Corazón de Olivetti

Grecia empieza en La Moncloa

A la izquierda griega que aglutinaba Syriza ha terminado por dividirla el rescate que no cesa y la aparentemente inevitable genuflexión ante las tropas de la austeridad impuesta desde Alemania a través de la Unión Europea. A la izquierda española ni siquiera le hace falta ese fracking provocado por el desgaste de ocho meses al frente de un gobierno acosado por las deudas del pasado, por los errores del presente y por el fallido intento de cumplir sus compromisos electorales. Aquí, Grecia empieza en la conquista de La Moncloa, y la izquierda española va dividida de serie, mientras que la derecha de siempre, la que vota al PP con o sin una pinza en la nariz, vuelve a cerrar filas con Mariano Rajoy quizá por temor al retorno de las hordas marxistas, parece incluso haber conjurado la peligrosa competencia de "Ciudadanos". Al menos, eso parece deducirse de las encuestas, aunque el CIS sigue vaticinando un empate técnico entre el PSOE y los populares.

Al Este del régimen, como insisten en definir al bipartidismo en la Escuela de Verano de Izquierda Anticapitalista en La Granja, lo que queda actualmente es un pulso por la medalla de bronce y, al menos, por no verse desplazado Podemos del podio nacional, ante sus propios errores de gestión o de imagen pero también, muy principalmente, por la clamorosa presión mediática y política de sus detractores políticos y mediáticos.

¿Por qué habrá dimitido en realidad Alexis Tsipras, convocando unas nuevas elecciones generales en Grecia? Se supone que por su rendición de Breda ante la política de rescate de la Unión Europea, la privatización de aeropuertos y otros servicios hasta ahora públicos. Sin embargo, ¿no hubiera merecido la pena que dimitiese por esa visión terrible de los antidisturbios de su país y de Macedonia agavillando niños refugiados, entre escudos, cascos con viseras y defensas contundentes? Claro que sería por otra parte impensable que nuestro presidente, por ejemplo, dimitiera por su negativa a aceptar la cuota de refugiados que nos pretendió asignar Europa. Ni siquiera lo hará Rajoy por otros motivos tan contundentes como los supuestos de corrupción que cercan a su partido.

La Unión Europea, por su parte, es una marquesona bienpensante que escatima el dinero a sus inquilinos e intenta evitar que entren hasta la salita los pobres de solemnidad a los que, por no se sabe qué cálculos estratégicos del nuevo orden mundial, arrebatamos domicilio, empleo, historia y dignidad. Se desconoce qué monstruo estamos creando pero no se parece en absoluto al sueño de la razón que empujó a la fundación de esa nueva Europa.

Así que, bajo semejantes premisas, será bastante probable que Angela Merkel respire por esa nueva convocatoria electoral en Grecia, cuando cada vez menos diputados del Bundestag respaldan los programas de rescate que siguen permitiendo a Grecia pagar sus deudas adquiridas. Es cierto que Tsipras tenía cada vez menos apoyo en esta trinchera, pero tampoco la mayoría de gobierno en Alemania las tenía todas consigo ante la evidente deserción de votos en su parlamento.

Tsipras pretende ganar de nuevo en Grecia, aunque lo va a tener crudo con la previsible ascensión de sus excompañeros escindidos y a los que ahora cobija la Unidad Popular. En todo caso, podrá vencer y reeditar gobierno con otros aliados. Sin embargo, ya difícilmente podrá seducir porque los votantes griegos –y es posible que los del resto de Europa—intuirán que la utopía podrá alzarse con la victoria en unos comicios pero no va a ser fácil que consiga hacerlo en la vida cotidiana. Muy al contrario, la extrema derecha europea tiene cada vez más claro que podrá aplicar sus programas radicales por los vientos a su favor que corren por las urnas.

¿A qué conduce esa percepción? A que el neofascismo continental puede conseguir más con la utilización de las plataformas de poder que le brinda la democracia, que con la supresión de la misma. En cambio, la izquierda que no sea posibilista, pragmática, conservadora, etcétera, terminará preguntándose qué hace una chica como ella en un sitio como este, donde la globalización mercantil ha terminado encadenando los sueños que no comulguen con sus ruedas de molino.

A esa Europa que respira aliviada por la dimisión de Tsipras como antes lo hizo por la retirada de su archienemigo Yanis Varufakis, debería preguntarse qué ocurrirá tras las próximas elecciones griegas. Quizá, si queda algo de sensatez en los viejos pasillos comunitarios, las autoridades deberían atender la alerta planteada por Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional. A su juicio, habría que aplicar una quita importante a la deuda griega si queremos que el tercer rescate tenga éxito ya que el próximo año superará el 200% de su PIB.

"Mantengo con firmeza la visión de que la deuda de Grecia se ha vuelto insostenible y el país no podrá restaurar la sostenibilidad de la deuda sólo a través de acciones propias", afirmó Lagarde, pero mientras tanto el Banco Central Europeo y el Bundesbank siguieron pendientes de las primas de riesgo, mientras que el Gobierno alemán, por boca de su superministro de Finanzas Jürg Weißgerber, aseguró que es imposible cualquier alivio del débito heleno en la eurozona, al menos a la manera tradicional.

De no suprimir imaginativamente algunos dígitos de su saldo rojo, Tsipras no obtendrá mayoría suficiente y Grecia volverá a ser una jaula de grillos. Así que la estabilidad comunitaria por la que tanto suspiran los contables se convertirá de nuevo en una larga sucesión de arenas movedizas. La otra alternativa es que la abstención y el desencanto regalen la victoria a los liberalconservadores de toda la vida, los mismos que falsearon las cuentas griegas y que aplicaron las primeras reformas tan impopulares. ¿Qué será de la otra izquierda en una Europa en cuyos últimos cuarenta años surgieron organizaciones armadas como Brigadas Rojas, Baader Meinhof o GRAPO? Quizá la férrea Alemania debiera considerar el hecho de que, de seguir apretando el cuello de los más vulnerables, nadie puede excluir, como en un célebre verso de Angel González, que alguien escuche "vamos a las armas" cuando en realidad hayan gritado "vamos a las urnas".

España no es Grecia ni va a serlo como preconizan los profetas del apocalipsis de ganar la izquierda sola o en compañía de otros. Ni el PSOE se parece definitivamente al PASOK y Pedro Sánchez hasta podría lograr que resurgiera de sus cenizas. Lo único que hoy por hoy nos asemeja al caso griego es esa estúpida división entre aquellos que debieran apostar por conquistar el máximo de lo posible en materia de derechos y de libertades, pero que hacen sin embargo lo imposible por evitar ir juntos a unas elecciones en que podrían demostrar si lo de Tsipras es un caso aislado, un caso perdido o un ejemplo del que aprender aciertos y errores. Declaraciones, exabruptos, incluso bofetadas, en las últimas semanas. Aumentadas, desde luego, por la lupa de unos medios que ponen sordina a los desvaríos neocons. Pero de seguir así las relaciones entre Podemos, Ahora en Común y plataformas similares, no hará falta ningún vocero de la FAES para destruir la esperanza de quienes creen que otra España y otra Europa aún son posibles.

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