La realidad y el deseo

El rencor y el miedo

Las leyes electorales manipuladoras generan dinámicas de descrédito de la política y facilitan la separación de la vida real y las representaciones oficiales. Junto a la elaboración injusta de los resultados, la ingeniería electoral provoca con el paso de los años unos sentimientos que acaban convirtiéndose en verdaderos mecanismos del sistema para limitar cualquier tipo de alternativa. Nada más útil que los efectos del rencor y el miedo para la imposición del conformismo electoral.

El rencor es la indignación sin sentido político. Se trata de convertir a un presidente del Gobierno en el culpable de todas las desgracias de la nación. Lo que ocurre en las calles, los hogares, las cuentas de los bancos, las finanzas internacionales y la intimidad de los bolsillos es culpa del malvado presidente. Da igual que situaciones parecidas estén ocurriendo en otros lugares del mundo. Basta con encontrar un chivo expiatorio para cargarle todas las responsabilidades a través de interpretaciones simples y demagógicas, elaboradas a golpes de titular populista.

Las consecuencias de este rencor son inmediatas y ciegas. Se evita un análisis del sistema que es el verdadero responsable, más allá de los errores personales, se convierte cada elección en una venganza y se nos convoca a votar contra alguien. Como el bipartidismo presenta sólo una opción capaz de hacerle daño al Gobierno, el rencor llama al voto útil. ¡Votemos a estos! ¡No son los míos, pero son los únicos que pueden echar a los otros! Así que vamos a cerrar los ojos mientras embestimos.

Una lógica parecida trabaja en los argumentos del miedo. ¡Estos son malos, pero los otros peores! ¡Y son los únicos que podrían suavizarlos! El miedo sin sentido político nos conduce a la ingenuidad. Es otra forma de embestir. Basta con un poco de calma para tomar conciencia de que buena parte de las amenazas anunciadas responden a la misma lógica de las medidas que han despertado el rencor contra el Gobierno. En España, por ejemplo, la derecha da miedo. Pero hay que ser muy ingenuo para olvidar que los futuros recortes en los servicios públicos son la consecuencia inevitable de la política neoliberal asumida por los socialistas.

No deja de ser curioso. A lo largo de una legislatura, el Gobierno socialista pacta con la derecha para hacer una reforma laboral, evitar cualquier cambio en la ley electoral o en la legislación hipotecaria, imponer un neoliberalismo radical y degradar desde una óptica economicista el sentido social de la Constitución. Después de tanta coincidencia, llegan las elecciones y se nos alerta de los graves peligros de la derecha.

El rencor y el miedo son mecanismos de control del sistema. No sitúan la discusión en la búsqueda de alternativas, sino en la lógica rutinaria de las alternancias. El rencor juega con la insatisfacción y el miedo con la incertidumbre, dos sentimientos cada vez más poderosos en una sociedad que recorta derechos individuales, ridiculiza ilusiones colectivas, distribuye soledades, borra compasiones y promueve la inseguridad como factor de humillación. El furor desatado por el grito de sálvese quien pueda no es más que una parte del proceso de doma. La penúltima coz mientras nos colocan la silla de montar.

El votante es convocado a las urnas por rencor o miedo entre los malos y los peores. La defensa de sus propias ideas pierde importancia, queda relegada a la calle. Se produce así un efecto perverso, de carácter espectacular, debido al propio bipartidismo de los medios de comunicación. Los debates políticos, y por tanto las elecciones también, suceden en los medios. Mientras los votantes se quedan en la calle, su voto pertenece al videojuego electoral. No se trata de caer en el error de pensar que el votante mayoritario es tonto o deshonesto, sino de comprender las estrategias que lo convierten en un personaje virtual. En la barra del bar, se enfurece contra los abusos de los unos y los otros. Pero a la hora de votar cumple el rito del rencor y el miedo y vota por los unos o los otros como si las demás opciones no entraran en el argumento del espectáculo.

El descrédito de la política separa de forma grave la vida real y su representación. Las elecciones no son ya una fiesta de la democracia.

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