La realidad y el deseo

Tú podrás dominarlo

Un desalentador sentimiento de fatalidad entristece la llegada de este mes de septiembre. Se trata de un ánimo extraño. El obligado estudiante de la vida que todos llevamos dentro suele facilitar que identifiquemos el curso escolar con el verdadero principio del año. Septiembre intenta compensarnos casi siempre del final de las vacaciones con una meritoria reunión de promesas, deseos y proyectos. Así nos recuerda el irrenunciable ejercicio cívico de la decisión. Las ilusiones y la responsabilidad tienen el mismo origen, un proceso que nos convierte en ciudadanos como la mano del campesino transforma la tierra en cultivo.
Pero en este principio de curso la fatalidad se ha apoderado de la vida pública. Todo parece escrito por una mano ajena. Los mercados ordenan, los políticos cumplen. Y los resultados electorales previsibles consagrarán el horizonte inmovilizado. El sistema electoral ha conseguido que en vez de una alternativa sólo haya una alternancia. Así que los votantes castigarán al Gobierno, pero premiarán a otro partido que cumpla las mismas órdenes que el anterior. Esta libertad limitada de la alternancia es otra forma de acatamiento. Más que un rasgo de inteligencia, asumir la fatalidad es una confirmación de la servidumbre voluntaria.

Convendría que aprendiésemos a ponernos deberes a nosotros mismos para olvidarnos de las tareas impuestas por los mercados. Propongo la relectura de un episodio decisivo de Al este del Edén, la novela de John Steinbeck. Me refiero a la conversación memorable entre Samuel Hamilton y el chino Lee sobre el capítulo cuarto del Génesis. Unos pocos versículos cuentan la historia de una humanidad marcada por el crimen. Enfadado a causa del desinterés de Jehová ante sus ofrendas, Caín siente envidia y asesina a su hermano Abel. Lee confiesa la historia de su interés por este episodio bíblico. Para comprenderlo, había acudido a uno de los círculos de sabios chinos que se reunía en San Francisco. Después de una larga controversia llena de sombras, cuatro ancianos decidieron aprender hebreo durante dos años, desmenuzar cada palabra y acercarse en lo posible a la verdad.

Conviene tener en cuenta algunos detalles. La marca que Jehová impuso a Caín no se debió a un acto de venganza o desprecio. Asustado por el castigo que merecía su crimen, Caín supuso que iba a ser asesinado por el primero que lo encontrase. Jehová marcó a Caín para advertir que castigaría siete veces a aquel que se atreviera a matarlo. Sin embargo, la verdad última que los sabios chinos encontraron no está en este importante aviso contra la venganza. Un valor más alto domina el episodio. Cuando se detecta el mal y la posibilidad de elegir senderos en un laberinto ético, surge una convicción irrenunciable para los seres humanos: "Tú podrás dominarlo". El camino está abierto. No se trata de la promesa de una historia cerrada con final feliz, ni siquiera del anuncio de un premio. Es sólo la conciencia del tú podrás a la hora de decidir, el peso inevitable y afortunado de una responsabilidad que nadie debería abandonar en manos de la predestinación o el fatalismo.

Los sabios chinos no creían en el Antiguo Testamento. John Steinbeck tampoco. En este episodio reconocieron una historia verídica, una verdad humana en cualquier época, cultura o raza. Deberíamos recordarlo nosotros al comenzar un septiembre convocado a la renuncia. Desde tribunas muy altas pretenden hacernos el favor de tratarnos como a niños, es decir, quieren evitarnos la responsabilidad de decidir sobre asuntos que están por encima de nuestro entendimiento, o de nuestra capacidad de sacrificio, o de nuestra voluntad de ser justos. Cambiar una Constitución con este procedimiento y esos argumentos supone admitir que la responsabilidad cívica ha dejado de ser la raíz de la soberanía. Nunca se ha reconocido de manera tan descarnada que la palabra democrática está hueca por dentro.

A las consideraciones del chino Lee y de John Steinbeck añadiría yo la enseñanza de que no conviene confiar mucho en los sacrificios a la divinidad. Los señores son desagradecidos. Caín mató a Abel. Acabaremos matándonos entre nosotros si olvidamos el tú puedes y confundimos la vida con el sentimiento de culpa y el perpetuo sacrificio.

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