La realidad y el deseo

¿Por qué España?

Cada vez estoy más convencido de que es necesario introducir el sentimiento de España en los debates sobre la economía y la política. No dudo de que el futuro se juega en un proyecto europeo, pero se trata hoy de discutir con urgencia qué futuro y qué Europa queremos, y para eso es imprescindible hablar de España. Me parece una forma directa de unir la política a la vida real de los ciudadanos.

El politólogo Tony Judt denunció los peligros que una construcción europea precipitada y no cuidadosa podía tener para los sentimientos de solidaridad. Los ciudadanos suelen sentir respeto y hermandad por las personas que pertenecen a su propia comunidad. Los vínculos facilitan el impulso de saberse responsable de los otros. Difícilmente es ajeno a nuestra dignidad y a nuestro deseo de ayudar aquello que le ocurre a alguien incluido de manera sentimental en nuestra familia o en nuestra sociedad. Pedir solidaridad cuando no hay esa conciencia de comunidad viva es una quimera.

Eso está ocurriendo en Europa. Las directrices que imponen con crueldad los poderes de Alemania y Holanda, responsables del empobrecimiento vertiginoso de la Europa del Sur, y la forma en la que sus bancos están haciendo negocio con la miseria de nuestros países, sólo son posibles porque llegan de un mundo que se siente ajeno. Es la misma mecánica del ejecutivo millonario que permanece indiferente ante el despido de sus empleados. Los altísimos sueldos se inventaron, entre otras cosas, para marcar diferencias entre mundos. ¿Qué tengo yo que ver con un griego o con un español? ¿Qué tengo yo que ver con los problemas de mis trabajadores? Son las preguntas que suelen hacerse los ricos, que nunca se plantean de dónde sacan el dinero. Prefieren discutir en dónde se lo gastan o a quiénes están obligados a ayudar.

La construcción de Europa como territorio sin Estado ha sido el mayor disparate de la historia contemporánea. Dejó a los ciudadanos en manos de los poderes financieros y de las estrategias de la especulación. Recuperar el sentido de Estado, de comunidad, de políticas y leyes al servicio de la gente -y no de los bancos-, es imprescindible. Por eso hay que hablar de España como responsabilidad cotidiana. Sólo devolviéndole a la política su rostro concreto y humano podremos conseguir un día que Europa se preocupe de las personas desahuciadas, de las que pierden su derecho a la sanidad o a la educación pública, de las que no tienen posibilidad de encontrar un trabajo. Esos son los problemas reales.

Hablar de España es también el mejor modo de denunciar la traición que el Gobierno está cometiendo contra sus ciudadanos. Los bancos alemanes pusieron en marcha préstamos a bajo interés para que los bancos españoles agitaran el mercado hipotecario y animasen a todo el mundo a comprarse una vivienda. La crisis ha hecho fracasar sus negocios. La medidas del Gobierno, que generan el paro y la pobreza de los españoles, están pensadas para que los bancos alemanes no pierdan el dinero de sus negocios fracasados. Eso es un acto de traición a España.

El Banco Central Europeo prestó dinero a bajísimo interés a los bancos y luego los bancos compraron con ese dinero deuda española a un interés altísimo gracias a los movimientos especulativos y a las famosas primas de riesgo. En vez de denunciar la situación, analizar la deuda y detallar qué parte es una estafa, qué parte se debe pagar y en qué plazos, el Gobierno recorta de un modo cruel los servicios públicos y empobrece a su país para que los especuladores cobren sin problemas. Eso es una traición a España. Así que conviene que los españoles nos sintamos solidarios entre nosotros para impedir la situación de colonialismo y saqueo que el Norte de Europa le está imponiendo al Sur. En este momento no hay otra perspectiva más importante que la gravísima situación económica en la que los poderes financieros han colocado a nuestra gente.

Quizá sea una buena perspectiva para plantearse también el debate sobre la independencia catalana. Creo en el derecho de los pueblos a decidir y defiendo un Estado federal capaz de articular con respeto las singularidades. Esa ha sido siempre la política de la izquierda. Pero también desde la izquierda me considero con derecho a abrir un debate político. Es un error profundo permitir que la identidad, como cuestión prioritaria, oculte hoy el drama de la situación económica traidora impuesta a sus poblaciones por los gobiernos de PP y CIU. Pese a lo que afirman alguna instancias oficiales, yo no tengo ninguna duda de que Europa acabaría reconociendo a una Cataluña independiente. Esta Europa neoliberal necesita gobiernos neoliberales dispuestos a traicionar a sus ciudadanos en nombre de los bancos. Y CIU sería un aliado magnífico.

Desde un punto de vista social, la independencia tendría consecuencias políticas graves para todos. CIU se convertiría en el partido institucional de Cataluña, algo así como un PRI mexicano a lo catalán, con manos libres para imponer sus políticas a lo largo de 50 años. Y en España, de rebote, agitando banderas y ofensas, ocurriría lo mismo con el PP. Mientras tanto los ricos de los dos países serían más ricos, los pobres más pobres y todos estaríamos sometidos al poder de decisión de los bancos alemanes, que son los que marcan el rumbo de un proyecto europeo fracasado.

Luchar contra esta situación es hoy la prioridad. Recordar que los españoles y los catalanes están siendo traicionados a la vez por un sistema económico injusto es una buena manera de devolverle el compromiso humano a la política. Sólo un proyecto social claro y democrático puede devolverle una ilusión benigna a la gente.

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