La realidad y el deseo

¿Seguridad? ¿Consenso? ¿Rebaños?

La política de seguridad del PP, tanto por lo que se refiere a las leyes como por los comportamientos que impone en la policía, está encaminada a dibujar un marco autoritario específico para la desigualdad económica. La brecha entre ricos y pobres que han abierto en España las medidas y los recortes del Gobierno, el empobrecimiento de la clase media y de los de abajo en favor de las élites, exigen una filosofía de control y represión. Se trata a la vez de convertir la protesta en un problema de orden público y de criminalizar la pobreza.

El engranaje está claro. Cuando el  Estado renuncia a equilibrar las desigualdades con amparos y derechos civiles, necesita sostener la injustica con un orden represivo de multas, mano dura, calles cerradas y cárceles dispuestas a asumir una población masiva. La voz discrepante ocupa un lugar confundido con la delincuencia. La pérdida de libertades afecta así a una inmensa mayoría de la población, sea cual sea su ideología. ¿Qué sentido tiene entonces la seguridad? Para contestar a esta pregunta conviene plantearnos la paradoja de una coincidencia significativa que se ha producido en los últimos días: la exaltación del consenso junto a las noticias policiales.

La muerte del expresidente Adolfo Suárez ha reunido a sus amigos, sus adversarios y sus traidores bajo la consigna del consenso. Hay que entenderse, limar asperezas, comprender al otro, llegar a acuerdos... Basta con tener memoria para sentirse irritado ante esta operación de maquillaje histórico. En los años 70, por razones diversas, los españoles nos pusimos de acuerdo en que una democracia era mejor que una dictadura. El consenso llegó hasta ahí. Los demás asuntos, desde la articulación territorial hasta la propia definición del sentido social de la democracia, dependieron de las fuerzas de cada uno de los protagonistas en el debate. La maltratada biografía política del propio Adolfo Suárez puede servir de ejemplo.

Los que más repiten ahora la palabra consenso son los mismo que han puesto en peligro la soberanía popular y la posibilidad real de que los ciudadanos sean dueños de su autogobierno y su futuro. Las élites económicas han roto el pacto democrático al desplazar a sus despachos financieros decisiones que deberían ser políticas. Y como esas decisiones provocan dolor, desigualdad e indignación, se llenan las calles de policías, se criminaliza a los convocantes de una manifestación legal, se intenta prohibir las protestas en el centro de la ciudad, se detiene a estudiantes y se confunde una movilización multitudinaria y pacífica con una llamada a la violencia.

¿Hay violentos? Sí. Algunos violentos están dirigidos como infiltrados desde el propio ministerio del interior. Parece que también. ¿Se está jugando con la policía? Eso se intuye en las protestas de los policías que se vieron puestos en peligro y desamparados por sus mandos. La estrategia seguida por la autoridad es rara: en vez de utilizar las fuerzas del orden para asegurar el desarrollo pacífico de una manifestación legal, se abandona a unos policías en manos de un grupo incontrolado de violentos. ¿Es que se quiere sacrificar a alguien para justificar después la represión y la mano dura? Da miedo pensar en la respuesta. Pero todo apunta a que ese es el motivo de la indignación y las reacciones de la propia policía.

De manera que la exaltación del consenso huele muy mal en esta realidad difícil. Todo indica que se pretende invitar a los ciudadanos a que renuncien a sus protestas y a que miren con malos ojos a los políticos que ejerzan su deber de crítica y oposición. Consenso suena aquí a un abrazo cómplice entre los dos partidos mayoritarios para cerrar los ojos ante los errores del adversario y para no debatir asuntos que tengan que ver con los derechos humanos, las estructuras profundas de la injusticia capitalista y, ya de paso, la corrupción. El consenso suena a terreno cultivado para una gran coalición entre PSOE y PP. Todo los demás debe reducirse al silencio o a la pelota de goma, la multa y la cárcel.

Esto no es consenso en realidad, sino la conversión de la ciudadanía en un rebaño fácil de pastorear. Y si se aplican los códigos del populismo y el melodrama, tan afines al circo mediático, es posible que el poder consiga rizar el rizo y convertir en enemigo público a todo el que se pliegue a la mansedumbre y la mentira. Estos días pasados hemos tenido un buen ejemplo con la indignación levantada por los que se negaron a falsificar y sacralizar la figura de Suárez. No bastaba con reconocerle sus méritos, había además que glorificarlo con un espíritu de consenso dirigido contra la conciencia crítica y la rebeldía.

El poder procura conformar un rebaño de ovejas muy raras. Busca ovejas híbridas que obedezcan, pero que rebuznen en vez de balar cuando un disidente cuestione el consenso de la demagogia y la manipulación sentimental. Ovejas que rebuznan una mansedumbre furiosa.

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