El ojo y la lupa

Umberto Eco y los protocolos de los Sabios de Sión

En su folletinesca ‘El cementerio de Praga’ (Lumen), la única sus novelas que puede hace sombra a ‘El nombre de la rosa’, Umberto Eco actúa como un funambulista en busca de un equilibrio precario: que las ideas y acciones de un protagonista falsario, intrigante, misógino, antijesuita, antimasón, asesino ocasional y, sobre todo, antisemita se desacrediten, no sólo por la fuerza de su sinrazón, sino también porque es el personaje "más cínico y antipático de la historia de la literatura".

Como cabía esperar, a Eco le han llovido las críticas, y no me refiero ya a las literarias, sino a las que afectan a lo políticamente correcto. Él parece encantado con la que ha montado, se congratula de que las invectivas de ‘L’Osservatore Romano’("sinfonía maligna") le hagan vender 100.000 ejemplares más, ve absurdo que le fustiguen por lo que dicen o hacen sus criaturas y, como prueba de que los judíos no se llaman a engaño, presenta la invitación de tres comunidades hebreas a presentar el libro en Israel.

Nadie en su sano juicio presta hoy verosimilitud ni a la conspiración judeo-masónica tan grata a Franco ni al misterioso cónclave de rabinos en el cementerio judío de Praga en el que se fraguó una conspiración universal para adueñarse del mundo y destruir la civilización cristiana. Sin embargo, como material literario es impagable.

Veamos algunas ‘perlas’ de la supuesta reunión secreta en el gueto de Praga: el rabino Rubén de París constata que todos los emperadores y reyes están en deuda con los banqueros judíos y aboga por dar más empréstitos para dominar la economía; el rabino Manasse propone difundir la idea de que el progreso implica la supresión de la religión en los programas escolares; el rabino Benjamín de Toledo pide que los judíos penetren en todas las ramas de la ciencia, el arte y la literatura. Y una "decimotercera voz" concluye que el pueblo elegido debe apoderarse de la prensa para destruir la familia, e infiltrarse en el proletariado y los movimientos sociales para "reinar sobre la tierra como fue prometido a nuestro primer padre Abraham".

Eco recrea a muchos personajes reales y a uno inventado, el piamontés Simón Simonini, esquizofrénico genio de la falsificación, que utilizó en la segunda mitad del XIX dispersos materiales antisemitas que darían forma a los ‘Protocolos de los sabios de Sión’, la "prueba" de los siniestros designios de los judíos. Hitler mismo se valió de ellos para justificar la Solución Final, cuyos efectos se ilustran en los nombres de miles de judíos checos exterminados por los nazis que hoy ‘decoran’ un museo: sí, el del cementerio de Praga.

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