La realidad y el deseo

La decencia democrática

Soy un ingenuo, lo acepto. Después de que mis opiniones sobre política y economía hayan sido calificadas con frecuencia como las ideas inocentes de un poeta ingenuo, me he acostumbrado a aceptar esta posibilidad. Y el motivo de que lo asuma sin demasiada mala conciencia no radica sólo en las buenas intenciones de mi ingenuidad, sino también en los peligros que acarrea delegar en los pragmáticos nuestro sentido de la historia y de la realidad.

Reclamar la decencia democrática a la hora de valorar la experiencia civil que se ha desatado en el norte de África es sin duda un acto de ingenuidad. Ya están todos los sabios secretos y realistas puestos a trabajar para sus gobiernos y sus empresas. Calculan los precios del barril de petróleo, discuten sobre la futura influencia europea o norteamericana, argumentan los efectos dañinos de una posible epidemia islamista y temen el recrudecimiento de una ola migratoria. Si yo me atrevo a opinar como poeta ingenuo, es porque las decisiones pragmáticas de los últimos años me dan mucho miedo.

En la década de los setenta, un equipo de sabios prudentes decidió, en nombre de la estabilidad, liquidar a sangre y fuego a la oposición de izquierdas que luchaba contra el sha de Persia. La consecuencia inmediata, además de la muerte de muchos seres dignos, fue el triunfo rodado de una revolución fundamentalista que acabó de la peor de las maneras. Poco después, los sabios pragmáticos decidieron apoyar a un líder iraquí llamado Sadam Hussein para contrarrestar el poder de Irán. La dictadura generada fue poca cosa al lado de la barbarie sobrevenida cuando el equipo de hombres prudentes decidió que Sadam se estaba pasando de la raya y que era razonable llevárselo por delante junto a su pueblo, en una guerra que debía justificarse con mentiras y con la violación del derecho internacional.

Los sabios pragmáticos decidieron también que convenía alimentar y armar a los talibanes afganos para herir a la Unión Soviética. Se calcula que la CIA invirtió unos tres mil millones de dólares en tan noble empresa al servicio de la seguridad occidental. Uno de los de los activistas elegidos por la CIA para ser estrenado en las comunicaciones clandestinas, el blanqueo de dinero y los movimientos internacionales del terrorismo se llamaba Osama Bin Laden. A día de hoy, hasta los más ingenuos nos atrevemos a dudar de la oportunidad de aquella elección. Tampoco es que haya conseguido muy buenos resultados el plan occidental de colocar muros de contención, dictadores crueles con sus súbditos y amables con los embajadores extranjeros en países como Túnez, Egipto o Libia.

Así que no me siento un temerario cuando ejerzo la ingenuidad y procuro observar lo que está ocurriendo en la nación árabe con el simple respeto de la decencia democrática. Me basta con desear para los árabes los mismos derechos políticos que deseo para mí. El ensayista Edward Said explicó las sutiles lecturas coloniales que se desprendían del orientalismo fomentado por algunas obras literarias. La sutileza fue desbordada por las calculadoras y las estrategias de los sabios prudentes que cambiaron sin vergüenza su corazón democrático por un barril de petróleo. Es difícil tragarse el sapo de que un dictador utilice para bombardear a su pueblo las armas que nosotros le hemos vendido. Una queja de ingenuo.

Pero después de que hayan fracasado tantas veces los tejedores de la alta política y la falsa razón de Estado de los prudentes (siempre más inclinada a los negocios particulares, que a los intereses de la ciudadanía), quizá sea el momento de darle una oportunidad a los ingenuos. ¿Y si los territorios se estabilizan mejor con el apoyo a los procesos democráticos? En el levantamiento de Egipto y Túnez hay algo más que una reacción contra la miseria. Hay también cansancio por la falta de dignidad cívica. Lo ha demostrado Libia, un país rico, subvencionado, sin problemas de miseria extrema, que se levanta en nombre de su dignidad. Nos conviene respetar la sorpresa de este regreso imprevisto de la Historia. Tal vez así recuperemos en las naciones occidentales el coraje democrático. Porque aquí, tal y cómo están los mercados financieros, empiezan a ser muy ingenuas palabras como soberanía y ciudadano.

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