La realidad y el deseo

La libertad de Juanjo

El sindicalista Juan José Álvarez, delegado de CC.OO de la empresa Fiesta, ha sido juzgado en Alcalá de Henares. El fiscal le pide tres años y medio de cárcel por su participación en un piquete en la huelga general del 29 de marzo de 2012.

Su posible condena no será mi condena, porque la cumplirá él, pero su libertad si es la mía. Y no hago esta declaración porque yo también esté sindicado en CC.OO desde 1981, año en el que empecé a trabajar como profesor de literatura. La libertad de cualquier otro sindicalista de clase, sea cual sea su organización, interpela también mi sentido de la libertad.

Podría limitarme a citar aquí los versos de Martin Niemöller, atribuidos de forma constante por error a  Bertolt Brecht : "Cuando los nazis vinieron a llevarse  a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista". Y así con los judíos, los sindicalistas, los católicos, hasta acabar en un yo sin escapatoria. Niemöller, pastor luterano, hablaba de la solidaridad, pero dejaba en el aire una pregunta: ¿podemos ser yo sin estar encerrados en un yo?

Quiero enfocar desde aquí la situación de Juanjo porque creo que uno de los debates fundamentales de la cultura política contemporánea se centra en la definición del concepto de libertad, un concepto que establece de inmediato la manera que tenemos de entender el yo.

La cultura neoliberal apuesta por el individualismo de un sujeto posesivo. La libertad es sólo una energía personal y el discurso social debe limitarse a la igualdad de oportunidades. Las necesidades, las desigualdades y la precariedad son en esta lógica responsabilidad del individuo, consecuencias de su victoria o su fracaso. Pero situar la igualdad de oportunidades como norma en una sociedad llena de desequilibrios es un modo de mentir y de santificar la injusticia. Se juega con el tiempo en busca de una legitimidad fraudulenta, se desplaza al final del itinerario una desigualdad que suele estar ya en el origen.

La cultura neoliberal ha apostado toda su fuerza en esta perspectiva para borrar la dimensión social de la palabra libertad y del individuo en la lógica del pensamiento democrático. No se trata sólo de energías individuales, sino de la invención social de marcos de convivencia que permitan el desarrollo de las libertades individuales y aseguren las necesidades imprescindibles de cada ciudadano. ¿Qué se considera imprescindible para un ciudadano? Sanidad, educación, cultura, trabajo digno, tiempo de ocio digno, libertad sexual, son algunas respuestas.

El sindicalista Juan José Álvarez participó en la huelga de marzo de 2012 para protestar por una reforma laboral que rompía la dimensión social (la mía, la suya, la nuestra) de la libertad. En la inercia de un capitalismo desatado y sin límites, se liquidaban los derechos laborales y las posibilidades de regulación y acuerdo entre los trabajadores y los empresarios.

Hay que ser muy cínico para asumir que borrando los marcos sociales se defiende la igualdad de oportunidades en un mundo laboral marcado por el desempleo, la inseguridad y el desequilibrio. Diluir el papel del Estado es tanto como abrirle la puerta a la ley del más fuerte, que es precisamente la puerta que debe cerrarse para combatir la desigualdad y buscar una convivencia justa.

Más de 300 sindicalistas están siendo procesados en España por querer cerrar esa puerta y ejercer el derecho constitucional a la huelga. La ideología neoliberal que se extiende como un óxido corrosivo por Europa encuentra en España terreno abonado para multiplicarse, debido a la fragilidad del tejido democrático y a las herencias franquistas del PP, que tienden a convertir la protesta laboral y la disidencia política en problemas de orden público. También somos el escándalo de Europa en represión sindical. Corrupción y represión, y viva España.

En un país de ladrones con chaqueta y corbata, se le piden tres años y medio de cárcel a un trabajador por intentar que un bar cierre sus puertas en una jornada de huelga y por colocar unas pegatinas en la pared. Poca violencia hay en el acto de Juan José Álvarez si se compara con la violencia legal ejercida por un gobierno que desampara a la mayoría de sus ciudadanos al establecer condiciones de trabajo miserables. Brecha social, pobres con empleo, jóvenes emigrantes, mujeres sin posibilidad de buscar un trabajo digno, esa es la violencia que domina hoy en España.

El juicio de Juanjo merece pocos titulares. Vivimos tiempos de obreros invisibles porque ha triunfado la cultura neoliberal y se ha borrado la dimensión social de la palabra libertad. El conflicto laboral parece haber desaparecido de los grandes proyectos de regeneración democrática. Esa es otra victoria del neoliberalismo. El derecho de los trabajadores se ha transformado en un derecho contra el trabajador.

La libertad de Juanjo es mi libertad, porque no hay mayor factor de regeneración democrática para una sociedad que el trabajo decente y el salario digno.

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