El ojo y la lupa

Seminci: buen cine, mediocre distribución

En una columna titulada ‘Valladolid, un festín de cine’, publicado en el añorado ‘Público’ de papel el 31 de octubre de 2011, señalaba la frustración de John Michael McDonagh, director de ‘El irlandés’, un interesante filme ‘negro’ ganador del premio al mejor actor (Brendan Gleeson) de la 56ª Semana Internacional de Cine de Valladolid, por el hecho de que no hubiese encontrado comprador en España. Lo halló, por fin, pero el estreno se retrasó aún más de nueve meses, lo que difuminó el efecto positivo publicitario del galardón.

Lo mismo le ocurrió a ‘Starbuck’, de Ken Scott, una original, tierna y divertida comedia canadiense cuyo protagonista, Patrick Huard, compartió premio con Gleeson. Todavía hoy, en vísperas de la 57ª edición (20-27 de octubre), es perceptible el efecto de esa misma maldición, la del desesperante retraso de la exhibición (cuando se produce) que, con frecuencia, lleva aparejada la condena al olvido y el fracaso económico. Ni siquiera son ajenos a este virus festivales de mayor repercusión mediática, como Venecia, Berlín y el mismísimo Cannes.

La Seminci, segundo (tras San Sebastián) en número de espectadores, es un certamen pensado más para cinéfilos que para los amantes del glamour y que, en sus diferentes secciones, garantiza siempre una mezcla saludable de cine comercial y minoritario, de cinematografías clásicas y emergentes. Esta combinación raramente defrauda al buen aficionado, que puede disfrutar de buen cine en el marco de una ciudad de tamaño medio, tranquila, sin agobios, con un suficiente equipamiento hotelero y donde se puede ir a pie en cuestión de minutos a cada una de las salas de exhibición. La calidad media de los filmes exhibidos es alta, y pocos de ellos deberían quedar excluidos de los circuitos comerciales.

Castigo similar al sufrido por ‘El guardia’ han propinado las distribuidoras al filme con el que Zhou Dongyu ganó el premio a la mejor actriz, ‘Amor bajo el espino blanco’, una romántica incursión en los efectos de la Revolución Cultural sobre la vida privada de los chinos, y eso a pesar de tratarse de un filme del internacionalmente reconocido Zhang Yimou. Pero si hay un caso que llama de forma especial la atención es el de ‘Hasta la vista’, del belga Geoffrey Enthoven y que, pese obtener la Espiga de Oro, el máximo galardón de la Seminci, no se entrenará hasta la semana próxima, apenas un mes antes de la nueva edición. Y sorprende porque, aunque no la mejor película presentada a concurso, si que fue, sin duda alguna, la más comercial y con una gran habilidad para tratar en clave de comedia un argumento ‘sensible’: el viaje desde Bélgica a España, en busca de sexo de pago, de un ciego, un tetrapléjico y un enfermo de cáncer en fase terminal. Con el mismo retraso se estrenará la argentina ‘Verdades verdaderas’, que ilustra la dramática peripecia vital de Estela Barnes de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, para intentar localizar a sus nietos nacidos mientras sus madres eran torturadas por los sicarios de la dictadura militar.

Otra decisión comercial inexplicable ha sido la distribución casi de tapadillo de la producción francesa ‘De Nicolás a Sarkozy’ (‘La conquête’), de Xavier Durringer, la mejor muestra de cine político de la temporada, con una prodigiosa interpretación del actor de la Comédie Française Denis Podalydés que ilustra mejor que cien crónicas periodísticas la mercurial personalidad del anterior presidente y cómo la puso al servicio de su asalto al poder. ¿Por qué no se aprovechó la campaña por la reelección –que perdió- para estrenarla a bombo y platillo? Para mí, resulta un misterio inexplicable. ¿Y qué fue del Premio Especial del Jurado, ‘Circunstancia’, de la iraní afincada en EE UU Maryam Keshavarz, una historia de lesbianismo, inconformismo e intolerancia en Teherán que, por supuesto, nunca podrá ser exhibida en la república de los ayatolás?

Los únicos filmes de la 46ª Seminci que, en mi opinión, ha tratado bien la distribución han sido la española ‘De tu ventana a la mía’, de la debutante Paula Ortiz (tres historias de mujeres dignas y valientes); la canadiense ‘Monsieur Lazhar’, de Philippe Falardeau (cine social y comprometido); la franco-belga ‘El niño de la bicicleta’, de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, cuyos productores efectuaron un gran alarde publicitario durante el festival; y, por fin, la francesa ‘Las nieves del Kilimanjaro’, de Robert Guediguian, ganador de la Espiga de Plata con una magnífica ilustración de los dramas humanos que provocan las reducciones de plantilla y de las contradicciones a las que, sobre todo en las situaciones críticas, pueden verse atrapados los dirigentes sindicales.

Falta poco más de un mes para la nueva cita en Valladolid. Seguro que la programación merecerá la pena. Qué pena que eso no tenga por qué otorgar a sus mejores películas una fructífera vida comercial, la única garantía de que el arte, y la industria cinematográfica, salgan adelante pese a amenazas como la reciente y escandalosa subida del IVA.

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