La realidad y el deseo

Elogio del militante

El pensamiento que intenta responder a los momentos de crisis, ya sea afirmativo o negativo, debe ser vigilante de sus propios límites. Acomodarse en el o en el no es un peligro a la hora de reconocer el estado de la realidad. Por eso uno siente con frecuencia el deseo de matizar, incluso la necesidad de desdecirse o de establecer una dinámica del sí, pero no y del no, pero sí.

Con todo el derecho del mundo, la sociedad española ha puesto en tela de juicio en los últimos años la labor de los políticos profesionales. Hemos sufrido un espectáculo metódico de corrupciones, docilidad, gregarismo sectario, renuncia a la propia conciencia, disciplina a la hora de obedecer para no quedarse fuera de la fotografía, selecciones inversas en los aparatos y consignas inseparables de una repetición ordenada de la mentira. La España oficial se ha ido separando así de la España real.

Es muy difícil que un joven que vive arrojado en la incertidumbre laboral de la selva se pueda identificar con otro joven que accede a una concejalía en su ayuntamiento, y pasa después, por obediencia debida, a un parlamento autonómico, y después al Congreso de los Diputados, y más tarde al Senado, sin respirar otro aire que el de la política, los cargos públicos y la confianza de los jefes. Es muy difícil también, por ejemplo, que un juez o un periodista con voluntad de independencia respeten una situación basada en el corporativismo de los servicios prestados al poder.

Se nota en seguida cuándo una conversación responde al puro compromiso ideológico de los ciudadanos interesados en la política y cuándo responde a la mezcla de ideas y de cálculos de los profesionales que deben equilibrar sus opiniones con su situación en un aparato. La necesidad de flotar suele ser más imperiosa que la de nadar hacia una orilla.

Todo esto es verdad. Pero estas críticas necesarias se convierten en un peligro cuando sirven para facilitar la falta de compromiso sólido y para reivindicar una política en perpetuo estado gaseoso. Por eso hay que vivir en el sí, pero no o en el no, pero sí. El reto es la formulación de pensamientos que sirvan para corregir errores, no para liquidar raíces fundamentales en una sociedad democrática. Después de criticar al profesional de la política, tiene uno ganas de elogiar al ciudadano que entrega su vida al compromiso político más allá de una cita ocasional en una plaza de 7 a 9 de la tarde.

Una cosa es lo que quieren imponer las modas sociales y otra lo conveniente para una transformación real de la sociedad. Después de criticar las malas prácticas políticas, resulta conveniente el elogio del militante que decide organizarse, formar parte de un colectivo, sentirse miembro de algo más que un simple impulso momentáneo. Indignarse, acudir a una plaza, formar una asamblea y pasar una tarde de protesta está muy bien. Pero esta realidad sin vínculos es a veces sólo una consecuencia de otra realidad triste: el compromiso sólido, en un partido, en un sindicato, resulta cada vez más difícil. Militar en una organización obrera te pone en un compromiso en el puesto de trabajo o en los ámbitos institucionales. Ir a gritar a una plaza, fuera de tu horario laboral, compromete mucho menos, implica menos riesgo, menos responsabilidad personal. Los que no se atreven a apoyar una huelga en su centro de trabajo, se desahogan después como pueden.

El estado movedizo y sin raíces es tan importante en España que ha afectado incluso a los nervios de las encuestas y las previsiones de votos. Los partidos tradicionales han perdido su blindaje. Muchos electores no se sienten comprometidos con su voto anterior. Pero harían mal las nuevas propuestas en confiar en la solidez de las modas, porque la falta de vinculación puede afectar también a las novedades. Más que nunca, lo sólido se desvanece en el aire.

Por eso creo que es muy importante elogiar el compromiso militante y la lealtad. Primero para devolverle el prestigio a la militancia sistemática contra la explotación, el militarismo, las oligarquías económicas y los responsables de la desigualdad. Militar por la paz, por la cultura libre, por los derechos humanos, por los derechos civiles, por las exigencias ecológicas, por el socialismo... Y, después, para devolverle el prestigio a la palabra Organización. Si Podemos es consciente de la necesidad de darle solidez a sus círculos; si Izquierda Unida es consciente de la importancia de reforzar la pluralidad y la energía de su organización; si los movimientos sociales y las convocatorias cívicas son conscientes de la necesidad de organizarse para intervenir en política, será más fácil desembocar en la convergencia de una militancia común contra la barbarie impuesta por la derecha sobre la piel de España.

El Frente Amplio no es una promesa de alianzas difusas o un gazpacho de siglas, sino una alternativa que debe fundar su unidad en la conciencia de estas dos palabras: militancia y organización.

Más Noticias