La realidad y el deseo

Levántense los acusados

El orgullo ético sirve para romper la parálisis que imponen los sentimientos de culpa y las llamadas despóticas al sacrificio. La poesía de Luis Cernuda se consolidó cuando pudo asumir las consecuencias rebeldes de su orgullo. En un poema titulado A un muchacho andaluz, perteneciente al libro Invocaciones (1934-1935), escribió: "Porque nunca he querido dioses crucificados / Tristes dioses que insultan / Esa tierra ardorosa que te hizo y deshace". Frente a una sociedad represiva, en la que imperaban la culpa, el luto y las servidumbres del sacrificio, el poeta declaró con orgullo su homosexualidad para cantar la belleza de los cuerpos libres.

Recuerdo los versos de Cernuda porque vivimos un tiempo de dioses crucificados. Mientras el vértigo de la especulación nombra presidentes de Gobierno y anula la soberanía de los ciudadanos, la democracia sacrifica sus valores y renuncia al orgullo político. Los sacerdotes del dinero promueven sentimientos de culpa para que nos acusemos entre nosotros. En vez de buscar una solución común, intentamos separarnos de los castigados por la divinidad. Grecia es culpable, Portugal es culpable, Italia es culpable, España será culpable. Nos están convenciendo de que lo que ocurre hoy en la economía es la consecuencia de haber vivido por encima de nuestras posibilidades.

Cuidado con los sentimientos de culpa porque son la carta más peligrosa que se guardan en la manga los represores. Para no caer en la trampa, conviene diferenciar bien los fallos en la gestión y las causas de la crisis. Hay que matizar y jerarquizar responsabilidades.

Cada vez que se discute sobre recortes en la inversión pública, ya sea en cultura, educación, sanidad o derechos laborales, practicamos el costumbrismo mental de sentirnos culpables por los posibles derroches. Somos sacerdotes de nuestra mala conciencia. Parece que debemos recortar ahora porque hubo unos gestores manirrotos que desperdiciaron el dinero en grandes fastos, medicinas, ordenadores para colegios, obras públicas, ayudas al campo o subsidios a los desempleados. No vayamos con tanta prisa, no nos declaremos culpables antes de tiempo. ¿Ha habido errores de gestión? Por supuesto. Es verdad que se ha disparado con pólvora del rey y se han cometido dislates de nuevos ricos. Fue un error grave subirse en la espuma de los años de bonanza perdiendo la conciencia social y la perspectiva de futuro. En España, por ejemplo, en vez de utilizar las saneadas cuentas del Estado para consolidar el sistema productivo, se redujeron los impuestos, debilitando aún más una fiscalidad tímida. Se generalizaron también algunas prebendas sociales sin diferenciar la situación económica de los ciudadanos. Cuando el Estado favorece a los poderosos, no facilita su solidaridad. Despierta su avaricia.

Hubo, pues, graves errores de gestión. ¿Pero estos errores son la causa de la crisis? ¿Estamos obligados los ciudadanos europeos a sacrificarnos por nuestros errores? No deberíamos enfangarnos en la mala conciencia, porque las causas de la crisis apuntan en otra dirección. Soportamos las consecuencias de un giro económico en el que la especulación y el libre movimiento de capitales han sustituido a la producción de riqueza. Esa es la realidad descarnada. El Estado del bienestar ha funcionado durante años incluso con injusticias, errores de gestión y derroches. Así que las miserias de la catástrofe tienen otros culpables. Un capitalismo especulativo feroz se apodera del mundo sin encontrar un discurso político que sea capaz de enfrentarse a él. Europa podría haber encabezado ese discurso si hubiera intentado convertirse en un Estado real, con política económica y fiscal propia, en vez de en una unión monetaria al servicio de los mercados.

Es un error sacrificar nuestras vidas y nuestros votos al sentimiento de culpa para ponernos en manos de los verdaderos causantes de la crisis: los especuladores y los partidos que defienden el neoliberalismo. Más que hacer los deberes impuestos por los mercados, tengamos el orgullo de regresar a la política. Repitamos con Cernuda que nunca hemos querido dioses crucificados, tristes dioses que insultan esta tierra ardorosa que nos hizo y nos deshace. Pónganse en pie los acusados. Digan que no.

Más Noticias