El ojo y la lupa

Flora Poste ataca de nuevo

La vida es demasiado corta. Que se lo digan si no a cualquier biblioadicto, a cualquiera que haya desarrollado una compulsiva relación con los libros, más pasional que intelectual, y al que el tiempo no le da para leer todo lo que querría. Si es joven y anda corto de dinero, lo más probable es que por cada volumen que compre lea cinco. Si es mayor y con posibles, puede que compre cinco por cada uno que lea, y que se sienta en deuda con los otros cuatro.
¡Hay tanto que leer, tantos libros y autores por descubrir! ¿Quién había oído hablar hace unos años en España del canadiense Robertson Davies, irónico ilustrador de la vida universitaria cuya obra está rescatando Asteroide? ¿Y quién conocía siquiera la existencia de Stella Gibbons hasta que Impedimenta publicó en 2010 ‘La hija de Robert Poste’?

Es éste último un magnífico ejemplo de cómo una buena ‘materia prima’ una cuidada y artesanal labor de edición, el boca a oído de los lectores y la ayuda de Internet y las redes sociales pueden lograr que incluso una novela publicada en 1932 pueda convertirse en éxito de ventas casi 80 años después. ¿La receta? Nada especial: ambiente rural, reminiscencias de Jane Austen, mucha ironía, algo de mala uva y una amable crítica al ‘establishment’ cultural de la época. El resultado: una novela deliciosa.
De repente, una metomentoda empeñada en introducir el orden en el caos y en defender el auténtico ‘estilo de vida rural’, se ha hecho con una legión de admiradores. Stella Gibbons tardó 17 años en publicar la secuela, ‘Flora Poste y los artistas’, pero Impedimenta ha esperado sólo un año. Gracias por ello. Y por el prólogo de su traductor, José C. Vales, que ofrece los datos esenciales para reconocer a los personajes que ya salían en ‘La hija de Robert Poste’ e identificar, hasta el límite de lo posible, a las celebridades que se esconden bajo nombre supuesto entre los artistas, pensadores y hasta un estrafalario santón oriental que participan en una disparatado seminario del Grupo Internacional de Intelectuales, que se reúnen en el escenario de la primera obra: la granja de Cold Comfort.
Dejando cierto margen a la duda, se caricaturiza, por ejemplo, a D. H. Lawrence, Henry Moore y Picasso. ¿O esconde en realidad el ‘portugués’ Peccavi a Matisse? Vales no sabe a qué carta quedarse. Gibbons, vitriólica en este caso, insensible al genio, le describe cochambroso, con bermudas raídas, camiseta a rayas blancas y azules, sandalias y aspecto de "búho acomplejado y sádico".

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