La soledad del corredor de fondo

En defensa del derecho a huelga

Que hoy estemos llamados a manifestarnos por la defensa del derecho a huelga dice mucho de la involución democrática que sufre nuestro país. En estos momentos España puede ser el único país de Europa —con la excepción de los países del este— en el que exista una reivindicación de este tipo.

En silencio y casi sin ruido se está llevando a cabo un verdadero golpe de Estado a las relaciones laborales de este país, en momentos en los que hay cerca de 120 sindicalistas de CCOO y UGT a la espera de juicios con amenaza de cárcel por ejercer el legítimo derecho de huelga.

Fue Marcelino Camacho quien a finales de la década de los setenta advirtió que la "democracia se había quedado en la puerta de las empresas". Que esto siga siendo así nos muestra cómo la clase empresarial es una de las últimas instituciones de cultura franquista que pervive en nuestros días. Pervivencia basada en una estructura productiva cerrada y desfasada como es el turismo y la construcción —los mismos sectores de la época del desarrollismo franquista—, pero que se aprovecha también de la miopía de proyectos de cambio que pretenden hacer compatible la construcción de una sociedad basada en democracia participativa con una empresa autoritaria; algo imposible.

Acabar con el sindicalismo y con el derecho a huelga es una prioridad para el empresariado de este país, algo que solo se entiende si analizamos el significado que la huelga tiene en un país de la periferia capitalista como es el nuestro.

La característica principal del sistema capitalista es la consideración de la fuerza de trabajo como mercancía. Esta realidad nos permite entender las bases sobre la que se sustentan nuestras sociedades contemporáneas y sus relaciones sociales, marcadas por la potestad en exclusiva del control por parte del empresario privado de la realidad productiva y de la organización del trabajo dentro de la empresa, que otorga a la clase empresarial la facultad total de la mayor capacidad de violencia colectiva existente en las sociedades contemporáneas, la capacidad de despedir.

Esta dinámica es estructural en nuestro sistema social, lo que requiere de contratendencias que sirvan de contrapeso a tal hegemonía empresarial de la planificación de nuestra sociedad, que tiene en el sindicalismo y en la huelga dos de sus límites más destacados.

El profesor Baylos acierta al señalar que para el poder público y el poder económico, la huelga se muestra como la ruptura de las reglas de juego, un suceso contrario al "orden de las cosas" que debe ser limitado y restringido en sus efectos, un acontecimiento que interrumpe la relación laboral y que proviene del exterior de la ordenación del sistema de trabajo dirigido y controlado por el empresario.

El ejercicio del derecho a huelga tiene por objeto alterar o paralizar la producción como forma de reivindicar un proyecto concreto de regulación del trabajo o impedir la efectividad de una propuesta empresarial restrictiva o contraria a los intereses de los trabajadores. Solo la exactitud del profesor Baylos puede definir la huelga como derecho a "subvertir la normalidad productiva a partir del rechazo del trabajo como instrumento de dominación ejercido por un poder privado sobre las personas".

La huelga revoca temporalmente la subordinación del trabajador en la producción dirigida y controlada por el empresario, y por tanto, despliega sus efectos en términos suspensivos de la relación de dominación marcada por el contrato laboral. El derecho de huelga reconocido como instrumento para transformar la situación económica, social y cultural de los trabajadores en cuanto tales en un proyecto igualitario, que exige en su funcionamiento concreto impedir y restringir las prerrogativas ordinarias y extraordinarias del poder empresarial, derivadas del "respeto" a la libre empresa.

La huelga como derecho fundamental implica que en una sociedad donde el mercado es el eje, el sindicalismo de clase pueda reivindicar mediante este instrumento la huelga general, su rol político. Algo que preocupa a banqueros, empresarios y políticos amigos. Algo que debería hacer rectificar a la izquierda para que corrija el rumbo y la vuelva a situar dentro de la cuestión obrera.

Dedicado a los 8 de Airbus, y en particular a Jose Alcazar, uno de los grandes del sindicalismo madrileño.

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