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La hora de la política

Los fantasmas gobiernan la economía, pero ¿quién gobierna los fantasmas?", se preguntaba en 2003 Franco Berardi, tras advertir: "La utopía de una economía de la inteligencia (...) ha dado paso a una economía psicópata" (El sabio, el mercader y el guerrero, Acuarela&Antonio Machado). El aviso tuvo un precursor en España: Alfonso Guerra, que en 1990 reclamó para escándalo de los biempensantes de la izquierda una ley de hierro sobre los beneficios. Aquí, como en Italia, las voces de alarma fueron descalificadas por extremistas y cayeron en saco roto.

La consecuencia es que hoy los fantasmas pululan desmadrados, ebrios de una codicia sin límites que sacian con desmesura bulímica amparándose en la impunidad que les brindó la pérdida de autoridad de la política. Los mercaderes no sólo han confundido a los sabios y acorralado a los guerreros, sino que han perfeccionando los fundamentos del terrorismo hasta conseguir sembrar el pánico con simples rumores, mucho más difíciles de  desactivar que la más sofisticada de las bombas.

Los pistoleros del capitalismo de casino tienen nombres y apellidos y residen en países con gobiernos elegidos democráticamente para defender los intereses colectivos, pero estos actúan a la defensiva y a remolque de acontecimientos que desbordan su capacidad de previsión y de respuesta. Eso si es que no han perdido parte sustancial de su soberanía, como en el caso de Grecia, a la que se ha impuesto, según quienes conocen sus pormenores, el plan de ajuste más duro aplicado a ninguna nación sin mediar una guerra.

Estragos morales

Siendo de extrema gravedad las consecuencias económicas de la crisis, lo peor son sus estragos morales y, de entre ellos, especialmente el que transfiere a las víctimas el sentimiento de culpabilidad.

Cómo si no puede tener Gerardo Díaz Ferrán la impúdica osadía –y encontrar una plataforma donde hacerlo– de pontificar sobre las medidas a adoptar para salir de la crisis después de haber hundido a todas sus empresas, sin que sus socios de la CEOE se sonrojen de que el tal sea su representante público. Cómo si no es posible que Fernando Martín, presidente y primer accionista de la inmobiliaria Martinsa-Fadesa, que protagonizó en 2008 la mayor suspensión de pagos de la historia y que aún no ha empezado a pagar la deuda de 7.000 millones con la se declaró insolvente, se haya embolsado en 2009 la cantidad de 2,63 millones con el subterfugio de que ha sido su remuneración como consejero ejecutivo. Cómo si no podría ser esta una lista de ejemplos de amoralidad casi interminable.

Tras el estallido de la gran crisis financiera se proclamó a los cuatro vientos que nada volvería a ser igual, pero los comportamientos no se han alterado. Que el lampedusismo sea el espíritu que guía a los tahúres del capitalismo no puede sorprender porque ya les va bien, tanto o mejor que antes, pero resulta incomprensible el inmovilismo político porque, como ha advertido la socialista francesa Martine Aubry, se está sedimentando una conciencia colectiva que clama: "Para salvar a los pueblos, nunca hay acuerdo; para salvar a las bolsas, sí", y no habrá plan de ajuste eficaz si se desencadena una crisis social. La desconfianza hacia los partidos tradicionales se manifiesta ya en toda Europa con parlamentos sin mayorías absolutas, de forma que amenaza con propagar el virus de la italianización –la política y la sociedad circulando por carriles paralelos y autónomos– y esta fractura hasta se antoja un mal menor.

Aplicando las recetas de siempre a una crisis como nunca, que reclama a gritos refundar un capitalismo sometido a la ideología del crecimiento económico ilimitado y a la ley del beneficio sin fronteras, acaso estemos asistiendo, sin darnos cuenta, a la siembra de una revuelta social de alcance impredecible.

La crisis y el poder

En España, el debate parlamentario del miércoles demostró que, con todas sus limitaciones, si algún dirigente ha interiorizado la dimensión de la crisis, aunque haya sido a pescozones y dejándose muchos jirones, es José Luis Rodríguez Zapatero.

Mientras que el presidente hacía de tripas corazón con su programa político más querido, Mariano Rajoy se limitaba a buscar el anhelado "ajuste de cuentas" de la derecha con el líder del PSOE, olvidando cualquier aportación constructiva el "ajuste del gasto" que tanto ha predicado. Incluso CiU, que capitaliza el espacio yermo de la oposición constructiva, cizaña con una moción de censura que no apoyaría, mirando con un ojo al PSOE, con el otro al PP y con los dos a las elecciones en Catalunya. La penosa conclusión es que los políticos españoles no están en un combate contra la crisis y para ganar la recuperación, sino en un combate por el poder.

Los acontecimientos han venido a demostrar que en la Moncloa no se improvisa más que en las residencias de los demás gobiernos europeos, pero eso no puede servir de consuelo al presidente ni al PSOE, porque el desafío es trascendental para el futuro del país y de la izquierda. Los mercados pueden darle la puntilla como presidente en las próximas elecciones, pero si Zapatero no logra rearmar un discurso de izquierdas, que la crisis ha demolido, dejará al PSOE en una situación de la que no levantará cabeza por muchos años.

Ha dicho Zapatero a sus ministros: "Ahora es cuando de verdad se hace política". Si es posible y no es demasiado tarde.

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