El ojo y la lupa

Lidia Falcón no deja títere con cabeza en ‘Ejecución sumaria’

Lidia Falcón, la gran referente del movimiento feminista en España, no deja títere con cabeza en su último libro, Ejecución sumaria (el Viejo Topo). Se trata de un singular y anómalo alegato revolucionario, casi un panfleto, que no hace concesiones a nadie, unas memorias apenas camufladas de novela y un ajuste de cuentas con quienes, en los estertores del franquismo, incluso desde el partido comunista, nadaban y guardaban la ropa preparándose para una transición en la que, como diría Lampedusa, todo había de cambiar para que, en el fondo, casi todo siguiese igual.

Falcón admite que ha recurrido al formato de novela por dos motivos: porque en este país la no ficción apenas tiene difusión y porque el ensayo no permite perfilar bien los personajes. Sin embargo, ya desde el prólogo, deja muy claro que todo lo que escribe es cierto, fruto de un minucioso trabajo de documentación, de la recogida de testimonios de primera mano y, sobre todo, de su experiencia personal. Muchos de los personajes figuran con sus nombres reales, reales son también los que figuran con identidades ficticias, y reales son por fin las situaciones en las que se les presenta. La autora pone la mano en el fuego por la veracidad de su reconstrucción y sostiene que ni ha desfigurado los hechos, ni los ha falsificado, ni modificado ni exagerado, incluso cuando por su propia naturaleza adquieren perfiles de parodia.

La trama de Ejecución sumaria gira en torno a los esfuerzos que un grupo de mujeres de izquierda, en medio de tremendas dificultades materiales y logísticas, sin otra arma que su entusiasmo y una voluntad a prueba de bomba, sin apoyo siquiera del PSUC (la marca catalana del PCE), desarrollaron en febrero de 1974 para promover una movilización popular que forzase al régimen a indultar a Salvador Puig Antich. Este joven militante del anarquista Movimiento Ibérico de Liberación, condenado a la pena capital en un consejo de guerra sin las mínimas garantías por el supuesto asesinato de un policía en un confuso tiroteo, fue ejecutado por garrote vil, el 2 de marzo de ese año, en la Prisión Modelo de Barcelona. Ese mismo día, era ejecutado también el alemán Heinz Chez, condenado por la muerte de un guardia civil y cuya agonía se prolongó 25 minutos por la impericia del verdugo. Fue la última vez que se aplicó en España ese método medieval de hacer justicia.

Si Puig Antich llegó a tener alguna oportunidad de salvar la vida, la perdió por el ambiente de revancha que se impuso en el régimen tras el atentado atribuido a ETA que, en diciembre de 1973, hizo saltar por los aires al almirante Carrero Blanco, la mano derecha de Franco. Su suerte estaba echada también por la práctica inhibición de una izquierda clandestina pero cada vez más visible, incluidos los comunistas, que no querían mancharse las manos respaldando a un condenado por un delito de sangre y que por entonces consagraba todos sus esfuerzos a forjar una alternativa democrática con la que aspirar al poder en cuanto el dictador fuese vencido por la edad y la enfermedad.

El desesperado intento de salvar a Puig Antich, marcado por la infiltración en el grupo de un agente de la Brigada Político Social, no constituye la clave de Ejecución sumaria. La principal sustancia del libro es la recreación del funcionamiento interno de los grupos antifranquistas, de la dureza y el sacrificio de la vida en la clandestinidad, de la renuncia a los objetivos revolucionarios que en teoría eran la imagen de marca del principal de ellos (el comunista), de la primacía en el movimiento obrero de las reivindicaciones laborales sobre los objetivos políticos, del diletantismo y buen vivir de la llamada gauche divina (que medraba capitalizando su vitola progresista), de los tejemanejes de la oligarquía industrial catalana que se descolgaba en parte de la dictadura y maniobraba para que el cambio político no afectase a sus intereses, de los grandes negocios que se hacían a base de sobornos y padrinazgos políticos, de proyectos faraónicos que afectaron a la vida de decenas de miles de familias y que provocaron masivas movilizaciones populares, de grandes escándalos de la época como el hundimiento doloso de varios edificios en Barcelona, de las maniobras de jerarcas del régimen que se preparaban para la inevitable transición incluso rompiendo amarras con su pasado, de la persistencia de un aparato policial represivo que aún detenía y torturaba con impunidad, de la colaboración de muchos médicos para tapar las huellas de los malos tratos policiales e incluso de asesinatos presentados como accidentes, de la complicidad con la arbitrariedad y la represión de un aparato judicial corrupto y comprometido con el franquismo. Se trata en definitiva del gran fresco histórico de una época crucial que el formato de novela permite pintar con la pasión que los años no han conseguido borrar del temperamento luchador y militante de Lidia Falcón.

Con más desprecio que crueldad, la autora deja en cueros a personajes como Rodolfo Martín Villa, José Luis Núñez, Miquel Roca, Pedro Durán Farrell, Narcís Serra, Vicente Creix, Pascual Estevill, Miguel Núñez, Antonio Gutiérrez Díaz, Gregorio López Raimundo, Juan Piqué Vidal, Pascual Maragall, Narcís Serra, Manuel Vázquez Montalbán, Carlos Barral, Pedro Portabella y Terenci Moix. Una mezcolanza que incluye desde políticos del régimen agonizante a dirigente comunistas a grandes empresarios a intelectuales con el marchamo de progresistas, pero que, en cierta medida, Lidia Falcón mete en el mismo saco, hasta tal punto llega su desencanto sobre la actuación de los que un día fueron sus correligionarios.

La marca del feminismo no podía faltar en un libro escrito por la principal representante de este movimiento en España, que cree que aún quedan muchas batallas por librar en la guerra contra la discriminación. En Ejecución sumaria no faltan las referencias al papel secundario que los partidos de izquierda atribuían a las mujeres en aquel tiempo no tan lejano. "No tenían ningún cargo en las direcciones", señala. "Solo se las utilizaba para darle a la vietnamita [multicopista precaria] y llevar café a los dirigentes. También se dedicaban a visitar a los presos y acudir a los obispos para que les ayudaran". Pero algunas se rebelaron contra esta relegación, como las que en esta novela que en realidad no lo es, desafiando la línea oficial del PSUC y la indiferencia de otros grupos de izquierda, intentaron el imposible de salvar a Puig Antich, aunque en el fondo fueran conscientes de que sus esfuerzos estaban condenados al fracaso. "Entonces, ¿por qué hemos hecho todo esto?", preguntaba una hermana de la protagonista. A lo que ésta contestaba: "Para estar en paz con nosotras mismas". Ahí es nada.

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