La realidad y el deseo

Las sílabas del futuro

Buenos Aires es una ciudad tan viva y con tanto presente que a los viajeros les resulta difícil salir de ella y visitar otros lugares de Argentina. En cada visita es necesario establecer una disciplinada voluntad de conocimiento y guardarse 2 ó 3 días en la agenda para dedicárselos a otras provincias del país. Esa voluntad me condujo hace unos años a Salta. En su Museo de Arqueología me sorprendió uno de los ataques de cólera y desolación más graves que he sufrido en la vida.

Se conservan allí tres momias de asombrosa perfección. Una adolescente de 15 años, un niño de 7 y una niña de 6 duermen en su urna el sueño de la muerte y el frío. Parece ser que hace muchos siglos iniciaron un viaje desde Perú y caminaron por la cordillera de los Andes hasta llegar al cerro de Llullaillaco, situado entre la provincia argentina de Salta y la chilena de Antofagasta. Los sacerdotes incas los condujeron hasta allí y los enterraron en nieve, emborrachándolos con chicha para suavizar el proceso de congelación. Víctimas y verdugos cumplieron con un sacrificio ritual en honor de sus dioses. Los viajeros pueden ver los cuerpos en un conmovedor estado de conservación, con sus pequeñas sandalias, sus pies, sus trenzas, sus juguetes y sus rostros condenados al abismo del tiempo. Confieso que ante ellos desapareció en mí el interés arqueológico. El miedo de aquellos niños enterrados en vida formó entonces parte de mi presente, de mi indignación contra todos los dioses crueles y sus siervos. El relato de la historia es un presente perpetuo para los valores de la ética. Cualquier víctima, en cualquier tiempo y en cualquier lugar, nos interpela. Cualquier deseo de emancipación, también.

Confieso que he sentido una cólera y una desolación parecidas ante la impunidad con la que los especuladores han dispuesto el sacrificio de la democracia en el altar de la usura y la avaricia. Hace unas semanas los mercados se atrevieron a convocar antes de tiempo elecciones generales en España. Hace unos días no necesitaron ni convocar elecciones para decidir los gobiernos de Grecia e Italia. Queda por ver el paso que darán mañana si los ciudadanos no se atreven a optar por la rebeldía. El poder de los dioses y sus sacerdotes depende de la congelación de nuestros valores. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? Esa pregunta se puede formular de otra manera: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar nosotros?

La memoria es en estos tiempos de descrédito un recurso imprescindible a la hora de defender el relato humano de la emancipación. Para pensar en el futuro a largo plazo no conviene quedarnos a solas con el porvenir inmediato. Las desventuras del siglo XX cuestionaron una versión lineal del tiempo como la raya continua que nos lleva al progreso. Debemos cuidarnos de ese ideal productivo que conduce a la contaminación de la naturaleza y de las ideas, a la bomba atómica o a los campos de concentración. Los comisarios políticos no hablan sobre el futuro, sino desde el futuro. Sintiéndose los dueños del tiempo, indican a los demás el único camino a seguir, imponen su orden. Los valores de la conciencia humana se sacrifican así a la lógica terrible de que un fin justifica los medios.

Para reivindicar hoy el crédito de la política y el relato de la emancipación humana sin sacrificar la decencia del pensamiento democrático, resulta conveniente equilibrar el peso de la argumentación entre la memoria y el futuro. No, el fin no justifica los medios. No podemos someternos una y otra vez al ritual de los engaños sacerdotales y las promesas incumplidas. Cuando la memoria se borra, no nos queda la nada, sino la mentira. El olvido es el arma de los que se consideran dueños del futuro. Los valores, la ética y el ejercicio de conciencia son el recurso de los que quieren sentarse a dialogar para tomar decisiones sobre un futuro que no está escrito, porque no es una fatalidad divina o científica, sino una elaboración de los seres humanos.

Contra la melancolía del futuro, ese sentimiento que nos invade cuando hipotecamos nuestro poder de decisión, queda el esfuerzo de una memoria del mañana. Recordemos las luchas, las victorias conseguidas a lo largo de la historia. No hay por qué resignarse a la congelación.

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