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El caballo de Troya

El PSOE cae en la trampa de la derecha y sucumbe de nuevo a la demonización de su líder.

Cuentan quienes le frecuentan que anda "raro" el presidente del Gobierno, parco en palabras y encerrado en sus reflexiones, como acostumbra cuando se reúne consigo mismo para dilucidar el camino a seguir ante una encrucijada. No es para menos cuando está comprobando en sus carnes la querencia cainita que tiene el PSOE para con sus líderes.

Sabe José Luis Rodríguez Zapatero que la clásica teoría de la incertidumbre por la que se ha guiado para afrontar el problema sucesorio corre el riesgo de sucumbir ante el ímpetu de la moderna teoría del instante y se siente atribulado por la conciencia de que, en parte no menor, la culpa es suya. El líder no puede abrir un debate, ordenar que se zanje y acto seguido reabrirlo él mismo.

Y sabe también que, elevada la incertidumbre a la categoría de confusión, haga lo que haga y diga lo que diga ya, todo será objeto de interpretaciones interesadas en un contexto en el que, en previsión de que se consume la hipótesis de su retirada, todo el mundo intenta situarse para lo que pueda venir después, aunque para unos, después es 2012 y para otros, lo que venga a continuación.

Zapatero está soportando presiones de todo signo para que decida en un sentido o en otro y para que adelante o posponga el anuncio de su decisión. Todos interpretan, y algunos aprovechan, sus palabras y sus silencios, sus gestos o su impasibilidad. Y, así, la ansiedad se contagia haciendo que el tsunami de las pasiones desatadas azote sin descanso el cortaolas de las evidentes contraindicaciones que conllevaría anunciar su retirada a un año vista de las próximas elecciones generales, en un momento en el que España precisa de un Gobierno determinado a cabalgar hasta el final la auténtica ola, la de los cambios que impone la crisis.

El flan socialista

Lo que la cúpula socialista comenzó minusvalorando como "una operación de la derecha" para descabezar al PSOE, ha acabado encontrado a sus principales aliados dentro del PSOE. El debate sucesorio se ha convertido en su caballo de Troya. Al igual que cuando el PP lanzó el "¡Váyase, señor González!", los socialistas están sucumbiendo a la demonización de su líder, en una exhibición de debilidad. Más que un rey desnudo en Zapatero, lo que se está descubriendo es un reino desarbolado en el PSOE, cuya sala de máquinas quedó desmantelada con el salto de José Blanco al Gobierno. Los desajustes en lo que un veterano llama con mordacidad  "la dirección de la dirección", que se ha enredado también en el debate sucesorio y emite señales confusas cuando no contradictorias, acentúan la desorientación del colectivo.

Tendría que ser el PSOE en estos momentos una organización volcada en explicar y justificar las reformas, en predicar el nuevo evangelio del pacto social y en buscar razones para volver a ilusionar a sus votantes. Pero ni lo uno ni lo otro. Más que un partido, parece un flan.

Entre los parlamentarios y cuadros socialistas cunde la sensación de que la legislatura está agotada y, lo que resulta mucho más dañino, prolifera un agotamiento anímico que lleva a muchos a desear la derrota para poder "descansar", actitud que evoca la depresión en la que se hundió el PSOE en los años noventa.

Felipe González se hartó entonces del partido, y ahora, aunque parece que es el partido el que se ha cansado del líder, podría volver a ocurrir lo mismo, aunque Zapatero es mucho más "hombre de partido" de lo que nunca fue González. Por eso, aunque las señales más luminosas emiten en dirección contraria, hay quien sostiene que Zapatero podría estar reconsiderando su "predisposición" a retirarse. La constatación de que su sucesión no podrá resolverse de forma ordenada, podría determinarle a repetir como candidato en 2012. Por si acaso, algunos han recogido a media asta las velas que habían desplegado.

Ahora, como también ocurrió a la generación de Felipe González, los socialistas incurren en el error de dejar para cuando estén en la oposición la construcción del relato de su desempeño del poder.

Un código de valores

Un tiempo para la igualdad, el libro presentado el miércoles pasado por Jesús Caldera (Editorial Turpial), es ejemplo de que hay argumento para ese relato. El vicepresidente de la Fundación Ideas, que fue el primer aglutinador de la Nueva Vía que llevó a Zapatero al liderazgo del PSOE, reivindica la política como un medio para "mejorar la condición de los ciudadanos", aunque "para ello debes arriesgar y no siempre seas comprendido o apoyado, incluso por quienes dicen compartir tus valores". Reivindica que hay un código de valores por encima de los intereses materiales directos y sostiene que los ciudadanos "eligen a quienes piensan que harían lo que ellos consideran mejor para el país y para la sociedad en que viven, y que lo harían de acuerdo a ese código ético que profesan". Ese fue el banderín de enganche de Nueva Vía.

Al día siguiente de la presentación del libro de Caldera, el PP volvía a ponerse de canto frente a la crisis y, como ha hecho en la mayoría de las votaciones de medidas económicas a lo largo de la legislatura, se abstuvo en el decreto para recapitalizar las cajas de ahorro. Rajoy no sólo cede a las amenazas de Camps de revelar de dónde salió la peseta que le faltaba para el duro (Ángel Rus, presidente de la Diputación de Valencia, dixit) sino que también sucumbe a las presiones de Feijóo para justificar la existencia de una entidad financiera en intereses territoriales.

Expertos electorales sostienen que con una participación suficientemente alta y con un voto a IU suficientemente bajo, el PSOE siempre ganaría en España unas elecciones generales frente al PP. Y un castigo en las elecciones del 22-M no debería conducir al abatimiento porque la media de retroceso que están sufriendo en las elecciones regionales todos los partidos que gobiernan es de diez puntos.

Lo que hoy parece imposible, mañana puede devenir inevitable. Pero lo inevitable hoy es la derrota si los socialistas persisten en su particular "conjura de los necios", como ha bautizado el enredo un dirigente que, con certeza, se irá con Zapatero.

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