El ojo y la lupa

El camino hacia Thatcher

La Inglaterra que muestra John Mortimer en Un paraíso inalcanzable (Libros del Asteroide) es la de antes de Margaret Thatcher, pero prefigura ya ese giro histórico tras el que las cosas ya nunca volvieron a ser como antes. Y no sólo porque la dama de hierro, resucitada estos días en la memoria después de muerta, destruyera el poder sindical, privatizase las grandes empresas estatales e iniciase el proceso de destrucción del Estado del bienestar en el que aún profundiza su correligionario David Cameron. También, y sobre todo, porque el pensamiento único, que permea a Gobiernos europeos de derecha e izquierda y se camufla solo cuando hay elecciones a la vista, difumina las tradicionales diferencias ideológicas entre los grandes partidos, el conservador y el laborista en el caso británico.

Un paraíso inalcanzable se desarrolla a dos niveles. El más inmediato es el de una tradicional novela inglesa con una trama imaginativa, una sutil ironía, un estilo rico y preciso aunque sin florituras, una capacidad notable para las descripciones de situaciones y personajes y, sobre todo, una gran fuerza en el trazo de estos. La célula inicial está formada por un párroco anglicano dedicado con entusiasmo al activismo izquierdista, su esposa –cuya vida no es tan convencional como parece- y sus dos hijos, uno de los cuales se convierte en escritor de éxito y joven airado antes de que los años y el egoísmo le hagan más conformista, mientras que el otro se hace médico rural y abandona toda ambición material.

Alrededor de ellos se despliega toda la riqueza de un entorno rural inglés en el que no faltan ni el rico terrateniente, ni el eterno diputado tory, ni algunas industrias en las que el realismo económico y la globalización amenazan al empleo y provocan conflictos laborales. Los cambios sociales en marcha en el Reino Unido que prefiguraban el thatcherismo no se muestran de forma cruda y naturalista, y el mensaje político del texto, aunque de perfil progresista en términos generales, no es unívoco y queda a la interpretación del lector, que no se sentirá herido en sus convicciones, cualesquiera que estas sean.

El segundo nivel es una célula unipersonal, el auténtico protagonista que al principio no lo parece pero que se adueña del relato de manera inexorable. Se trata de Leslie Titmuss, a través del cual Mortimer (que luego lo rescataría en otros dos libros) describe una de esas típicas historias, al estilo de Fango en la cumbre, en las que alguien de baja extracción, destinado según las reglas de la vieja lucha de clases a ser un obrero o un modesto empleado, utiliza una ambición y una determinación a prueba de bomba para superar su pecado original y escalar hasta lo más alto.

Soportar humillaciones, halagar al señor del lugar, casarse con su hija, triunfar en los negocios, engañar a sus socios, hacerse imprescindible en el aparato conservador del distrito o tender una trampa al diputado de toda la vida para lograr un escaño en los Comunes no son sino escalones que Titmuss, falto de escrúpulos, sube de forma casi automática.

Mortimer, prestigioso autor teatral además de novelista, abogado defensor en casos en los que estaba en juego la libertad de expresión, escribió Un paraíso inalcanzable, de forma simultánea, como libro y como guión para una serie de televisión de la BBC. Es decir, se dirigía a un público amplio y debía evitar cualquier acusación de sectarismo o de defender de forma rotunda una determinada opción política. Tal vez eso influyó en el diseño del personaje de la esposa de Titmuss, Charlie, que desarrolla un proceso de desclasamiento similar al de su marido, aunque de sentido contrario. Mientras él se codea con aristócratas, dirigentes políticos y poderosos hombres de negocios, ella reniega de los suyos, defiende causas sociales, asiste a manifestaciones de protesta y se convierte en parroquiana de pubs populares y consumidora de fish and chips envuelto en papel de periódico.

El rector, cuya muerte e insólito testamento a favor de Titmuss son el punto de partida del libro, "firmó cartas a The Times, hizo sentadas, leyó poemas y acudió a mítines contra los coroneles griegos y la guerra de Vietnam, clamó por los negros caídos en los disturbios de Detroit y por la muerte del Ché Guevara". Charlie, por su parte, reprocha a Titmuss: "¿Qué eres ahora? Nada". Respuesta de él: "¿Nada? Solo un miembro del Gobierno de Su Majestad. Tan solo un ministro". Réplica de ella: "¡Precisamente! Nada".

¿Desprecio de la política? Puede que sí. Mortimer pone estas palabras en boca del doctor Salter, el médico cuyos pasos sigue el hijo no ambicioso del rector: "Política: ingrata tarea de mandar a un montón de gente que no quiere que la manden y que pasa soberanamente de quien intenta hacerlo. Es un trabajo aburridísimo y su única recompensa es una fugaz ilusión de poder". Sin embargo, para Titmuss era la vía de escape de un destino que, por su cuna, le condenaba a trabajar como su padre toda la vida en la fábrica de cerveza local. También Thatcher, procedente de una familia de clase media baja, rompió barreras (como ser mujer), quizás con tan pocos escrúpulos como Titmuss, pero sin que eso le impidiese hacer historia.

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