La realidad y el deseo

En favor de la pena de muerte

El tradicional pacto de gobierno y responsabilidad de Estado entre el PP y el PSOE da un paso más al aprobar la cadena perpetua como horizonte penal para España. La alegría que sentimos los ciudadanos de bien está sólo empañada por la molestia de ese eufemismo cobarde de la "prisión permanente revisable". El buen español no necesita paños calientes. Al pan pan y al vino vino.

Ya tuvimos que soportar en el pasado la cursilería de expresiones como "flexibilidad laboral" para hablar del santo derecho de los empresarios a tratar con mano dura a los trabajadores, unos seres impertinentes y mal acostumbrados, siempre dispuestos a poner en peligro la economía del país y la salida de la crisis con la cantinela de la seguridad, los acuerdos laborales y el salario digno. Los vagos están de sobra en cualquier empresa. En una sociedad moderna, es irenunciable la agilidad de la expresión "a la puta calle".

Pero si dejamos de lado la apocada utilización del eufemismo, es noticia de gran valor que los dos partidos mayoritarios se atrevan por fin a mirar la realidad y a endurecer el código penal con la cadena perpetua. Gusta saber que en los momentos difíciles, cuando se trata de cosas importantes para la economía y la seguridad española, contamos con dos fuerzas capaces de ponerse de acuerdo, ya sea para reformar la Constitución, ya sea para pagar la deuda de los bancos, ya sea para llenar de cuchillas las fronteras.

No hay duda de que la zarandaja de los derechos humanos y la utopía de la reinserción social de los presos han provocado muchos daños en la moral de los últimos siglos. Nadie puede creerse las tonterías esas de que no se castiga al delincuente sino al delito, que no es lo mismo una pena que una venganza y que la privación de libertad tiene como fin último la vuelta del culpable al seno de la sociedad. Las segundas oportunidades son propias de leyes afeminadas, de matices amanerados, de artículos sin hombría. Quien la hace la paga y para siempre.

Las apariencias engañan. Los sociólogos son tontos cuando afirman que el número de crímenes es bajo en España según las últimas estadísticas. ¿Y qué pasa con lo que puede ocurrir mañana? Hay mucho yihadista disfrazado de trabajador en paro, jubilado con pensión de mala muerte o bribón que no paga su hipoteca. Resulta decisivo ser coherente. Los dos grandes partidos han dado muestras en muchas ocasiones de su buen hacer y su responsabilidad defendiendo una ley hipotecaria nacional que es la envidia de todos los banqueros del mundo. Nada tan español y tan católico como evitar las mentiras y los recovecos que siempre utilizan los individuos sin vergüenza, ambiciosos, corrosivos, que pretenden vivir por encima de sus posibilidades y se compran una casa que no pueden pagar. ¡Aquí todo el mundo ha querido ser propietario de palacios y mansiones!

PP y PSOE se han visto obligados a proteger a los bancos de la irresponsabilidad de una población compulsiva. Pero esta coherencia conlleva sus peligros, sus muchos peligros. Ni siquiera basta con el esfuerzo realizado a través de concordatos, inmatriculaciones y dinero público para mantener acuerdos con la Santa Madre Iglesia, muy conscientes PP y PSOE del papel que la caridad y las obras de misericordia juegan a la hora de consolar a los fracasados. En esta sociedad decrépita y envenenada hay mucha gentuza que no se contenta con la caridad cristiana, y exige derechos, y promueve la discordia. ¡Hasta algunos curas insensatos se atreven a rebelarse y a mezclarse en sus parroquias marginales con los grupos antisistema!

No hay duda: un obrero holgazán y en paro, desahuciado por los bancos y con familia que alimentar, sin educación y sin dinero para acudir a un psiquiatra, es una bomba de relojería. La pobreza se identifica con el crimen y los pobres con los criminales. Así que la cadena perpetua era una decisión ineludible para estar a la altura de las circunstancias, esgrimir la autoridad ante la barbarie y defender el orden y el futuro de nuestros hijos.

Ahora se trata de dar un paso más y pedir la pena de muerte. La blandenguería humanista que expulsó el patíbulo de nuestras costumbres sólo ha servido para incrementar los gastos del erario público. La mejor manera de hacer cumplir el artículo 135 de la Constitución, pactado sensatamente por el PSOE y el PP para recortar gastos, es quitarse de encima facturas innecesarias, como la alimentación de presos sin posible remedio, sometidos a la cadena perpetua.

¡Pena de muerte ya! Sólo es de esperar que PSOE y PP no caigan en el eufemismo de proponer modos higiénicos para el cumplimiento de las sentencias. La guillotina es demasiado fría. Propongo el descuartizamiento público del condenado. Los yihadistas, dentro de lo malo, nos han enseñado una buena lección: el regreso a la Edad Media.

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