El ojo y la lupa

‘Capital’: fresco social del Londres previo al estallido de la burbuja

¿Es el título de Capital un guiño a la obra casi homónima de Marx? Sería ir demasiado lejos. Si es probable, en cambio, que John Lanchester se sienta halagado con algunas críticas que evocan al Dickens que ilustró las lacerantes desigualdades sociales de la Inglaterra del XIX. Pero también sería ir demasiado lejos. En realidad, el autor reduce su ambición literaria a presentar un friso de personajes que bullen en el Londres de 2007 y 2008. O sea, justo en la antesala de la gran crisis, en los estertores de la época de todos los excesos, y en el comienzo del derrumbe del gran sueño, cuando muchos beneficiados de las burbujas financiera e inmobiliaria –y una legión de las víctimas inocentes de siempre- comenzaban a darse de bruces con la cruda realidad.

Lanchester ha compuesto una novela coral, con múltiples personajes, pero sin que sea exactamente un ejemplo del subgénero de vidas cruzadas. Más que mezclar y engranar piezas aparentemente heterogéneas para avanzar hacia un clímax en el que todo encaje como en un reloj de precisión, hay una yuxtaposición de personajes y peripecias, con el objetivo, sólo logrado a medias, de presentar, con estilo ágil y elegante, el fresco social de una época de transición. Podría haber adoptado la forma de una colección de relatos, pero también funciona como una novela.

Lo que une de entrada a los miembros de esta comedia humana es un cemento tan poco consistente en principio como el hecho de vivir o trabajar en una misma calle, la imaginaria Pepys Road, cuyas viviendas, como descabellado efecto de la burbuja, han multiplicado espectacularmente su valor. Se han convertido así en hogares de la gama más alta de la clase media y de algunos supervivientes de los viejos tiempos. Además, sin que ello contribuya a que formen un frente común, comparten la alarma por una serie de cartas que llegan a todas las viviendas y que contienen esta única frase: "Queremos lo que usted tiene".

El inquietante mensaje recorre las 600 páginas (107 capítulos) de Capital  y da al libro cierto barniz de novela policíaca, que casi parece un truco para mantener unidas historias con frecuencia inconexas. Lo que es difícil perdonarle a Lanchester es que, cuando el misterio se desvela, justo al final del libro, la verdad resulta tan irrelevante que es difícil no sentirse estafado. Aunque llegado a este punto, lo mejor que puede hacer lector es conformarse con el buen sabor de boca que deja un inteligente y bien elaborado producto comercial.

Capital no quedará como el gran retrato literario del Londres del desinfle de la burbuja. Ese libro, que yo sepa, aún no se ha escrito. No obstante, merece figurar en la lista provisional de obras que ilustran ese fenómeno aún por descifrar del todo. Lanchester hace su contribución a través de la descripción de los avatares y pensamientos de una variopinta galería de personajes.

Figuran entre ellos un ejecutivo bancario que pasa de preocuparse por si su prima anual superará el millón de libras a la angustia del despido y la necesidad de vender su casa para sobrevivir; un artista vanguardista que basa su fama y su fortuna en el anonimato y en llamar la atención con obras sobrevaloradas que a veces parecen sacadas de un vertedero; un albañil polaco que ofrece la seriedad, profesionalidad y precio razonable que sus colegas británicos son ya incapaces de brindar; una joven promesa senegalesa del fútbol (17 años) contratada por un club de los grandes y que intenta adaptarse a la fama y a la vida en otro mundo con ayuda de su padre y su mentor, y al que una precoz lesión le enfrenta con el feroz mundo de las compañías de seguros; una familia de paquistaníes que gestiona la tienda de la esquina, con una insoportable madre que sólo llega desde Lahore cada dos años pero que se revela como una tigresa a la hora de defender a uno de sus retoños, detenido como sospechoso de terrorismo islamista; una anciana –superviviente de la época anterior- que se enfrenta a la muerte inevitable y a la despersonalización del deteriorado Sistema Nacional de Salud; una joven de Zimbabue huida de su país para salvar la vida de la persecución de la dictadura, que sobrevive con un trabajo ilegal como controladora de aparcamientos y que es condenada a la deportación por un juez insensible; un policía de nueva hornada, titulado universitario, rara avis en el cuerpo, que investiga el origen de los misteriosos mensajes...

Todos ellos pululan por un Londres que el albañil polaco resume en dos imágenes. 1) "Un atardecer con muchos jóvenes cayéndose de borrachos (...) Los británicos no son en absoluto una nación moderada y contenida". Y 2) "Todo era muy caro porque nadaban en dinero (...). Había algo fallido en una cultura que disponía de tanto trabajo y dinero sobrante, en espera de que llegaran otros y se lo llevaran, como si lloviera del cielo".

Mientras tanto, cruzando el canal de la Mancha, bajando por Francia y cruzando los Pirineos, en el Reino Hispánico de Babia, el despertar de otra utopía se convertía en pesadilla. En ella seguimos.

Más Noticias