Corazón de Olivetti

La soledad de Pedro Sánchez

A primera vista, cualquiera puede discutir si la soledad de Pedro Sánchez es la del corredor de fondo o la del miedo del portero ante el penalti, por citar de pasada dos obras maestras de la literatura y no por pereza a la hora de encontrar otras metáforas. En cualquier caso, está solo. Solo ante el peligro. Visto lo visto durante las dos últimas semanas, parece haberse decretado su caza y captura, un linchamiento político y mediático cuyo alcance puede ser de aúpa.

Ya lo hemos visto en casos anteriores cuando algún ministro --y, sobre todo, alguna ministra-- se apartaba de la ruta impuesta por quienes también parecen imponer la agenda informativa. No se trata, perdonen, de una nueva teoría de la conspiración sino de una evidencia que puede consultarse en hemerotecas, fonotecas y videotecas de este país donde se endiosa a los mangantes de orden y se vitupera a quienes se atreven a moverse de la foto fija, del guión ensayado, de las matemáticas bursátiles.

El secretario general de los socialistas parece haber establecido, con respecto a sus propios votantes, una relación diferente y que apunta hacia donde el corazón les lleve, sin que nada esté escrito de antemano.

Con su firme no a la investidura de Mariano Rajoy, da la sensación de haber elegido una solución a la terrible encrucijada que afronta su partido: el PSOE podría morir de dos formas distintas, absteniéndose para que gobernase el PP de los Luis Bárcenas, Rita Barberá y todos los etcéteras de doña corrupción, o evitando que ello ocurra, aun a costa de que en unas posibles terceras elecciones sus siglas acaben en la UVI del temido sorpasso o en el tanatorio del Pasok o del PSI. Esto es, a los socialistas españoles les quedaría suicidarse asumiendo un papel que no les corresponde, el de alfil de los conservadores, o enrocándose en su identidad como alternativa política a todo lo que supone Génova. Sánchez, en principio, ha elegido esta última estrategia defensiva, aún a sabiendas de que la partida pudiera quedar en tablas si después de las dos intentonas de investidura de Rajoy, supieran aprovechar los dos meses de carencia que quedarían para buscar una solución imaginativa y cómplice a este formidable atolladero político.

Atentos a las consecuencias. En los próximos trimestres, asistiremos al dibujo de una caricatura, la de su descrédito, para abocarle a rendirse o a que los suyos puedan moverle la silla y que las aguas vuelvan a su curso. A Pedro Sánchez, le dieron la verbena de la paloma con Cristina Cifuentes y María Dolores de Cospedal azuzándole los perros de la traición a España, que ahora pregonan incluso algunas estrellas en decadencia próximas en otro momento de sus vidas al gilismo marbellí. Hasta las revistas del corazón les mandan paparazzis a sus vacaciones como el año pasado hicieran con el veraneo de Manuela Carmena. Como si fuera pecado que rojos y colorados se tomaran un recreo. Y como si Mariano Rajoy hubiera estado en Galicia preparándose para las próximas olimpiadas o emulando a Forrest Gump en su interminable caminata.

En esta misma tónica, a Sánchez, en las últimas horas, empezaron por llamarle mal patriota y el demóstenes de Badalona, Xavier García Albiol, senador y coordinador general del PP en Catalunya, le retó en twitter "a ver si tiene narices de enviar a 36 millones de españoles a votar en Navidad". A este paso, a Sánchez le convertirán en una suerte de Mr. Scrooge, el célebre personaje de Charles Dickens al que se le aparecían los fantasmas de las navidades pasadas, en este caso, Mariano Rajoy, Albert Rivera y presumiblemente Felipe González. O lo mismo se prepara un remake de "El Grinch", con Sánchez haciendo las veces de Jim Carrey, como el misántropo que odia las fiestas, aislado en la montaña de su egoísmo.

Le reprochan a Sánchez, de hecho, que actúe teniendo en cuenta sus propios intereses. ¿No lo hace acaso Rajoy, cuando sabe perfectamente que si renunciara a la presidencia del Gobierno, cualquier otro candidato de su partido tendría muchas más posibilidades de ser investido, tal y como enunció Miquel Iceta en la extraña entrevista que publicó "El País" hace unos días? ¿Rivera actúa, acaso, por mor de altas responsabilidades ciudadanas o porque el CIS le auguraba una progresiva pérdida de audiencia electoral y como cualquier concursante de televisión se esfuerza en dar espectáculo para que le permitan seguir en el plató?

Si es cierto que Sánchez plantea una alternativa de investidura progresista, tal y como dejó caer Pablo Iglesias esta semana, ya sabemos qué puesto ocuparía esta vez el líder de Podemos, de ser designado para el cargo por voluntad popular de los periodistas: el de portavoz del futuro gobierno. No sólo es locuaz sino tan sincero como si se hubiera empachado de tiopentato de sodio, el suero de la verdad. Nada más oír al temido oponente y sin embargo amigo, las centralistas de las casas del pueblo se habrían colapsado si no estuviéramos en verano y sólo se colapsan las carreteras de acceso a las playas.

Sorprende, sin embargo, la tranquilidad que de un tiempo a esta parte se respira de puertas adentro del puño y la rosa respecto a las decisiones de su actual líder. Seguramente ocurra que Felipe González ya tiene bastante con arremeter contra Zapatero por su papel mediador en Venezuela, país cuyo retorno a la actualidad informativa española viene a confirmar la posibilidad de que haya a la vista unos terceros comicios y no sólo convenga a la derecha vapulear a Sánchez sino a la parte contratante de la segunda parte del voto de la izquierda hispana.

Francesc Romeu, el número dos del socialismo valenciano cree que su partido pierde votos por no plegarse a los intereses del PP, como si durante más de dos décadas los socialistas valencianos hubieran ganado por goleada. Salvo dichas declaraciones, en las últimas semanas, no han corrido manifiestos por Ferraz pidiendo el ingreso de su jefe en un centro de día. A todas luces, los barones y las baronesas del PSOE le están dejando hacer a Sánchez, sin marcarle las líneas rojas de diciembre. Quizá sepan que el fracaso en su estrategia no sólo le conduciría a él al sepelio político sino que el propio partido quedaría al borde de la refundación.

En el fondo, Pedro Sánchez no está tan solo. Tiene detrás a ciento noventa mil militantes de su partido, mal contados. O cinco millones cuatrocientos mil votantes, que son pocos pero que probablemente serían muchos menos si su sufragio se utilizara para mantener en La Moncloa a quien se suponía que iban a sacar de palacio.

En un sistema democrático, ¿no resulta un tanto espeluznante esa extraña unanimidad en torno a la necesidad de que Rajoy y el PP gobiernen como sea? Ciudadanos ya ha tirado la toalla: cuando pregonaba el cambio, la formación naranja se ha decidido por la estabilidad. A muchos españoles, no nos parece demasiado estable un gobierno al que el Constitucional le empiezan a tumbar algunas de sus leyes estrellas y que, a pesar de ganar en número de votos y de escaños, es incapaz de encontrar otros aliados que no sean sus principales adversarios, a la hora de intentar formar gobierno.

Maldita la gracia que nos hará a mucho acudir a los colegios electorales vestidos con el traje de Papa Noel. Pero votar nunca es una catástrofe. Catástrofe, en cambio, es lo que tenemos. Por lo menos, que el PP se gane la mayoría absoluta, elección tras elección, por cansancio y K.O. técnico de los votantes progresistas.

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