La realidad y el deseo

Asco de intelectuales

La mayoría de la población norteamericana siente verdadero desprecio por los intelectuales. El prestigio social de algunos ámbitos universitarios se debe a su estrecha relación con el mundo de las élites y su vinculación con los intereses de los mercados. Fuera de esos reductos, una parte importante de la población considera embaucadores peligrosos a los que se esfuerzan en hablar bien –siempre que no sean telepredicadores-, defender ideas fuera del costumbrismo nacional y razonar de acuerdo con una conciencia crítica. Es una paradoja de los instintos: se ataca al pensamiento alternativo acusándolo de las culpas que en realidad condensa el mundo académico más respetado.

Por eso tiene un valor especial que algunas figuras públicas sigan ejerciendo su labor de denuncia. Encabezados por el pensador Noam Chomsky, el analista político Daniel Ellsberg y los cineastas Oliver Stone y Michael Moore, un grupo de ciudadanos difundieron hace unos días un manifiesto en apoyo de la petición de asilo de Julian Assange en la embajada de Ecuador. Defienden los derechos democráticos de un periodista perseguido por su propio país. De cara a la opinión norteamericana, el manifiesto servirá de poco, tal vez sólo para distanciar a algunos nombres de la cultura de la campaña electoral de Obama y para levantar una vez más el desprecio generalizado de una parte de la población. Desde el punto de vista internacional, el manifiesto nos recuerda que hay otra Norteamérica y que es posible resistir en medio del olvido y las calumnias.

En los debates españoles sobre la crisis y el deterioro social que estamos viviendo, es frecuente encontrarse con la pregunta "¿dónde están los intelectuales?". Uno tiene la sensación que dicha pregunta no es formulada por personas que necesitan oír y tener puntos de referencia, sino por gente que quiere gritar. La mejor forma de sentirse fuerte en el desprecio es arremeter contra todo. Desde un punto de vista social, parece claro que la falta de protagonismo de los intelectuales alternativos sólo puede explicarse por los intereses ideológicos de los ámbitos que hoy dan o quitan visibilidad: los medios de comunicación. ¿Por qué responsabilizar, pues, a los intelectuales de su ausencia? Las voces que los atacan por sistema se molestan muy poco en buscar sus libros o en informarse de la labor que muchos de ellos hacen en sus universidades públicas. ¿Para qué buscar más, si los ofendidos se lo saben ya todo y no van a dejarse engañar por nadie?

El desprecio a los intelectuales, con el poco peso que hoy tienen en la sociedad, se explica por alguno de los valores que representan. Basta con recordar dos: la conciencia crítica y la necesidad de matizar, que es el fundamento del pensamiento alternativo y de su intervención en la realidad. Al poder establecido le interesa desacreditar la conciencia crítica y para eso convierte en moda el descrédito generalizado. Le interesa también acabar con la capacidad de matización. En esta doble tarea cuenta no sólo con la ayuda de la telebasura, que reduce a los bajos instintos toda forma de sabiduría, sino con el izquierdismo demagógico de los que no consideran a nadie suficientemente puro. Los vociferantes escuchan poco y en su ruido le prestan un servicio a la liquidación reaccionaria de los valores democráticos.

Coincidiendo en el tiempo con el manifiesto firmado por Noam Chomsky, el congresista Todd Akin desató una polémica al utilizar el concepto de violaciones legales. Se trataba de recortar el derecho a la interrupción del embarazo no deseado. ¿Violaciones legales? Es la formulación más clara de la mentalidad social de rencores que acompaña, desde un punto de vista cultural, a la economía neoliberal. La víctima es más peligrosa que el criminal y la discusión política se hace imposible porque el otro es un canalla, un mal norteamericano, una puta, un vendido o un embaucador. ¡Asco de intelectuales!

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