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La pleamar

Será por la ansiedad que genera la incertidumbre sobre la continuidad de José Luis Rodríguez Zapatero, porque los aromas de fin de ciclo alientan los ajustes de cuentas antes de que no haya recompensa que cobrar, porque el temor a verse arrastrados por el desgaste del presidente del Gobierno induce a buscar la distancia a quienes están a punto de someter su futuro al dictamen de las urnas o, seguramente, por el efecto combinado de esos tres ingredientes. Pero negar que en el PSOE se libran desde hace algún tiempo batallas de poder, sea por los sillones, por la influencia o por la supervivencia, puede resultar tan suicida para sus actores como lo fue en su día negar la crisis económica.

Al presidente del Gobierno se le acumulan últimamente las semanas negras, como si la baraka que durante los años de viento favorable se le atribuyó como una especie de don divino, capaz de convertir en votos cuanto tocaba a semejanza del rey Midas, hubiera mutado en maléfico gafe. Su última semana negra comenzó con la huelga general y suma ya más de siete días.

El 29-S no sólo registró la primera protesta multitudinaria contra su política económica. Eso también les ocurrió a Felipe González y a José María Aznar. Pero ninguno de sus predecesores había entablado una relación tan estrecha e interdependiente con los líderes sindicales de la época. La complicidad entre Zapatero y Cándido Méndez se remonta a los tiempos en que el ahora presidente del Gobierno buscaba apoyos para asumir el liderazgo del PSOE, por lo que la pérdida de confianza arrastra la pesada losa de la decepción personal.

Al desahogo de la huelga siguió otro golpe del señor mercado con la rebaja de la calificación de la deuda anunciada por Moody’s y los datos del paro de septiembre trajeron una nueva granizada sobre los brotes verdes, sin que la revisión al alza de las previsiones de crecimiento del FMI haya podido compensar el impacto negativo de la pérdida de la octava plaza en el ránking de las potencias económicas.

El dragón y la tremolina

Con la pleamar azotando sin descanso los muros de la Moncloa, ni siquiera se le reconoce a Zapatero haber logrado aplacar el acoso de los mercados atándose al palo mayor de la ortodoxia económica. Tiene que viajar al extranjero para escuchar alabanzas que ni siquiera los más próximos se atreven ya a prodigarle en España. "Zapatero es una figura transformadora importantísima. Primero renovó el PSOE y después, España. Como resultado de su compromiso con una agenda verdaderamente progresista, España es hoy un país distinto. Los progresistas de todo el mundo tenemos cierta envidia de España, que hoy es un país más libre, más justo, más moderno y más tolerante. Y a pesar de la crisis, ha seguido con la transformación de la economía española". La cita no es de ningún ministro de su Gobierno ni de algún miembro de la dirección del PSOE. Son palabras del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, pronunciadas el 21 de septiembre en la Universidad de Columbia.

Por si el dragón de la crisis económica tuviera pocas cabezas, la tripulación socialista anda a la greña, entretenida desde el domingo pasado en la pesada digestión del resultado de las primarias de Madrid. El desenlace ha sido un aviso, suficientemente corto para servir de revulsivo si los ganadores se comportan con generosidad y los derrotados con lealtad, y suficientemente grande como para que el 22 de mayo de 2011 comience un larga noche de cuchillos largos si los votantes socialistas no comparten el criterio de los militantes.

Las primarias y la sucesión

Los aromas de fin de ciclo emanan hoy de las encuestas de opinión y de un clima social de pesimismo, pero a finales de noviembre pueden llegar de Catalunya con la fuerza de la tramontana y en mayo de 2011 recorrer toda España como un ciclón
borrascoso.

Aunque hay dudas fundadas de que Zapatero transpire –salvo cuando suda al correr por los montes aledaños a la Moncloa–, dicen los más cercanos que se le nota "preocupado, pero animoso". A pesar de la sangría que sufre su valoración ciudadana y, por derivación, su autoridad dentro del PSOE, mantiene la confianza en que su determinación para sacar a España de la crisis será finalmente valorada. Tiene como referencia histórica a Felipe González, que en 1993 logró darle la vuelta a unas encuestas que le colocaban diez puntos por debajo del PP, y fiel a su esencia más íntima, afronta la pleamar crítica convencido de que las mareas son cambios periódicos, de modo que a toda pleamar sucede una bajamar.

En medio de la tremolina interna, que las primarias de Madrid han contribuido a sacar de la penumbra de los cenáculos socialistas a las páginas abiertas de los periódicos, vuelve a sobresalir la figura del presidente. Por más que las ortodoxias de la política y del periodismo lo sitúen entre los perdedores de aquel proceso democrático para dirimir liderazgos, en los tiempos que corren de vanidades vacuas y ambiciones desmedidas no puede dejar de valorarse un personaje capaz de reconocer públicamente que pudo haberse equivocado cuando tiene a su disposición un ramillete de colaboradores a los que podría endosar la responsabilidad de su fracasada apuesta en la operación Trini.

De todo lo ocurrido en las primarias madrileñas, lo más llamativo ha sido que, por primera vez desde el nacimiento del zapaterismo, sus partidarios de primera hora se han alineado en dos bandos rivales, el de los instalados en el poder y el de los
desencantados con el rumbo y las formas. Pero lo más relevante es que anticipan que la sucesión de Zapatero, cuando se plantee, tendrá que resolverse, sí o sí, en unas elecciones primarias.

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