La realidad y el deseo

Al calor de unas elecciones

Un proceso electoral no significa sólo un reparto de premios y castigos. Aunque se paguen los errores y se obtenga el beneficio de los aciertos, las elecciones son también una radiografía de la sociedad, una iluminación de las corrientes profundas. Interpretar el sentido de los resultados supone algo más que contar el reparto de escaños.

El PP celebra su victoria en Galicia como un respaldo de las medidas económicas del Gobierno. Pero la opinión de la sociedad no se encarna en el aumento de tres diputados, algo que depende de la ingeniería electoral y de los resultados ajenos, sino en el número de votos recibidos. El PP perdió el domingo más de 140.000 mil votos respecto a los comicios anteriores, es decir, un 18 % de su electorado. Si tenemos en cuenta que Galicia es por tradición muy fiel a la derecha, vender el triunfo como un apoyo abrumador al Gobierno se acerca mucho a la mentira. Como se traslade la situación a Castilla-La Mancha, el descalabro puede parecerse mucho al sufrido ahora por el PSOE. Sería, pues, un error que los movimientos de protesta se desanimaran.

El naufragio del PSOE sugiere también algo más que una polémica sobre el liderazgo de Rubalcaba. El congreso de Sevilla en el que fue elegido Secretario General cerró en falso el proceso de cambio que necesitaba el partido. Cuando parecía que iba a triunfar una tímida, pero alentadora transformación en la cúpula, el periódico El País publicó un reportaje interesado y machista contra Carme Chacón y la vieja guardia del felipismo se personó en el congreso para dar un golpe de Estado e imponer a Rubalcaba. Es curioso que el mismo periódico que forzó esta situación ruinosa exija ahora meditaciones serias en el interior del PSOE y un pacto de Estado con el PP. Cuidado: las mismas mentes que están hundido a El País, tan amigas del felipismo, pueden también llevarse por delante al PSOE.

El PSOE no necesita un cambio de liderazgo, sino un cambio de política que rompa por fin con la vieja España del felipismo. Es difícil que un partido que pretende representar a la izquierda pueda salvarse del descrédito sin romper con la dinámica neoliberal que ha observado estos años. Confundir la modernidad con el discurso de los mercados en España y en Europa, creer que la eficacia depende de las privatizaciones, trabajar para los bancos, destruir la democracia interna en la organización y depender de grupos mediáticos son inercias que forman parte del pacto bipartidista de Estado que Felipe González firmó ya hace años. El problema no es Rubalcaba, sino la política que representa, y el cambio debe suponer algo más que una sustitución de personas. No puede aspirar a recobrar las simpatías del electorado un partido que bloquea en el parlamento la transformación de una Ley Hipotecaria cruel cada vez que la plantea una opción de izquierdas. ¿Con qué cara representa a los desahuciados?

Se ha puesto de moda llamar radical a la izquierda sensata que lleva años combatiendo el poderío infame de las prácticas bancarias españolas. ¿Es un radical Xosé Manuel Beiras? ¿Es una radical peligrosa Yolanda Díaz? ¿Hay dudas sobre su trayectoria de seriedad en el Ayuntamiento de Ferrol? ¿Por qué se califica de radical a Alternativa Galega de Ezquerdas? ¿Por haber devuelto a la protesta una ilusión social y democrática, evitando que las discusiones se reduzcan a un asunto de identidades nacionalistas? Para la sufrida población española hay otros ejemplos más radicales y contrarios al sistema. Felipe González, por ejemplo, además de su sueldo como expresidente, cobra una suma muy alta como consejero de Gas Natural, la empresa que privatizó su Gobierno. ¿Con esta manera de entender la democracia puede generarse una alternativa?

En Galicia no ha tenido un primer éxito la izquierda radical, sino una izquierda sensata, contraria al neoliberalismo, defensora de los ciudadanos y capaz de dar cauce político a la indignación. Ha sido sensata, sobre todo, por saber unirse para formar un frente amplio. No fue así en Euskadi, donde triunfaron las escisiones, la negación al diálogo y las maniobras de control interno. Esta dinámica ha supuesto la desaparición de IU en el Parlamento de Vitoria. Aprendamos la lección. El papel de los dirigentes de izquierdas no puede confundirse hoy con el de los acosadores que rompen, exigen disciplina, castigan y expulsan para reforzar sus posiciones egoístas. Resulta muy urgente conquistar la fraternidad.

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