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Cómplices necesarios (2) Los arquitectos

El 11 de julio pasado el Gobierno español desistió de conceder a los ingenieros el permiso para edificar edificios. Los arquitectos, que ante el nuevo proyecto de ley que se está pergeñando sobre los Colegios Profesionales, se vieron desposeídos de su monopolio para realizar los proyectos y otorgar la certificación de final de obra, se habían puesto en pie de guerra ante semejante afrenta. El día 1 de julio habían publicado en El País un anuncio, se supone que pagado, explicando lo muy necesaria que era su profesión, su entrega al ilustre trabajo de proyectar las casas y las ciudades que las familias necesitan y cómo la sociedad debe proteger su especialización. Es decir, que en 10 días lograron que el proyecto fuese corregido y su estatus permaneciese intocable. Realmente un éxito para una demanda ciudadana, en un país en que un cambio de ley, a petición popular, puede conllevar varios años de peticiones, súplicas, recogida de firmas, etc. y acabar en un fracaso. Sin duda los arquitectos tienen buenos amigos entre los políticos.

No quiero decir que considere inútil, supérflua o mal concebida la honorable profesión de arquitecto. Lejos de mi semejante apreciación, cuando llevo admirando toda la vida las obras de arte realizadas por los más preclaros genios de la construcción de edificios, desde el Partenón a Le Corbusier. Pero leyendo, y releyendo, el anuncio que publicaron los arquitectos españoles muchas cuestiones me escandalizan.

Desde que en mi juventud me vi obligada a vivir, más bien a sobrevivir, en pisos interiores, sin luz, con cocinas donde no había armarios y ni un triste metro de mármol permitía sostener los platos y cazuelas para cocinar; en los que en el dormitorio de matrimonio no cabía una cama de seis palmos y las habitaciones pequeñas no eran más grandes que un armario empotrado; en edificios de cinco pisos donde no había ascensor -y cuando eran más elevados no permitía subir más que a tres personas si eran delgadas, que solía estar estropeado dos veces a la semana-; y no existía lugar alguno donde tender la ropa, siempre me pregunté si alguna vez los arquitectos que habían diseñado tales tugurios hubieran vivido en ellos. Llevada de ímpetu justiciero quería que cumpliendo el mandato bíblico del "ojo por ojo y diente por diente" se les condenase a subir las escaleras, a guisar, a lavar, a dormir y a guardar la ropa en las cocinas, los lavaderos y los dormitorios que diseñaban.

Claro está que me refiero a los pisos para pobres, esos que en todas partes los arquitectos, al servicio de los propietarios, promotores e inmobiliarias, diseñan, dirigen la construcción, controlan y cobran para ganar dinero y no para ningún otro propósito. Y que los pobres pagamos con sangre, sudor y lágrimas, al doble de su precio justo, por unas paredes de pladur, unas ventanas de aluminio que no cierran y unas puertas de 'fullola' que se desencajan cuando se abren.

Los ricos ya se sabe que tienen mejores viviendas, algunas son de los propios arquitectos.
No se pudo contar nunca con los Colegios de Arquitectos, creados, organizados y administrados para asegurar al colegiado que cobrará su trabajo y quedará impune de cualquier reclamación. Miles de españoles podrían explicar las interminables esperas, el trato maleducado, las negativas sistemáticas que han recibido de los encargados de los Colegios de Arquitectos cuando han intentado pedir responsabilidad al profesional, que ha permitido que la escalera se derrumbara o que el tejado tenga permanentes goteras.

En Barcelona, en los años ochenta, un edificio se derrumbó, matando a una mujer, porque se había construido con vigas aluminósicas. Nadie, más que el maestro de obras, salió procesado. Después se ha descubierto que miles de otros inmuebles padecen el mismo defecto y los habitantes han de restaurar las vigas si no quieren morir aplastados por sus techos. El ilustre arquitecto que firmó las obras es un tal Sanahuja, al que pocos años más tarde se le encomendó la dirección de la Ciudad Olímpica.

