La realidad y el deseo

El Estado como responsabilidad

La razón y la responsabilidad del Estado se fundan en procurar el bien de los ciudadanos. La razón de la existencia del Estado supone la voluntad cívica de fundar un marco de convivencia en el que puedan realizarse en libertad justa las vidas y los derechos de los individuos. La única responsabilidad del Estado es el cumplimiento de su razón, la tarea pública de amparar y regular.

Son estas unas consideraciones evidentes. Son las verdades que soportan el origen y la legitimación de la sociedad moderna. Por eso resulta tan perturbador que se invoque la responsabilidad de Estado para exigir sacrificios a los ciudadanos, entendidos estos sacrificios como renuncias a sus derechos sociales y a sus libertades. El Estado traiciona así su propia responsabilidad.

La traición a la raíz democrática del Estado no es precisamente una novedad en la historia. La metáfora de un contrato social libre parece una necesaria y bella abstracción que nunca ha podido desembarazarse de las situaciones concretas de un poder real que impone sus códigos. Los príncipes utilizan el Estado, sus leyes y su Policía, para defender los privilegios que les depara una sociedad injusta. Eso se sabe, pero es un saber que tiende a olvidarse en la política actual.

Se olvida que en nombre del Estado hay quien tiene interés en cultivar la selva. Si el Estado se legitimó como espacio de seguridad para defender a los ciudadanos a través del cultivo democrático, los príncipes invocan al Estado como la máscara social que oculta la ley del más fuerte, el imperio de las fieras. Esta degradación del Estado enmascara con túnicas legales las injusticias de la tiranía.

Resulta una verdadera perversión democrática que en nombre de la Razón de Estado se violen los derechos humanos y se santifique una inercia de explotaciones e injusticias económicas que imponen la pobreza y la degradación como horizonte social de futuro. Esa es la lógica que se ha desatado en la política española. Un partido de Gobierno, es decir, un partido con responsabilidades de Estado, se entiende como una organización política capaz de maltratar a los ciudadanos en nombre de la banca.

La paradoja supone la liquidación de la voluntad democrática en una inercia de extrema gravedad. Si se observa con atención este caos bien calculado, si miramos más allá de la demagogia impuesta por una ferviente actualidad mediática, reconoceremos que hoy es muy propio de los partidos dispuestos a maltratar a los ciudadanos presentarse ante ellos como partidos de Gobierno. Sus líderes, llamados a sentarse en los consejos de administración de las grandes multinacionales, defienden los recortes públicos como una tarea de Estado.

Es muy grave que la Razón de Estado esté sirviendo para liquidar los derechos laborales y devolverle al trabajo su vieja realidad de esclavitud y selva. No es que el neoliberalismo haya acabado con las regulaciones del Estado, es que ha sometido la política a un proceso de privatización para utilizar las instituciones y las leyes al servicio de unos intereses clasistas. Si el salario y el trabajo son el ámbito principal de la democracia, el corazón de la conciencia cívica y del reparto de riquezas, asistimos en nombre de una Razón de Estado tramposa a la extensión de la selva laboral. Los príncipes se limitan a una regulación única: sálvese quien pueda en un Estado sin derechos.

Es muy grave que la Razón de Estado se identifique con los desahucios, la brecha social, la desigualdad de género, la acumulación de riqueza en las élites, la liquidación de la sanidad y la educación pública y la criminalización de la protesta entendida como problema de orden público.

Esta curiosa perversión de la Razón de Estado convierte la economía en una forma de naturaleza. Si el Estado supone una reivindicación democrática de los artificios y las invenciones humanas para asegurar la igualdad y la justicia, se trata ahora de convertir la economía en algo ajeno a esas invenciones. Nos hablan de números, negocios, deudas y beneficios, como si viviésemos en una selva inabarcable que sólo puede responder a su propio destino natural de calentamientos, vapores e inundaciones.

Para ser reales hay que volver a la realidad. Para ser originales conviene volver a los orígenes. Para defender el pragmatismo de la Razón de Estado nada mejor que un sueño justo. Atrevámonos de nuevo a soñar y saber. Un político responsable no es el que trabaja al servicio de la financiarización o de la economía fiera. Un Partido de Gobierno no es el que acepta por principio maltratar a los ciudadanos. La Razón de Estado nace de la soberanía popular, no de la banca ni de las grandes multinacionales. Si los ciudadanos aceptan la lógica común y los pactos propuestos por Ibex 35, más que hacer política están haciendo el imbécil. Algunos padres de la patria se parecen cada vez más a Tarzán de los monos.

 

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