El ojo y la lupa

El arte de la defensa y la colonización cultural americana

El arte de la defensa (Salamandra), la primera obra de ficción de Chad Harbach, se centra en las peripecias de los componentes del equipo de béisbol de tercera división de una pequeña universidad de EE UU. Una parte nada desdeñable de sus 540 páginas se dedica a las incidencias en los entrenamientos y los partidos de este deporte cuyas reglas ignorará la mayoría de los lectores europeos, y me incluyo entre ellos. Y, sin embargo, la novela te atrapa desde las primeras páginas y ya no te suelta hasta el final.

Y es que, por supuesto, hay algo más que béisbol. Está el empleo de un lenguaje preciso y con frecuencia brillante, la glorificación simultánea del esfuerzo individual y el colectivo, la búsqueda épica del éxito y la excelencia, el elogio de la capacidad de superar el fracaso y buscar una segunda oportunidad y, sobre todo, el acierto en el retrato de personajes que no se entienden del todo por sí solos, sino de dos en dos. Como el rector refinado, sesentón y que se consideraba un heterosexual sin fisuras que, de repente, se enamora con entusiasmo de colegial y reflexión de intelectual de un estudiante y jugador, tan poco común éste que, incluso sentado en el banquillo de los suplentes, lee a los clásicos con ayuda de una lamparita sujeta a su cabeza. O la estrella del equipo, sobre cuyo bache anímico y deportivo gira todo lo demás. O su mentor, el capitán que de forma altruista se esfuerza por extraer lo mejor de cada cual y se deja la piel en el intento. Hasta el punto de que su traumatólogo le dice: "Te meteremos en el quirófano y te daremos un buen repaso, te haremos una limpieza a fondo. Cartílago, tejido cicatricial, todo. Te dejaremos listo para la vida después del béisbol".

Sí, suena a ya leído, o más bien a visto en tantas y tantas películas de Hollywood. Es innegable que Harbach vende un producto genuinamente americano, que contribuye a esa colonización cultural de la que tan difícil resulta defenderse, la misma que hace que los jóvenes se vistan como raperos negros o que todos compremos cachivaches cuyos nombres terminan en Pod o Pad. La misma apisonadora cultural que cada día nos convierte en un poco más súbditos del imperio. Advertido queda el lector de que con El arte de la defensa comprará muchas horas de entretenimiento inteligente, pero también será cómplice pasivo de esta conspiración cuyas víctimas están (o estamos) tan ciegas que ni se dan cuenta de que lo son, o no les importa.

Hecha esta salvedad, merece la pena señalar detalles del libro capaces de tocar fibras sensibles. Como que la imaginaria universidad de Westish tenga como seña distintiva la veneración de Hermann Melville, hasta el punto de que su equipo de béisbol se llama Los Arponeros, en claro homenaje a Moby Dick. O que justo ahora, en plena crisis del periodismo, cuando éste agoniza y deja de ser una actividad con la que ganarse dignamente la vida, se cuente que el veterano rector acudía en sus años mozos a la redacción de The New Yorker para someter sus textos al "departamento de verificación de datos"; en más de 40 años de profesión nunca tuve noticia de tal lujo en un medio español. O que, cuando con 25 años, el futuro rector intentó escribir una novela se dio de bruces contra su falta de talento, lo que le lleva a teorizar sobre la dificultad de ser buen escritor y en las claves de toda obra de ficción que se precie.

"Era relativamente fácil escribir una frase", sostiene por ejemplo el rector, "pero si uno pretendía crear una auténtica obra de arte, como había hecho Melville, cada frase debía encajar a la perfección con la precedente y con la posterior aún por escribir. Y cada una debía cuadrar con las que venían antes y después, de modo que tres se convertían en cinco, y cinco en siete, y siete en nueve, y cualquier frase que escribiera se convertía en el minúsculo punto de apoyo del que dependía ese precario edificio. Dicha frase podía contener cualquier cosa, cualquier cosa literalmente, y por tanto prometía la clase de libertad que pertenecía al artista y solo al artista". Harbach domina ese arte.

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