La oveja Negra

‘Muerto el perro’: no, no se acabó la rabia

Hace algunos meses paseaba con mis perros por la mañana, temprano, cuando se me acercó uno hombre. Uno de esos tipos siempre acechantes a coger en falta al prójimo para recriminarles. Que disfrutan llamándote la atención. Un vigilante del orden y las buenas costumbres que lleva el uniforme y el bloc de multas en el cerebro. Me dijo algo de mis perros. No me tomen a mal que no le prestara atención. Tengo por costumbre no discutir antes de tomar el aperitivo. Le di la espalda. Me pareció la mejor respuesta. El tipo, antes de alejarse, dijo un apenas audible: "subnormal".

‘Muerto el perro’: no, no se acabó la rabiaY sí, efectivamente, lo escuché. En mi interior un nuevo órgano comenzó a supurar rabia. Y era rabia lo que corría por mis venas, rabia lo que me mordía el estómago, rabia lo que transmitían mis neuronas. Y "Otro" tomo el control de todo mi ser. Ese "Otro" que habita en nuestras zonas oscuras. Por mucho que reneguemos de él o tratemos de esconderlo, está ahí. El tipo que acababa de insultarme volvió a entrar en mi campo de visión. Desandaba sus pasos por la acera de enfrente en busca de un parquímetro. Entonces yo crucé la calle.

En Muerto el perro, novela de Carlos Salem y editada por Navona, cuenta ese despertar del "Otro" que llevamos dentro. En este caso de "Otra". Piedad es una mujer beata, hermosa y un poco ingenua que cree que la vida se explica con refranes. Pero la inesperada muerte de su marido en un accidente de tráfico la obliga a enfrentarse a la realidad. Las infidelidades constantes de su esposo, que estaba a punto de abandonarla, la empresa del matrimonio al borde de la bancarrota... Es entonces cuando surge la "Otra" Piedad, la desinhibida, la que disfruta de los excesos, la violenta...

A veces necesitas que la realidad te de un golpe bajo para saber quién eres, para volver a sentirte vivo. Lo mejor de la novela son los personajes y las pinceladas de humor; lo peor el final. Una obra muy recomendable.

Era mi otro yo el que cruzó la acera sin preocuparse por el tráfico. No recuerdo como me encaré con aquel tipo, no sé qué le dije, ni que vio en mis ojos. Sólo sé que corría, corría, corría.

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