Pero tal estilo de construcción no ha sido lo peor de la conducta de miles de arquitectos que desde los años cincuenta han contribuido a llenar la tierra de España de feísimos edificios, con materiales de deshecho, cuyas fachadas muestran los desconchones que en muy poco tiempo el clima les ha herido, donde los portales están torcidos, los escalones rotos y los ascensores no funcionan.

En un país donde la miseria que le azota ha sido provocada en un ochenta por ciento por la locura de la construcción que en los últimos veinte años ha asolado nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestras urbanizaciones, nuestras playas, nuestros montes; donde se han construido doscientos chalets adosados –todos feos, todos iguales, todos desvencijados- en pueblos de mil habitantes, para que ahora muestren las caries de las ventanas y las puertas que no se pusieron, porque no se han vendido; donde ha desaparecido la arena de la playa y las olas del mar porque las urbanizaciones que se proyectaron y construyeron se las han comido; donde, para ejemplo mítico de desafío a las leyes y al sentido común tenemos el hotel de El Algarrobico, destrozando el paisaje y el medio ambiente; donde la corrupción de la construcción afecta siempre a políticos, alcaldes, constructores, inmobiliarias, bancos e intermediarios, pero de la que nada se dice de los profesionales que la realizaron, cuando en la consecución de todos, todos estos desastres, desafueros, despropósitos, corrupciones, robo organizado y blanqueo del dinero de la droga, han tenido que intervenir uno o varios arquitectos. En un país, repito, que se halla destrozado ética y estéticamente, donde los escandalosos índices de paro están provocados por la demente sobredimensión de la construcción, que hoy hundida no tiene recuperación, los arquitectos que han contribuido a este caos con su imprescindible intervención, escriben: "La edificación es un sector fundamental para la economía...la arquitectura está reconocida como una actividad específica, de interés general, con incidencia en el patrimonio construido, el entorno urbano, el medio ambiente, y, en definitiva, el bienestar de los ciudadanos. Se construye para ser habitado por personas, forma parte de una ciudad o paisaje y es patrimonio de una sociedad que convivirá con ella durante décadas...Se basa en una estructura productiva...cercana al ciudadano, eficiente y muy competitiva...Los Colegios de Arquitectos desarrollan funciones de control, garantía pública, ordenación y regulación del ejercicio profesional, e informan al ciudadano sobre actividades que tienen repercusión en la seguridad física y jurídica de personas y bienes. Son una parte fundamental de nuestra sociedad civil sin coste para los ciudadanos ni para el erario público, y desde esta independencia, fomentan la competitividad basada en la calidad y la seguridad."

Vamos, supongo que se acaban de enterar, porque parece imposible tanto cinismo, tanta arrogancia en el sector profesional que, con el de los promotores inmobiliarios y los constructores, es responsable de la quiebra de la deuda privada, del feísmo de nuestro paisaje, de haber destrozado costas, playas y montañas, de haber amontonado a gente pobre entre ladrillos y yeso, de haber causado el sufrimiento de cientos de miles de familias con el coste desproporcionado de las malas viviendas que les han obligado a comprar y de las que ahora les están desahuciando.
Estoy viendo las expresiones de desagrado y escándalo de los concernidos cuando lean este artículo. Argüirán que ellos solo hacen los proyectos, solo dibujan los planos, solo controlan la edificación y los materiales y solo emiten el certificado de buena construcción. Y en consecuencia no pueden saber si los ladrillos son sólidos, si las ventanas cierran, si los tejados tienen goteras, ni si el ascensor funciona. Y, al parecer, tampoco ven las playas, las montañas ni las calles donde se construye.

Al tropezar con el anuncio de los arquitectos creí, en el primer momento, que se trataba por primera vez en la historia de un acto de sincera contrición en el que pedían perdón por su contribución a la miseria y el destrozo del país, y al sufrimiento de tantos de sus habitantes. Pero eso es porque sigo siendo una ingenua. Porque para que los cómplices necesarios –de los que seguiré hablando- de todos los desastres que afligen al país se disculpen, este tendría que ser otro país.

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