rivales y su estrategia para superar los aciagos sondeos se centra en buscar el voto de los indecisos. Su fotografía electoral junto a Mariano Rajoy no parece haberle ayudado mucho a pesar de que el inquilino de La Moncloa aparezca en la orla de empleado del mes por parte de los principales actores del austericidio europe: ¿cómo tomar ejemplo de una España que partía de una tasa de paro similar a la griega pero cuyo único éxito hasta ahora en dicha materia es la precarización de los nuevos contratos que distan mucho de constituir un empleo más o menos sólido, a la vieja usanza?

Evangelos Venizelos, líder del socialdemócrata Pasok y vicepresidente del Gobierno de coalición con Nueva Democracia, no tiene en cambio ni quien le escriba ni con quien fotografiarse. Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, no ha aprovechado las ofertas de vuelos baratos a Atenas y es el único líder de nuestro país que no ha hecho turismo a la campaña electoral griega. Alexis Tsipras, el candidato de Syriza, también ha pasado por el photo call español, de la mano de Pablo Iglesias, de Podemos, y de Izquierda Unida, Cayo Lara, que se disputaron el papel común de compañeros de viaje de sus propuestas alternativas. Frente al más de lo mismo de Nueva Democracia, la hoja de ruta que ha presentado como programa incorpora un factor político de primer orden: la esperanza, menos ensombrecida que impulsada por el fantasma de la salida de Grecia del euro, enarbolado semanas atrás por Angela Merkel y la prensa alemana.

Su 'Programa de Salónica', que Syriza postula como la piedra angular de su futuro gobierno, preconiza una reforma del Estado para abaratar sus costes y mejorar su eficiencia, junto la lucha contra la crisis humanitaria y frente a la exclusión, menor presión fiscal sobre las clases medias y reformas laborales al alza con el restablecimiento del salario mínimo interprofesional en 750 euros, todo ello sumado a una reestructuración de la deuda pública en el territorio de la Unión. Incrementando el papel del BCE, hasta ahora supeditado por lo común a los intereses del Bundesbank alemán. Cuando la derecha alerta sobre el fantasma de las pretendidas pero complejas nacionalizaciones que pregonan los izquierdistas, quizá olvida que las privatizaciones de servicios públicos tan rentables como el transporte ferroviario, se produjeron bien recientemente y a precios de saldo. Grecia está de rebajas y un selecto club de privilegiados adquiere a precios de ganga desde islas y playas al servicio de suministro de aguas, minas de oro y lotería, junto con edificios públicos, incluyendo ministerios o las antiguas infraestructuras olímpicas.

Tsipras insiste en que, de resultar ganador, mantendrá a Grecia en la eurozona y garantizará la estabilidad económica con la troika de acreedores en la que tiene mucho que ver y que decir el Fondo Monetario Internacional y esa Alemania que sigue suscitando resentimiento en Grecia, hasta el punto de que una de las claves electorales de hoy es que a dicho país se le perdonó el 50 por ciento de su deuda tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, lo que le permitió dinamizar su economía.

La caricatura de Syriza desde la bancada conservadora le retrata como una suerte de nueva Venezuela o Corea del Norte. Sin embargo, su práctica política allí donde ya gobierna se aproxima más al modelo Robin Hood: menores impuestos para las pymes y mayores para los bancos y las grandes compañías. Hasta ahora, su praxis acredita el posibilismo de sus propuestas.

La izquierda griega no parte sólo del castillo en el aire que hoy por hoy refleja el caso de Podemos en España, sino que se asienta en la gestión autonómica de la Ática, la zona más poblada del país, o de las Islas Jónicas, con el control, a su vez, de un 20 por ciento de los municipios. Desde medidas concretas contra la pobreza energética de 40.000 hogares, mayores ayudas de emergencia social o la controvertida negativa a despedir más funcionarios, han logrado congeniar la simpatía de médicos voluntarios que atienden los depauperados servicios públicos de salud frente a la doctrina gubernamental que ha llegado incluso a menospreciar los tratamientos contra el cáncer, salvo en fase terminal, incrementando los costes de servicios básicos, desde la realización de radiografías a la atención al parto.

Tal vez, el futuro político de Grecia no sólo estribe en quien gane estas elecciones sino en los apoyos que pueda encontrar en caso de que los necesite para formar gobierno. Como tercera fuerza política, se mantiene Amanecer Dorado, el partido neonazis que volvió a crecer un 3 por ciento en las elecciones europeas del año pasado, a pesar de que su líder Nikos Mihaloliakos, junto con nueve de sus diputados, se encuentran en prisión preventiva acusados de asociación criminal y agresiones físicas. El resto es testimonial y se mueve entre un 4 y un 7 por ciento de expectativas de voto: el partido centrista To Potami, los socialistas del Pasok y los comunistas del KKE.

La victoria o la derrota de Grecia, en cualquier caso, se producirá el día después de las elecciones. El FMI, de hecho, suspendió en diciembre la ejecución del sexto pago del rescate a Grecia, que había comprometido con Nueva Democracia, hasta que se conozcan los resultados de los comicios, siempre y cuando el partido ganador mantenga el proceso de reformas, muy especialmente en lo que concierne al adelgazamiento del sector público y la política salarial. Frente al ajo y agua que les viene de Europa, los griegos prefieren releer a los clásicos: "La libertad estriba en ser dueños de la propia vida", proclamó Platón que, lamentablemente, no se presenta a estas elecciones.

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