El ojo y la lupa

Stephen King asesina a Kennedy

Que fuese un lector compulsivo de las novelas de Stephen King cuando tenía 15 o 18 años se me podría perdonar como un pecado de juventud, pero la coartada se viene abajo porque, en 1974, cuando se publicó Carrie, yo tenía 25 años, y me acercaba o pasaba de los 30 cuando leí (y disfruté) La zona muerta u Ojos de fuego. Después de traspasar a un sobrino esa pasión inconfesable, abjuré hasta tal punto de King que me costó décadas admitir que la versión cinematográfica de El resplandor era una obra maestra que no desmerecía al lado de tantas otras de Stanley Kubrick. Desde entonces, mi opinión sobre el multivendido escritor no se ha alejado mucho de la que mantiene el gurú Harold Bloom: "Un autor de folletines baratos".

Mucho, mucho después de aquella fiebre, decidí dar una segunda oportunidad a Stephen King y a su último novelón, 22/11/63 (editado en España por Plaza y Janés), que gira en torno al magnicidio de Dallas, el atentado mortal contra John F. Kennedy que, el 22 de noviembre de 1963, cambió quizás la marcha de la historia.

Los disparatados viajes al pasado como los que aquí propone King, y sus inverosímiles consecuencias en el futuro, han sido objeto de múltiples y variados intentos literarios, casi siempre desafortunados. Pese a la fobia del renegado, me habría gustado que este libro fuese una excepción que me hiciese indultar al escritor que un día me hizo disfrutar tanto. Por eso, a trancas y barrancas, entre decepción y decepción, aguanté la lectura de sus más de 800 páginas en espera de un milagro. No llegó.

La acumulación de críticas favorables en EE UU (también algunas en España) dice mucho del poder de la mercadotecnia editorial, pero no impide constatar que, ni como producto literario, ni como reconstrucción histórica, ni como galería de personajes creíbles, ni como obra de ciencia ficción, consigue 22/11/63 alcanzar la más mínima credibilidad. Eso sí, cocina con habilidad los ingredientes clásicos de los éxitos de ventas, empezando por un esquematismo "apto para todos los públicos", es decir, para quienes pueden pagar lo que cuesta el libro y a cambió quieren unos días de entretenimiento sin complicaciones, virtuosismo, penetración psicológica o una dosis apreciable de originalidad.

El tremendo esfuerzo de investigación, supuestamente desarrollado por King a lo largo de décadas, no tiene fuelle ni para aportar ideas originales que se sumen a las teorías sobre el magnicidio, ni para enriquecer el retrato del supuesto asesino solitario, Lee Harvey Oswald. En este último empeño, la referencia clave sigue siendo, y difícilmente se podrá ya superar, la biografía de Oswald de Norman Mailer, publicada en España por Anagrama, exhaustiva tanto sobre la vida del presunto magnicida en la Unión Soviética como en el seguimiento de sus pasos cuando volvió a Estados Unidos.

Para quienes quieran ir más allá, he aquí otras cuatro recomendaciones. 1) La muerte de un presidente, de William Manchester, académica y sin vocación de originalidad, pero exhaustiva, con un acceso nunca igualado a las fuentes y muy cercano en el tiempo a los hechos. Publicado en 1967 por Noguer y Caralt, y en 1994 por Globus Comunicación, hoy está descatalogado. 2) Libra, de Don DeLillo (Seix Barral), más potente como producto literario que como documento, sigue el rastro de Oswald y le presenta como una marioneta en manos de la CIA, no para matar a Kennedy, sino para provocar una guerra contra la Cuba de Castro. 3) La conspiración, de Robert Talbott (Crítica), presenta el magnicidio en la confluencia de tres conjuras; de la mafia, de los cubanos anticastristas y del poder fáctico de la CIA y el FBI, aunque el meollo del libro radica en la estrecha relación entre John y Robert Kennedy, asesinado también éste último, en 1968. Y 4) El informe oficial de la investigación de la comisión encabezada por el presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, que dio por buena la teoría del asesino solitario que, pese a los numerosos puntos oscuros y dudas razonables, no ha podido ser descalificada casi medio siglo después.

El gran mérito de Stephen King, si acaso, es el oportunismo, el saber adelantarse a la previsible oleada de libros históricos, periodísticos y de ficción que marcará el cincuentenario del magnicidio. Pero es muy dudoso que 22/11/63, más allá de vender millones de ejemplares, quede como una referencia en el tratamiento de la tragedia de Dallas. Tampoco marcará un hito en la ciencia ficción. En ese territorio tan sugestivo ya marcó su impronta con más estilo e ingenio H. G. Wells en La máquina del tiempo. Y de eso hace ya 117 años.

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