La realidad y el deseo

¿No me contéis más cuentos?

Vivimos un tiempo de descrédito. La sospecha domina, cualquier diálogo se convierte en un ejercicio de prevención y los debates se anulan con actos de desprecio. Sospechamos del profesor que nos educa, del médico que nos cuida, del político que procura mejorar nuestra vida, del sindicalista que defiende nuestros derechos laborales, del periodista que nos informa, del intelectual que medita sobre la realidad. La actualidad, ese vértigo de los instintos, no invita a la ilusión, sino al rencor.

Las barras de los bares, la conversación de los taxis, el eco de las radios, el postre de las familias y el monólogo de los paseantes han aprendido de memoria un poema de León Felipe titulado "No me contéis más cuentos". En forma de estribillo que cancela cualquier tentación de alternativa, las voces cotidianas repiten: cuentos, cuentos, yo no quiero cuentos...

Pero el ciudadano contemporáneo lee el poema de León Felipe con una sequedad literal y descarnada. Después de la derrota en la guerra y en la vida, necesitado de energía, el poeta leyó Rendición de Espíritu de Juan Larrea y quiso darle sentido a la transformación del gusano en mariposa. Buscó la metamorfosis en el paso de los cuentos al sueño. Su negativa al relato con el que se mece la cuna del ser humano se debía al deseo de volar en el viento. El descrédito cívico no tiene hoy tantas alas. El desconfiado tampoco quiere soñar, teme los grandes vuelos, no duda en confundir los cuentos y los sueños. Y eso agrava el problema. Ya sabemos que muchos relatos se convirtieron en pesadillas al diluirse en el argumento totalitario de los sueños.

¿Qué hacemos entonces con el relato? Es una pregunta que nos impone esta cotidianidad sobrecargada de injusticias y carente de cuentos o de sueños. Una respuesta ingenua es peligrosa e improcedente. No podemos olvidar los errores del siglo pasado, esa narración esperanzada que acabó en el campo de concentración, el gulag o la bomba atómica. Los sueños de la modernidad conviven con el crimen. Pero la rutina pacífica convive también con la pena de muerte. No podemos olvidar tampoco que la renuncia forma parte de la respuesta equivocada. El cinismo no es más que la manipulación de la ingenuidad, una parálisis disfrazada de inteligencia.

El relato propone planteamientos, nudos y desenlaces. Escribir y contar no significa sólo la reunión de bellas palabras, sino un argumento soportado en cálculos de estructuras. El descrédito de los relatos históricos se debe en parte a que, con la coartada del desenlace futuro, se han admitido muchos crímenes en los nudos del presente. Sí, nos sabemos ya todos los cuentos del comisario político que en nombre de la felicidad prometida degrada los planteamientos y llena sus decisiones de cadáveres. ¿Pero eso implica la renuncia definitiva, el olvido del relato, la negación inmovilizadora del deseo de contar? Una mirada al mundo evidencia la gravedad de esa negativa. El mayor fracaso de los sueños, más incluso que la descomposición criminal de alguno de ellos, ha sido su incapacidad de transformar un mundo también criminal, hambriento y con una soberanía cívica muy desdibujada ante poderes cada vez más invisibles.

La rutina del descrédito no soluciona nada. La voluntad de relato, por ejemplo, se avergüenza ante los países que, en nombre de un poder absoluto, de un futuro sagrado, de una verdad política severa, persiguen a un periodista y le niegan la palabra. Pero la rutina de la normalidad sin futuro es vergonzosa también cuando pone la información en las manos interesadas de los grandes poderes invisibles o cuando confunde la representación política con la ambición partidista de controlar el trabajo de los profesionales. La vigilancia democrática sirve para asegurar ámbitos de libertad individual y colectiva, no para imponer el acuerdo egoísta de las élites.

Hubo un tiempo en el que las amenazas mayores venían de cuentos ruidosos que humillaban el presente. Hoy convivimos con el peligro de un sigilo: la renuncia al porvenir, el descrédito de todos los relatos. Este mundo es injusto, necesitamos transformarlo, y para eso debemos aprender a confiar, a unir de nuevo la palabra nosotros y el érase una vez... Podemos escribir y contar el relato de otra manera.

Más Noticias