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Raca-raca

Raca-raca

De tanto ir a piñón fijo, corre el peligro Mariano Rajoy de acabar pedaleando con la cadena suelta. Eso le ocurrió el jueves en el debate parlamentario sobre el empleo. Aferrado obsesivamente al raca-raca del "¡váyase, señor Zapatero!", el líder de la oposición desperdició la enésima oportunidad de la legislatura para presentar siquiera un esbozo de alternativa. Pero no sólo reincidió en esta carencia. Además, cedió gentilmente el paso al presidente del Gobierno justo en el momento en el que, en la fase incipiente de la anhelada remontada, se ha quedado clavado en las dunas del desierto del Sáhara, un conflicto ante el que a su valido, Alfredo Pérez Rubalcaba, le ha podido más su condición de ministro del Interior (de Seguridad) que su calidad de vicepresidente político.

Acudió Zapatero al Congreso con la premisa de que para él, en la coyuntura actual, "salir vivo" de cualquier debate parlamentario ya es un éxito, aunque tenga ahora la tranquilidad de saber que el pacto con el PNV y Coalición Canaria le brinda una cobertura, aritmética y política de la que ha carecido en toda su trayectoria como gobernante. Acudió atenazado por el estigma de la improvisación, una cadena que arrastra como la del negacionismo de la crisis y que lastra su capacidad para hacer propuestas imaginativas. Y, aunque acuciado porque cada vez le queda menos tiempo para recuperar la confianza ciudadana, acudió frenado en su capacidad de lanzar iniciativas contra el desempleo por el pragmatismo que parece haber impuesto la llegada de su "fichaje de invierno", como definió a Rubalcaba el portavoz republicano, Joan Ridao.

Ataduras presidenciales

Podría Zapatero haber hecho suyas las propuestas concretas que para la crucial reforma de las políticas activas de empleo presentó el martes la Fundación Ideas, de la que es presidente, y haber dicho: estas son las medidas que propongo ateniéndome a mis competencias y, a partir de ahí, que cada Gobierno autonómico ejerza su responsabilidad de aplicarlas y aguante su vela. Pero, prisionero de sus fantasmas, ha preferido posponer su detalle al pacto previo con las comunidades autónomas, a pesar de que el precedente de la Ley de Ayuda a la Dependencia, boicoteada en territorios gobernados por el PP, prueba que lo bueno no necesariamente es compartido.

El tiempo corre en contra del Gobierno, pero a la vista del debate en el Congreso, podría haberse ahorrado el presidente hasta el subrayado de la ausencia de propuestas de quien aspira a ocupar su plaza en el palacio de la Moncloa. Sostener que la solución del paro es tan sencilla como sustituir a Zapatero por Rajoy es un insulto a la inteligencia y un desprecio a la angustia que sufren los más de cuatro millones de españoles sin empleo. Así, como si de un bumerán se tratara, acabó volviéndose contra el líder de la oposición la pregunta que arrojó contra el presidente del Gobierno: "¿Qué podemos esperar de usted?".

Algo se le escapó a Rajoy. Fue cuando, en un trasiego de premios Nobel de Economía, citó como fuente de autoridad a Milton Friedman. Friedman fue el gran gurú de la globalización económica que padecemos, asentada en tres leyes de hierro: la supresión del papel del Estado como poder corrector de las desigualdades y redistribuidor de la riqueza, la absoluta desregulación para eliminar toda barrera a la libertad de movimientos para el capital y un gasto social prácticamente inexistente para poder maximizar los beneficios de un capitalismo entregado de manera obscena a la exaltación de la codicia de unos pocos. Su propuesta de revolución económica, de contrarrevolución, incluía privatizar desde la sanidad a la educación pasando hasta por los parques nacionales, en una feroz expropiación de los bienes colectivos. Fue, en síntesis, el inspirador de Margaret Thatcher, Ronald Reagan, George Bush jr. y herederos.

Para colmo de males del líder de la derecha española, resulta que Alberto Ruiz-Gallardón no puede sacudirse, por más que lo intente, la impronta de quintacolumnista. El mismo día en que su jefe de filas acusaba a Zapatero de despilfarro, su entrevista de la víspera con el presidente del Gobierno se convertía en un bando público para hacer saber, a todo aquel que aún no estuviera al tanto, que su gestión como alcalde de Madrid ha supuesto un agujero de 7.145 millones de euros, prácticamente la misma cantidad que el Estado destina anualmente a las políticas activas para combatir el desempleo.

El regocijo de Zapatero

Quizás tenga razón Rajoy cuando afirmó que un gobernante "ha de ser tan previsible como el sol", pero ningún gobernado le aceptará que viva tumbado al sol, sea lunes o jueves. Casi todo lo que dijo Zapatero el jueves es discutible. Todo menos una afirmación: "Usted, señor Rajoy, también tiene ante los españoles la obligación y la responsabilidad de hacer alguna propuesta. Los dos tenemos la obligación de intentar aportar el máximo de confianza en la economía española".
Aunque en los centros neurálgicos del PSOE se toman ávidamente posiciones preventivas para evitar el vacío de poder –y, en su caso, ocuparlo– si decide retirarse en 2012, José Luis Rodríguez Zapatero dio el jueves muestras de contemplar con íntimo regocijo la posibilidad de derrotar por tercera vez, y definitiva, a Mariano Rajoy.

De momento, el test de las elecciones municipales de mayo de 2011 no pinta para los socialistas tan mal como parece y es así, paradójicamente, porque pinta muy mal. Consolidada la idea de que serán una debacle del PSOE, para salvar los muebles le bastará con lograr que esos comicios no se traduzcan en un paseo triunfal del PP. A veces las percepciones pueden más que las realidades.

*ILUSTRACIÓN: Iker Ayestarán

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