El ojo y la lupa

El camino hacia el suicidio del autor de ‘Rashomon’

Aparte un pequeño puñado de grandes nombres (Kawabata, Oé, Mishima, Murakami...) la literatura japonesa es una gran desconocida en España, una injusticia que, de vez en cuando, se mitiga con algún que otro rescate. El más notable de los últimos años lo protagonizó en 2008 la publicación por Impedimenta de Botchan, de Natsume Soseki (1867-1916), que se convirtió en uno de esos éxitos secretos que funcionan gracias al boca a oído. Además, abrió la puerta a la difusión de una de las producciones literarias más destacadas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando el Japón encerrado en sí mismo se abrió a las influencias occidentales, lo que condicionó la producción de toda una sobresaliente generación de escritores.

Cuatro años después, sería deseable que corriese la misma suerte Akutagawa Ryunosuke (1892-1927), amigo y gran admirador de Soseki (al que consideraba su maestro). Su baza para lograrlo es El dragón, Rashomon y otros cuentos (Quaterni), una colección de relatos que se nutre de ancestrales historias, mitos y leyendas, y que se complementa con fragmentos de una biografía que articulan una personalidad compleja que le conduce a las puertas de la locura y, por fin, al suicidio.

El esfuerzo de Quaterni por acercar a Akutagawa al lector español es muy de agradecer. Los textos, presentados de acuerdo a las fechas de sus primeras ediciones en Japón, han sido recopilados, anotados y comentados por Jay Rubin, especialista en literatura nipona y traductor al inglés de Haruki Murakami. La traducción de la edición española es de Clara Mie Cánovas y Mariló Ruiz del Alisal, autora de de una detallada cronología (de Akutagawa y de su época) y de una introducción (Dragón de agua y aire) en la que perfila la biografía personal y literaria del escritor y destaca la celeridad con la que Japón salió de un aislamiento de 200 años.

El libro se puede disfrutar sin atender al contexto, obviando los detalles que no se entiendan, ya que capta la atención por la habilidad con la que se describen ambientes exóticos y la originalidad de los relatos. Sin embargo, los materiales complementarios brindan la oportunidad de entender los guiños literarios y los numerosos detalles antropológicos, culturales, históricos y religiosos, con lo que El dragón... acerca a Occidente, aún sin pretenderlo, las señas de identidad de un Japón poco conocido.

Para los cinéfilos, el punto de atracción inicial es Rashomon, relato en el que Akira Kirosawa se inspiró para su película del mismo título. En realidad, el filme, que ilustra una historia de violación y asesinato en la que cada uno de los protagonistas cuenta una versión diferente de lo sucedido, toma muy escasos elementos de Rashomon, ya que se basa, sobre todo, en otra narración recogida en este volumen: En la maleza de un bosque.

La más escalofriante de las historias es El biombo del infierno, pero para ilustrar el carácter de la recopilación elijo otra que, por su brevedad, es más fácil de resumir: El hilo de araña. Un día, en el Paraíso, Buda mira al fondo del estanque de las flores de loto y, en el río del infierno, a miles de kilómetros, ve al asesino Kandara y decide darle una oportunidad, porque un día hizo una buena obra, siquiera por omisión: no aplastó a una araña que se cruzó en su camino. Buda le lanza el hilo de una tela de araña. Kandara se aferra a él y comienza a trepar. A mitad de camino, echa la vista abajo y ve que miles de otros condenados han seguido su ejemplo. Temiendo que su escalera hacia el cielo se rompa, les grita: "Malditos condenados. Es mío. Fuera de una vez". Y, como castigo a su egoísmo, el hilo se rompe, y él "se desploma de cabeza en el fondo de las tinieblas".

La última parte del libro, bajo el título genérico de La historia personal de Akutagawa, es lo más parecido a una biografía del escritor. Se recogen ahí las influencias de los escritores occidentales, cuyas obras llegaban en esa época en gran número a Japón. Rusos y franceses sobre todo: Turguéniev, Gógol, Tolstói, Dostoievski, Flaubert, Verlaine, Maupassant, Voltaire, Baudelaire, Balzac... pero también Nietzsche, Shaw, Ibsen y autores japoneses, entre los que Soseki ocupa un lugar de privilegio.

Pero lo que convierte a estas páginas en excepcionales es la forma en la que muestra la caída en el abismo de su autor, el temor a la enfermedad mental que ya había perseguido a otros miembros de su familia, y la obsesión por el suicidio. Con frases como ésta: "Intentó colgarse con un cinto anudado al enrejado de la ventana. Pero cuando introdujo la cabeza sintió un repentino pavor hacia la muerte".  O esta otra, que hiela la sangre y cierra el libro: "No tengo fuerzas para seguir escribiendo. Me produce un dolor indescriptible continuar viviendo. ¿No habrá nadie que me haga el favor  de estrangularme sigilosamente mientras duermo, hasta morir?" No lo hubo, murió por su propia mano, el 24 de julio de 1927, envenenado con Veronal.

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