La realidad y el deseo

Meditación desde la periferia

Las reflexiones más objetivas sobre la realidad tardan poco en reconocer que resulta inviable una vuelta al viejo Estado nación. Los entramados económicos que conforman la vida cotidiana de millones de ciudadanos en el planeta se mueven ya en un horizonte muy distinto. Sería ingenuo pensar que puede haber una aislada respuesta española a la economía especulativa, a la situación del euro o a las inercias del mercado laboral. Pero sí creo muy pertinente opinar desde España.

Necesito establecer una diferencia entre una respuesta española y una respuesta desde España. La respuesta española conduce a una autarquía más o menos flexible, es decir, a una situación que, ya se viva desde la nostalgia o el desagrado, es hoy pura irrealidad. La respuesta desde España, sin embargo, supone una toma de conciencia de cómo nos está afectando a los ciudadanos de este lugar del mundo una dinámica internacional y muy en concreto una manera determinada de construir la Unión Europea. Que las consecuencias son negativas ya está claro. Basta con observar el empobrecimiento de la mayoría social y la degradación vertiginosa de las condiciones laborales y de los derechos cívicos. Así que no buscar la respuesta propia de los afectados significa renunciar a la ilusión política y despreciar su experiencia histórica. Las identidades, tan peligrosas cuando se confunden con esencias sobrenaturales o raciales, son imprescindibles cuando se trata de comprender una experiencia histórica de la realidad. Creo, pues, en una respuesta en y desde España.

Y desde mi experiencia particular de ciudadano español quiero hablar del Estado. No tengo especial interés en replegarme a la vieja idea del Estado nación, pero sí quiero defender la necesidad del Estado como un espació común capaz de asegurar la convivencia en el equilibrio democrático y en la justicia social. La gran estafa cívica de la construcción europea consiste en la liquidación de los viejos estados sin ofrecer como alternativa la creación de un nuevo espacio estatal común. Este proceso, admitido y alentado de una forma irresponsable por los partidos socialdemócratas, nos ha llevado a un lugar nebuloso de abstracciones en el que la soberanía cívica desaparece y los poderes financieros más fuertes imponen su ley.

Esta falta de control sobre la usura contemporánea establece su propia geografía, diseña sus mapas. La construcción europea ha dibujado de hecho una realidad neocolonial con Berlín y las instituciones financieras alemanas como centro. ¿Qué lugar ocupa España? El de la periferia. Durante años nuestros políticos han tomado decisiones sobre la agricultura, la industria y la ciencia que definen a España, después de la renuncia a una parte de su propia capacidad productiva, como un país dependiente y periférico. Hoy podemos valorar con más claridad el valor metafórico de cada olivo arrancado, cada vaca sacrificada o cada industria reconvertida. Se trataba de un desgarro melancólico, pero lo peor es que miraba hacia un futuro humillado.

El neocolonialismo establece unas relaciones sociales concretas. Mientras las élites de la periferia se alían con la metrópoli para conservar sus privilegios, las clases trabajadoras del centro se desentienden de sus semejantes que habitan en los arrabales. La misma inercia que une a los privilegiados separa a los desfavorecidos. Los ejemplos saltan a la vista. El Gobierno español y la oligarquía financiera a la que representa se ponen al servicio de la política alemana. Pero los obreros alemanes, más que pensar en sus compañeros del Sur, apoyan el nacionalismo alemán en espera de que su economía les permita una mejora particular. No observan los negocios especulativos de sus bancos. Están incluso dispuestos a confundir el Sur con una tierra de vagos que no quieren trabajar y que sólo esperan subvenciones. Así es posible que un parlamento en Berlín con mayoría progresista considere un deber patriótico respetar el gobierno neoliberal de la señora Merkel.

En esta situación creo imprescindible meditar desde la periferia que es España y opinar con la identidad de nuestra experiencia histórica. ¿Qué ha supuesto para nosotros esta construcción europea? ¿Cómo ha afectado a nuestra sanidad, nuestra educación, nuestra vida laboral, nuestras pensiones y nuestra economía productiva? Recuperar la identidad histórica no supone replegarse a un viejo Estado nacional, sino la reivindicación del Estado y la soberanía cívica. Recuperar el poder como españoles es la mejor manera de participar en un proyecto europeo diferente, democrático y no colonialista. España y Europa necesitan un proceso reconstituyente.

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