El ojo y la lupa

Rita Levi-Montalcini y su padre

El padre de Rita Levi-Montalcini, la feminista y científica italiana que el pasado 22 de abril cumplió 102 años, debía ser todo un carácter. Tal como revela en sus memorias (‘Elogio de la imperfección’, editadas por Tusquets), esta senadora perpetua y premio Nobel de Medicina sentía por algunas de sus actitudes tanto rechazo como rendida admiración por otras.

Si tomó la decisión de no casarse nunca fue porque no estaba dispuesta a obedecer a ningún hombre como su madre obedecía a su padre, autoritario y con temibles ataques de cólera, pero al que debe "una concepción laica y spinoziana de la vida". Él le hizo perder tres años estudiando lo que a comienzos del siglo XX se consideraba apropiado para una jovencita de buena familia predestinada al matrimonio, sufriendo las consecuencias de lo que ella llama el "peso de dos cromosomas x en el clima victoriano". No obstante, ante su insistencia, el señor Levi cedió y le permitió estudiar Medicina, lo que la convirtió en sobresaliente investigadora, primero en Italia, luego en Estados Unidos durante más de 30 años y, por fin, cerrando el bucle, otra vez en su país natal.

A su padre le debe también la asunción crítica de su condición de judía. Cuando apenas levantaba unos palmos del suelo, se quedaba sin saber qué decir si le preguntaban por su religión. Su padre le recomendó que contestase: "Soy una librepensadora". Aún así, en la familia ampliada se respetaban las costumbres y rituales judíos, como el de la cena de Pascua que rememoraba la huida de Egipto. Cuando uno de los tíos de Rita citaba, entre los beneficios por los que debían estar agradecidos, las plagas sufridas como castigo a la crueldad del faraón para con el ‘pueblo elegido’, su padre saltaba: "¡Cuanto odio!". Y proclamaba su convicción de que esa actitud vengativa, alimentada a lo largo de miles de años de persecuciones, "no ha hecho sino agravar nuestro sufrimiento". "Yo", confiesa Rita, "de manera confusa, sentía que tenía razón".

En ‘Elogio de la imperfección’, la científica y feminista no concede una importancia relevante a la relación con su padre, al menos en cuanto a número de páginas. Quizás sería más lógico que esta columna tratase de cómo sobrevivió e investigó bajo las represivas leyes antijudías de Mussolini, de sus descubrimientos en EE UU que le valieron el Nobel o de su actitud ante la muerte: sólo quiere vivir mientras le funcione el cerebro. Sí he elegido este aspecto particular es porque reconoce que fue su padre, que le inspiraba sentimientos encontrados de admiración y repulsa, quien mayor influencia ejerció en su vida.

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