La realidad y el deseo

Labores y esperanzas

El trabajo es un ámbito decisivo en nuestra responsabilidad social. Sólo acabamos de definirnos como ciudadanos en el trabajo. Por eso es tan grave humana y políticamente el desempleo. El paro, como estudió Richard Sennett en La corrosión del carácter (Anagrama), socava el carácter personal y la dimensión cívica. El trabajo degradado nos degrada. Cuando hay una relación estrecha, y casi me atrevo a reivindicar ahora la palabra vocación, entre la persona y su oficio, es inevitable que la realidad se vea a través de las preocupaciones laborales. Es lógico, por ejemplo, que los periodistas miren los problemas de la contaminación y el calentamiento del planeta con los mismos ojos que observan las intoxicaciones mediáticas y la crispación informativa. Sería normal que un ingeniero procurase solucionar sus problemas abriendo nuevos caminos y tendiendo puentes.

Cuando nuestro diario Público abre en sus páginas el debate sobre el futuro de la izquierda, yo me acuerdo de las preocupaciones poéticas de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Son mis puntos laborales de referencia. Quizás a los lectores les extrañe un aforismo curioso del autor de Platero y yo: "¡Si renacemos, de veras, yo seré, en otra vida mía, guardia civil!". Como este poeta republicano era antimilitarista, antitaurino, antitabaco y un pacifista contrario a la pena de muerte, debemos entender su afirmación dentro del rigor de su tarea lírica. La obra de Juan Ramón se definió en la vigilancia estética. Los versos de Eternidades encarnaron el esfuerzo por llegar hasta el desnudo de los principios poéticos, negándose a transigir con todo aquello que traicionase su tarea. El compromiso con el oficio le obligaba a no acomodarse nunca.

Un debate sobre el porvenir de una verdadera izquierda debe asumir el compromiso de no acomodarse. El dominio ideológico del pensamiento más insolidario y avariento del capitalismo es también responsabilidad de una izquierda que se ha acomodado a las formas políticas y los credos económicos de sus adversarios. Acomodarse significa aceptar la corrupción democrática (y no hablo sólo de dinero), las manipulaciones electorales, las presiones de los poderes mediáticos, la construcción de espacios económicos sin un sólido amparo estatal y la renuncia a la democracia social y a la libertad cívica en favor del desmantelamiento de los discursos políticos que exige el neoliberalismo. La realidad social del planeta, las atroces desigualdades económicas y los irreversibles daños ecológicos requieren una negación inmediata al acomodo. No podemos acomodarnos a un escenario en el que los periodistas se convierten en ejecutivos de multinacionales, los políticos en representantes de los mercados, los banqueros en ministros de Asuntos Exteriores y los ciudadanos en nuevos siervos, individuos carentes de soberanía.

He recordado también una reseña que Antonio Machado dedicó en 1904 a un libro de Juan Ramón titulado Arias tristes. Atento al solitario rigor poético de su amigo, le hizo una pregunta incómoda: "¿No incurriremos en la vanidad de erigir en virtud nuestra propia miseria?". Machado me invita a recordar otros peligros en el debate de la izquierda. Si el acomodo al poder establecido es pernicioso, resulta a la vez muy dañino el acomodo a los márgenes. El dogmatismo, la irresponsabilidad social, el orgullo de mantener ideas y costumbres propias de otras épocas, el desconocimiento de las nuevas realidades, son los peligros del puritanismo marginal. La izquierda debe abrir caminos, tender puentes, crear redes. Su refundación no puede limitarse a un debate dentro del aparato y las bases de un partido. Necesita una verdadera refundación cívica.

Para no quedarme sólo en elaboraciones teóricas, pongo un ejemplo concreto. Desoír las protestas sindicales sobre el deterioro del mundo laboral es un caso claro de izquierda acomodada. Temer un posible acuerdo entre sindicatos y Gobierno, pensando que a más problemas sociales, mejor resultado electoral, es una muestra de acomodo en el izquierdismo marginal. No se trata de manipular centrales sindicales, sino de encontrar espacios de acción común. El futuro de la izquierda no está en el refugio de los votos ajenos, sino en conseguir una opción atractiva y necesaria por sí misma. Juan Ramón y Machado sugieren estas meditaciones a mis
preocupados ojos de poeta.

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