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El diván electoral

Más allá de su incidencia en el sesgo político de los gobiernos autonómicos y municipales, que no es poco en un Estado tan descentralizado como el español, los resultados de las elecciones de mayo de 2011 tendrán un fuerte impacto anímico en las expectativas del PSOE y del PP para retener o reconquistar al año siguiente las llaves del palacio de la Moncloa. Un retroceso socialista de entidad suficiente para hacer calar la idea de fin de ciclo de José Luis Rodríguez Zapatero, tras dos legislaturas en el poder, dificultaría notablemente la remontada que confía en lograr el líder socialista y, probablemente, empujaría a Mariano Rajoy a dejar de pedalear exclusivamente a la rueda del presidente, esperando a que se le salga la cadena o se despeñe por algún terraplén.

Aunque el voto socialista está más segmentado que el de la derecha, en el sentido de que sus votantes tienen un comportamiento más heterogéneo que los del PP en función de la convocatoria electoral de que se trate, los comicios municipales y autonómicos destilan un aroma inquietante para el partido del Gobierno. Las prospecciones más fiables apuntan a que no habrá un vuelco, pero el PSOE es el único partido que está pagando políticamente la crisis y las propias previsiones gubernamentales señalan que las reformas emprendidas no empezarán a dar frutos hasta dentro de un año y ya en el último trimestre, pasada esa doble convocatoria electoral, que tendrá como prólogo nada halagüeño las elecciones en Catalunya, donde se prevé un batacazo del PSC.

2012 a semejanza de 1993

En este contexto hay que interpretar la arenga subyacente bajo el manto de la emotividad que Zapatero dirigió a los suyos aprovechando la conmemoración del décimo aniversario de su elección como líder del PSOE. Convencido del poder de la palabra y practicante de la teoría que identifica la persuasión como el principal instrumento de influencia de un político, el presidente del Gobierno intenta repetir ante los suyos la magia del 35 Congreso. Si en 2000 fueron dos frases: "No estamos tan mal" y "Os convoco a la esperanza de 2004", diez años más tarde son otras dos engarzadas en una: "Estamos mucho mejor de lo que parece y lo vais a vivir". Claro que entonces su palabra todavía no había sido sometida al contraste de los hechos y ahora arrastra el desgaste de una década, que se cumple en el momento más difícil de su trayectoria.

La situación a la que se enfrenta Zapatero recuerda en gran medida a la que vivió Felipe González a comienzos de los años 90. 2012 adquiere, de forma más nítida a medida que se aproxima la fecha, los perfiles de 1993. El histórico líder del PSOE, que ya había amagado con retirarse en varias ocasiones, tampoco pudo hacerlo aquel año, cuando su declive ya era evidente. Tuvo que ceder a las exigencias de su partido, que lo exprimió como a un caballo de carreras, y logró darle la vuelta a las encuestas, derrotando a José María Aznar por segunda vez, aunque la ventaja de casi tres millones de votos que el PSOE había obtenido en 1989 se vio reducida a poco más de 800.000 y pasó de 175 a 159 escaños. González, como Zapatero ahora, acumulaba un creciente rechazo en amplios sectores ciudadanos y su mejor baza era la debilidad de su oponente. Como le ocurrió entonces al ex presidente, Zapatero parece condenado a tirar del carro casi en solitario, con los cuadros dirigentes deprimidos por el horizonte de la derrota y enredados en la pelea por situarse en posiciones de ventaja en la parrilla de salida para un hipotético escenario de sucesión, pero con margen aún para derrotar a los pronósticos.

Un líder para cada tiempo

El retrato robot de los presidentes que ha habido durante el periodo democrático –si se excluye a Adolfo Suárez, por las excepcionales circunstancias de su mandato, y a Leopoldo Calvo-Sotelo, por su irrelevancia en la memoria colectiva de los españoles– permite sostener que existe una cadencia favorable al cambio, basada en el principio de los contrarios, pero que se ve neutralizada por el vértigo social al vacío.

Si los casi catorce años de liderazgo carismático de González acabaron creando el deseo social de ser gobernados por un tipo corriente como Aznar, el talante agrio y la forma autoritaria de ejercer el poder del ex presidente conservador abonaron la llegada de un presidente de talante amable y liderazgo blando o democrático. Sobre estas señas de identidad se edificó el triunfo de la alternativa política de Zapatero, porque "la gente asume que el carácter explica el comportamiento", según ha concluido el investigador Guillem Rico (Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral en España, CIS).

Si se acepta esta premisa, el gran error de Zapatero fue reforzar su perfil original cuando la crisis económica incentivaba desde el primer momento el deseo social de un liderazgo más fuerte. Aunque tardíamente, el presidente se ha dado cuenta de esa mutación en las tendencias sociales y ha empezado a reinventarse aprovechando la ventaja de que Rajoy no transmite más seguridad y sí un carácter más indolente.

La tendencia a perder popularidad a medida que avanza el mandato es una constante en las series de valoración de todos los presidentes, según los estudios del CIS, que Belén Barreiro ha convertido en un auténtico centro de investigación social. Pero también suele suceder que el descenso de popularidad se ralentiza en la última etapa de la legislatura e incluso ocurre que las valoraciones "remonten el vuelo poco antes de las elecciones" (op. cit.). Así, en 1996, aunque perdió, González protagonizó la remontada más notable de las que hay constancia, pasando en sólo dos trimestres de 3,9 a 5,3 puntos en la valoración ciudadana. La conclusión es que aún hay partido por jugar.

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